San Antonio Sija, Guatemala.— “Papito, ¿por qué?”, lamentaban los pequeños Brayan y Elsa Catarina, de 11 y 10 años, frente al ataúd de su padre Roberto González Hernández, una de las 40 víctimas del incendio en la estancia migratoria de Ciudad Juárez, Chihuahua.

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Su viuda, Manuela Gómez, y su madre, Catarina Hernández, se aferraban al ataúd, entre el dolor y un llanto que no paraba.

El cuerpo de Roberto regresó el martes pasado a Guatemala junto con los restos de 16 de sus compatriotas. Los féretros llegaron a la ciudad de Guatemala en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana y posteriormente fueron tras- ladados a su lugar de origen.

La carroza con los restos de Roberto llegó pasada la medianoche a San Antonio Sija, donde le esperaban más de un centenar de vehículos particulares, de transporte público y mototaxis, todos de gente de la comunidad que formaron el cortejo fúnebre.

Todo cambió en menos de un mes

El 19 de marzo, Roberto, de 32 años, dio el último abrazo y se despidió de su esposa, madre, hermanos e hijos. Se iba a Estados Unidos en busca de trabajo para ofrecer mejores condiciones de vida a su familia.

Sus familiares recuerdan que el joven trató de salir adelante trabajando en un mototaxi y haciendo ropa en un improvisado taller de costura en su humilde vivienda, pero el sueldo de 35 quetzales al día (unos 80 pesos mexicanos) no le alcanzaba para cubrir los gastos básicos de alimento, ropa, calzado y luz, por ello decidió, como la mayoría de los jóvenes de este pueblo, irse a buscar suerte en Estados Unidos.

La última conversación que Roberto tuvo con su esposa fue el 27 de marzo, le dijo que había sido detenido en Ciudad Juárez, Chihuahua, por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) y que estaba encerrado en una cárcel.

La siguiente información llegó tres días después, cuando se enteraron a través de redes sociales que Roberto estaba en la lista de las 40 personas fallecidas en el incendio de la estancia migratoria provisional de Ciudad Juárez.

En las primeras horas del miércoles, Roberto regresó a su aldea, en el departamento de Totonicapán. Llegó en un ataúd metálico color café, cubierto por la bandera de su país.

“Se fue como un guerrero, como un campeón, pensando en buscar una mejor vida para su familia, hoy lo vamos a despedir con honor”, expresó el pastor Rolando Pérez durante la ceremonia fúnebre.

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Cuatro jóvenes cargaron el ataúd y lo depositaron en la carroza fúnebre, y así enfiló el cortejo hasta el panteón local.

“Quiero a mi papito, quiero a mi papito”, lloraba desconsolada la pequeña Elsa Catarina, mientras se aferraba a una foto de su padre con sus hijos cuando eran todavía más pequeños, que apretaba contra su pecho.

Manuela, viuda de Roberto, pidió al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que cumpla con indemnizar a las 40 familias de las víctimas porque ellos quedan con su dolor y en la incertidumbre por haber perdido al hombre que era su único sustento económico.

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