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Sahuayo.— Los cuerpos de las 21 personas muertas en el accidente de autobús registrado el viernes pasado en Joquicingo, Estado de México, fueron velados en su tierra natal, Sahuayo, Michoacán.
Los cuerpos llegaron la madrugada de ayer en caravana. El dolor, el luto y la tristeza invadieron la localidad. Eran las cuatro de la mañana cuando las carrozas entraban a Sahuayo, el lugar de donde salió la peregrinación la noche del jueves.
La excursión de los sahuayenses tenía como Chalma, Estado de México, la primera parada, y de ahí seguirían a la Basílica de Guadalupe, en la capital del país.
No lograron llegar al primer punto. El accidente se produjo cuando el conductor del autobús perdió el control y se estrelló contra unas viviendas en Joquicingo, Estado de México.
El saldo inicial fue de 19 muertos y 30 lesionados; sin embargo, el alcalde de Sahuayo, Manuel Gálvez Sánchez, informó posteriormente que ya eran 21 los fallecidos.
Además, las familias de los heridos esperan en diferentes hospitales del Estados de México; muchos se reportan graves.
Un pueblo triste
En el pueblo, los deudos preparaban desde el viernes las exequias. Los toldos, el sillerío, los arreglos florales, las cazuelas de comida, las ollas de café y, principalmente, los grupos musicales inundaron Sahuayo, “el pueblo triste”, dicen.
La canción Te vas ángel mío y los llantos fueron los sonidos que más se escuchaban en las colonias Valle Verde, La Puntita y Centro de esta localidad.
La pieza musical era interpretada por mariachis, bandas y grupos musicales contratados por los deudos que, al escuchar los acordes y las letras, rompían en llanto.
Las salas velatorias también albergaron la tristeza profunda de quienes tuvieron la posibilidad de absorber ese gasto, pues la mayoría de víctimas eran de escasos recursos.
Esa precariedad ha impedido, incluso, que dos familias puedan viajar al Estado de México a reconocer los cuerpos de sus difuntos.
“Todavía no lo podemos creer. Esto nunca había pasado. El dolor de todos es muy grande”, dice consternada una mujer de avanzada edad, mientras acaricia el féretro de su hija.
Para ella, una comerciante, la tragedia es mayor: su hija y su yerno están muertos y su bisnieta se encuentra grave en un centro de salud en Toluca.
En otro de los funerales los presentes se preguntan qué pudo haber pasado para que sucediera el accidente. Tratan de interpretar una fotografía del hecho, en la que se observa un cristo en su cruz, formado por los retorcidos fierros del autobús.
“Mire nada más. Es Diosito que nos manda el mensaje de consuelo y de que nuestros familiares fallecidos están con él; ya en un mejor lugar”, expresa un doliente de ese pueblo invasivamente católico.
Conforme pasaba la mañana y tarde, los féretros llegaban a la parroquia del Sagrado Corazón. Esa despedida era una segunda sacudida para los dolientes.
“Nadie, pero nadie, es culpable de lo que pasó. Dios así lo quiso y por más que nos duela, ya no podemos hacer nada”, afirma covencida la hermana de una de las víctimas.
“Esperemos que así como nos llegó la tragedia, también nos manden el consuelo y podamos superar esto que tiene a todo Sahuayo de luto”, señala enfático, el abuelo de otra víctima.