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Sacerdotes de Guerrero, “en riesgo ante la delincuencia”

Ministros enfrentan ataques por hablar de los grupos criminales, dice obispo emérito

Para el obispo emérito de Chilapa, Salvador Rangel, México y Colombia son los países más peligrosos y hostiles para los sacerdotes. Foto: Archivo/EL UNIVERSAL.
28/06/2022 |00:28Arturo de Dios Palma / Corresponsal |
Arturo de Dios Palma
Corresponsal en GuerreroVer perfil

Chilpancingo.— Por no quedarse callados, por descubrir las crueldades de las organizaciones criminales y de los políticos, sacerdotes y ministros de culto han sido atacados y asesinados, afirma el obispo emérito de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza.

El obispo emérito considera que en estos momentos México y Colombia son los países más peligrosos y hostiles para los sacerdotes y ministros de culto.

Guerrero no es la excepción. En su gestión en la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, asesinaron a tres sacerdotes y tuvo que rescatar a dos más, que presuntos líderes criminales habían ordenado matarlos. Incluso él mismo, sus dos últimos años los vivió con la advertencia de una organización criminal.

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El escenario tras su salida sigue siendo hostil. El sacerdote Filiberto Vázquez denunció que desde hace una semana en los pueblos del corredor que comienza en la comunidad de Atzacoaloya, en Chilapa, y que termina en el municipio de José Joaquín Herrera, no han podido celebrar misa.

Desde hace una semana, la organización criminal Los Ardillos ha atacado constantemente a esos pueblos, incluso con drones. El padre Filiberto explica que no están celebrando misa en esos pueblos como medida de precaución ante la violencia.

“En esos pueblos yo fui retenido por hombres armados con armas largas. Presumo que eran comunitarios, pero no puedo asegurarlo porque traían cuernos de chivo. Eso fue hace un año”, cuenta el sacerdote.

En esos mismos pueblos, recuerda el obispo emérito, también fue retenido por los comunitarios porque lo acusaron de “estar con los contrarios”.

Rangel Mendoza dejó la Diócesis en abril pasado. Durante siete años hizo su trabajo religioso en los territorios más abandonados por las autoridades ante la violencia e inseguridad de Guerrero: la Sierra, Chilapa, Iguala y Taxco.

En los dos últimos años de su gestión, la organización criminal Los Tlacos le prohibió la entrada a los pueblos del municipio de Tlacotepec, en la Sierra. Le advirtieron que si lo veían por ahí lo tomarían prisionero.

Recuerda que Los Tlacos lo amenazaron porque defendió a seis pueblos que ellos habían desplazado. “Ese fue su coraje, que yo defendí a pueblos. Por eso entre un año y medio o dos ya no pude subir a la Sierra”.

Negociar con criminales

El obispo emérito tuvo la violencia cerca, muy cerca. Se movió siempre en un terreno fangoso; unos lo amenazaban, mientras que con otros dialogaba.

El primer diálogo que tuvo con el líder criminal fue para rescatar a un sacerdote.

“La primera vez que me relacioné con los narcos fue porque me dieron la noticia de que iban a matar a un sacerdote. La hermana de un sicario le avisó a un sacerdote, éste pudo contactar a la hermana del jefe y acordamos una reunión. Al otro día muy temprano, sólo con una religiosa me fui a la Sierra para hablar con este señor. Ahí le pedí que me dejara sacar al sacerdote, que no lo mataran. Le expliqué que se iban a echar encima a la gente, al gobierno y afortunadamente me dejaron sacar al sacerdote”.

También rescató a otro padre, al que le dejaron mensajes de que dejara de hablar, si no lo matarían. En ambos casos las amenazas fueron porque los religiosos hablaron de los narcos.

“Por hablar de las crueldades que hacen los narcotraficantes y a ellos les molesta. Pero una cosa importante, lo que le gusta más al narco, como al gobierno, es que no hablemos. Les molesta que hablemos, que los descubramos. Pero esa fue mi tarea, decir los errores del gobierno de Guerrero y del narco”, dice.

Al obispo le preocupa que las autoridades sean tolerantes con los criminales; la estrecha relación entre políticos y criminales y el permiso que se está dando a los grupos delictivos para someter a la población. Insiste en un diálogo, pero abierto. “Los arreglos entre los políticos y el narco se dan, pero lo hacen por debajo de la mesa y debe ser un diálogo abierto para pacificar”.

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