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A un año del alboroto que se armó por los XV años de Rubí, su pueblo se quedó en el olvido, sin drenaje, agua potable, centro de salud ni telefonía. La fama que alcanzó por su fiesta no influyó siquiera para la colocación de topes reductores en la carretera estatal que lo atraviesa.
De las 41 viviendas de La Joya sólo la de Rubí, marcada con el número 6, cuenta con banqueta; además, mejoró su interior con un piso de concreto que pusieron en el patio del acceso principal.
La vivienda, ubicada al lado derecho de la carretera estatal que va al municipio de Charcas, a 20 kilómetros de distancia de la cabecera municipal de Villa de Guadalupe, pasa largos periodos sin movimiento, debido a los viajes prolongados que hace la familia para impulsar la carrera artística de la adolescente.
El 26 de diciembre pasado 60 mil personas llegaron a La Joya procedentes de diversas regiones del país y del extranjero atraídas por la convocatoria hecha por don Crescencio Ibarra en un video viralizado en redes sociales para la celebración de los XV años de su hija menor, con baile y una “chiva” (carrera de caballos) de 10 mil pesos.
Sólo promesas
Este año nadie habla de la “chiva” y tampoco han anunciado alguna celebración. Se secó el pasto de la antigua presa de La Joya, que fue escenario para la misa y la comida; en el camino por el que accedieron los invitados y curiosos a atestiguar la misa de Rubí predominan la tierra y piedras sueltas.
Por ahí pasaron el gobernador Juan Manuel Carreras y alcaldes de la región, Rafael Acosta Ángeles Juanito y cientos de comensales más que llegaron de diversos estados del país y del extranjero a esta región del Altiplano potosino. Este invierno la presa (seca) no tiene uso para el pastoreo de los animales. Los columpios se despintaron y las bancas de concreto están empolvadas.
Del proyecto para la promoción turística de la Zona de los Agaves y sector minero que pretendía el gobierno municipal con la popularidad de Rubí, para así favorecer la inclusión de la comuna al desarrollo social, “no hay nada nuevo”, dice María, vecina de la otrora quinceañera.
“Pensábamos que algo bueno iba a quedar, porque el pueblo nunca había sido visitado por un gobernador”, dice.
Las calles aún carecen de trazo, la falta de drenaje ha llevado a los parientes y algunos vecinos de Rubí a construir fosas para hacer funcionales sus baños, otros ocupan el campo abierto como sanitario.
“No nos han ayudado ni con el agua potable, hace más de cinco años la presidencia municipal construyó un pozo en la parte alta de La Joya, se dijo que se llevarían las redes a las casas, pero la obra no ha sido terminada. ¿De qué sirvió la fiesta?, a la gente del pueblo, de nada, de nada”, reprocha María.
Los ingenieros y técnicos de Telcel que buscaron un cerro para colocar antenas de señal de telefonía celular e internet dieron su vuelta en vano, nada instalaron. El evento de los XV años benefició a una empresa privada que en la celebración vendió internet por minutos; la festejada obtendría como pago una antena para la recepción de la señal por un periodo indeterminado, que pronto se eliminó.
“La antena para los celulares e internet se quitó, al otro día se quitó todo, hasta con malos modos”, relata don Crescencio.
Más que nada, dice, se esperaba una respuesta del gobierno estatal por la seguridad de la gente que habita la comunidad, para que no ocurriera un accidente.
“¡No nos han dado nada, de verdad! Aquí necesitamos unos topes, yo le dije a los de Seguridad cuando vinieron por parte del gobernador, aquí pasan los carros pero ‘a todo lo que da’, no hay ni un tope, o sea, quedó igual, el rancho quedó igual o peor, porque se fueron y no pusieron absolutamente nada”.
Entre la cantada, la política y la ganadería.
La popularidad cambió la vida de la familia Ibarra García. El padre bajó al menos ocho kilos de peso, cambió el sombrero vaquero por una cachucha, luce lentes de sol “Carrera” y lleva barba de candado; ha compuesto canciones y hasta grabó algunas melodías, pero se resiste a lanzarse como cantante, a diferencia de su hija.
“Mire, sí me invitaron unos chavos a que cante, de verdad. Pero yo les dije: ‘Miren, yo ya como que ya se me pasó el carro, ya estoy grande’. Pero, pues me dicen los chavos: ‘No, hombre, para todo hay público’, pero no, a mí se me hace difícil; no me da miedo, porque lo sé hacer, pero, ya la edad”, comenta Crescencio Ibarra.
Lo suyo es el canto “rancherón, lo que es norteño” y dice saber de música porque antes tuvo un grupo, pero considera que ya no tiene la juventud para ello; en cambio, Rubí “está en la mera edad”, comenta.
También dejó de lado la invitación que en diciembre pasado le hizo el PAN para participar en política; dice que optó por apoyar a un candidato del PRD, que en dos ocasiones ha sido alcalde de Villa de Guadalupe y ha demostrado que trabaja.
Recientemente, don Crescencio regresó a su tierra desde la Ciudad de México para checar su ganado. En los últimos tres meses ha pasado la mitad del tiempo en su propiedad por ser una temporada fuerte para la venta de cabras, cabritos y borregos por el fin de año. Dice que en la capital del país adquirió un departamento que está pagando en el que están viviendo Rubí, su esposa doña Elda García y él por temporadas.
“En la ciudad la verdad no me hallo, no me gusta, le soy sincero, a mí me gusta el rancho. Yo me voy unos días para allá y otros días para acá, para desaburrirme”, comparte Crescencio mientras se encamina hacia el cerro para arriar sus decenas de caprinos al abrevadero.