Acapulco.— Cada vez que suena la alerta de su celular, Dany Chavarría sabe quién le escribe, pero la esperanza de que sea el mensaje que espera la obliga a ver el aparato.
Otra vez, es el mensaje de todos los días: el administrador del edificio donde vive pide que abone algo de los cinco meses de renta que adeuda. Dany responde siempre que le paga o come.
“No me han corrido de milagro”, dice y acepta que no tendrá opción cuando eso ocurra.
El mensaje que espera es el del dueño de los bares donde trabajaba hasta antes de la pandemia, pero no llega.
Dany Chavarría es una mujer transgénero, bailarina, imitadora y administradora de bares. Desde finales de marzo, cuando comenzó el confinamiento, se quedó sin trabajo. Daba unos 10 shows en la semana, la mayoría los jueves y en los demás días administraba seis bares en la plaza comercial Costera 125.
Desde hace 21 años, el show y la atención a turistas han sido sus únicos trabajos. De ahí pagaba sus gastos y la manutención de su madre. Lleva cinco meses sin ingresos y, los pocos que logra, son para comer.
“El agua no la tengo en el cuello, sino más arriba”, describe su situación.
La emergencia sanitaria por Covid-19 cerró todo en Acapulco. De un día para otro se ausentaron turistas y todos los prestadores de servicios y vendedores se quedaron sin trabajo.
En julio se decretó la reapertura; volvieron los turistas y muchos acapulqueños a su trabajo. Eso ha significado un respiro, aunque no hay ganancias, pero ya pueden pagar algunos gastos y detener las deudas.
Muchos calculan que esta crisis es peor que la que trajo la violencia que colocó al puerto por años como la ciudad más insegura del país.
Ana Dorantes es amiga de Dany. A las dos la pandemia las dejó sin trabajo. La gente dejó las noches. “Los jueves y sábados se convirtieron en los días de salvación para los empresarios; si uno de esos es malo [sin gente], la mitad de la nómina queda empeñada”, recuerda Ana. Pero que todos los jueves y sábados durante cinco meses sean malos, es insoportable, dice.
Ana organizaba a bailarines e imitadores que todos los jueves recorrían unos siete restaurantes de la Costera que se transforman en pozolerías. El show es el atractivo.
Todos están sin trabajo por la pandemia y, lo peor, perdieron su mejor temporada. Mayo para ellos es como diciembre para quien vende pinos para Navidad. Desde que inicia hasta que termina, dice, no paran.
“El 10 de mayo desde las ocho de la mañana andamos de un kínder a otro, de una primaria a otra o en una colonia recóndita”, explica.
Ana se tomaba en serio esa temporada. Se preparaba desde un mes antes: hacía ejercicio, dejaba de beber. Tomaba vitaminas y se desparasitaba. Reparaba sus trajes, zapatos y compraba lo que faltara.
Con lo que ganaban en mayo pagaban deudas, compraban el televisor, se pagaban las vacaciones. Este año no hubo nada, al contrario, las deudas crecieron.
“Muchos compramos vestuario en enero planeando que en mayo lo pagaríamos, pero no hubo nada”, lamenta.
En la pandemia ha podido dar unos cuatro shows, en fiestas particulares —todos clandestinos—, y en todos tuvo que reducir el costo hasta en 30%.
“Una amiga fue a dar show a una casa, apenas iba en la primera pista cuando se escucha la patrulla, cancelaron la fiesta; nada más le dieron para el taxi”, cuenta.
Los días de pandemia de Dany Chavarría los define la incertidumbre. El cierre de actividades cambió su vida de forma abrupta. Estaba acostumbrada a vivir de noche y dormir de día.
Antes de la pandemia, cuenta Dany, tenía el cabello largo, a los hombros, pero se lo cortó cuando comenzó a notar que se le caía. Fue el estrés, afirma.
Por la renta debe 15 mil pesos de cinco meses, además del vestuario que compró en enero. Por todo, calcula, su deuda es de unos 50 mil pesos.
“He pensado cosas extremas: como irme de aquí y hasta en suicidarme. Yo en estos meses sólo he visto cómo voy para atrás”, declara.
Por ahora ha sobrevivido estos meses porque ahorró 8 mil pesos con los que celebraría su cumpleaños 41, el 23 de julio.
Ocupó ese dinero para montar un puesto de tacos de guisado. Desde hace un mes vende en una caseta al borde del río El Camarón, en la colonia Progreso, por 800 pesos al mes de renta.
Con Dany trabaja su vecina Alejandra Huerta, a quien junto con su esposo la pandemia los dejó sin trabajo. La venta no es buena, pero ha permitido que a Dany, a su madre y a Alejandra no les falte comida.
Regresó el turismo a Acapulco, pero con restricciones. Hasta el mes de agosto, la operación máxima era de 30%, pero no todos han logrado ese porcentaje. Y, aunque se logre, es insuficiente, puesto que no permite ganancias, sólo para pagar servicios, insumos y nóminas.
Guadalupe Ibarra Hernández es la propietaria del restaurante Karabalí, ubicado en plena Costera. Dice que está comenzando desde cero y con deudas. Detalla que tuvo que pedir un préstamo al banco para seguir pagando los 4 mil pesos de agua, los 6 mil de luz y 9 mil de la concesión por operar en la playa, además de los gastos de su casa.
La reapertura es apenas un alivio. En las dos semanas que lleva abierto su local ha logrado tener 30% de aforo, pero los turistas que llegan, lamenta, no consumen igual.
Guadalupe tiene dos explicaciones. Una, que no hay show y el espectáculo genera consumo, invita a que después de comer sigan tomando o bailando. Y dos, percibe miedo en los clientes, pues la mayoría come y se va.
“No alcanza, no es el mismo consumo, con eso debemos pagar todos los servicios, porque en la luz, agua, internet y renta no hubo disminución”, dice.
Otro caso es el de Jorge Luis García Vega, dueño del restaurante El Mexicanísimo, en la zona Diamante de Acapulco. Reabrió la segunda semana de agosto. Tuvo acceso a un préstamo por 50 mil pesos por parte de la Secretaría de Educación porque es director de una primaria.
Los 50 mil los ocupó para volver a comprar todos los insumos, para reparar los baños y las paredes que se humedecieron. De ahí pagó para que una empresa desinfectara y fumigara el local y aún hay pendientes.
Si el cierre hubiera durado un mes más, platica Luis, hubiera cerrado definitivamente, pues no iba a poder pagar la renta.
“Ya estaba dando patadas de ahogado. Sin pensarlo hubiera cerrado”. Luis está entusiasmado con la reapertura, espera que todo mejore, y por ahora le preocupan las inspecciones.