Juchitán de Zaragoza.— Yoselín y su esposo José llegaron a México desde El Salvador en junio del año pasado y echaron raíces en tierra oaxaqueña, específicamente en el Istmo de Tehuantepec.
Tras una estancia de un año y cinco meses en Ciudad Ixtepec, una localidad que históricamente ha sido paso de migrantes, la familia creció con el nacimiento del pequeño Joshep, el hijo menor de la pareja, la cual espera que el gobierno mexicano les facilite la condición de refugiados.
Como la mayoría de los migrantes centroamericanos que piden refugio en México, Yoselín y José abandonaron su patria, El Salvador, porque eran víctimas de amenazas de los grupos delictivos que operan en esa nación. En su caso, relatan, de las pandillas que controlan la capital.
“Teníamos un taller mecánico y nos pidieron un pago semanal de 60 dólares”, asegura José en entrevista con EL UNIVERSAL. Ahora, en suelo oaxaqueño, el hombre trabaja en una ferretería.
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Joshep nació el 9 de diciembre en el Hospital Civil Macedonio Benítez Fuentes, en la ciudad de Juchitán: “Nació bien, sin complicaciones. Y ahora ya regresamos a Ciudad Ixtepec”, explica Yoselín.
Esta familia, que a su llegada fue asistida por elementos del Grupo Beta, ya no vive en el albergue Hermanos en el Camino, fundado por el sacerdote Alejandro Solalinde, sino que es una de las tantas que han comenzado a arraigarse en otras localidades del Istmo.
“Rentamos una casita”, dice contenta la pareja.
Disminuyeron partos
Yoselín no es la única migrante de Centroamérica que ha dado a luz en territorio mexicano. De acuerdo con datos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO), al menos 67 partos de mujeres en tránsito habían sido atendidos en hospitales de la entidad oaxaqueña hasta octubre de este año.
El número es mucho menor a las cifras del año pasado, cuando había menos restricciones de tránsito para los extranjeros.
En los 12 meses de 2018 fueron 197 los partos atendidos que se registraron en Oaxaca.
El año pasado, en el marco de las caravanas masivas que ingresaron a territorio mexicano, mujeres como Olga Suyapa, de Guatemala, dieron a luz en el Hospital Civil de la ciudad juchiteca.
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La pequeña hija de Olga fue registrada en Juchitán con el nombre de Alisson Guadalupe, recuerda el oficial del Registro Civil, Francisco Javier Anzueto Hilerio. Meses después, Alejandrina Elizabeth Ajanel Coxha, también de Guatemala, tuvo a su hija el 17 de julio de este año en el mismo hospital.
En ese entonces vivía en el albergue migrante que fundó Solalinde, a la espera de que el gobierno de México le otorgara la condición de refugiada. Pero no todas las mujeres han logrado dar a luz sin complicaciones de salud. Odili Linares, de El Salvador, perdió a su bebé en mayo pasado, cuando recibía atención médica. Los doctores le salvaron la vida, tras las complicaciones de salud que presentó.
Yoselín y José no se enteraron de ninguna de esas historias; sin embargo, desde el nacimiento de Joseph han conocido el amargo sabor de la nostalgia, lejos de su patria, distantes de su familia y muy cerca de la incertidumbre.
Ese sentimiento se debe a que no saben si el gobierno mexicano finalmente les otorgará la condición de refugiados, estatus con el que se podría quedar a vivir en algún punto del territorio oaxaqueño.
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De ello depende que puedan formar un hogar al lado de su primera hija de cinco años, con quien viajaron en autobús desde la frontera sur hasta la capital de Oaxaca y luego regresaron al Istmo para acomodarse en el albergue.
Ya con el nuevo integrante de la familia, Yoselín y José tratan de adaptarse a su nueva vida. No es una tarea fácil.
El trabajo de José en la ferretería, en el que “no es buena la paga”, apenas alcanza para pagar la renta de una vivienda y comprar los alimentos diarios, mientras cuidan que los menores no se enfermen en estos días de viento frío en la franja que conforma el Istmo.
Todos los días acuden a la oficina administrativa del Instituto Nacional de Migración (INM), en espera de que por fin les puedan otorgar la visa humanitaria que necesitan. Aún no hay noticias.