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Torreón.— A las afueras de una tienda de conveniencia, en el norte de Torreón, Rubén Regalado Hernández espera sobre una silla de ruedas, no tiene piernas desde hace dos años. Su silla de ruedas es vieja y le falta una llanta pequeña.

El hombre espera, pero no por una limosna, sino que alguien lo contrate como jardinero.

Atrás de su destartalada silla de ruedas, Rubén, de 58 años, carga unas tijeras para podar, un rastrillo jardinero, guantes y un colchón. Tiene meses en la zona y algunos vecinos ya lo contrataron para que les corte el zacate, para darle forma a la plantas.

Frente a la tienda se dispone a podar unos arbolitos. Baja por la rampa, saca las herramientas y las echa al piso, se pone los guantes y después echa un colchón sobre el terreno. Se baja de la silla y se mueve sobre el colchón, toma las tijeras y empieza a cortar. “Tiene plaga”, dice quien comenta que aprendió del oficio mirando.

Hace apenas dos años a Rubén le amputaron las piernas, luego de arrastrar una diabetes por 25 años. “Estaba sufriendo mucho con las piernas. Todos los días tenía que estar comprando y tomando pastillas para el dolor. Cuando me las quitaron, me sentí libre, más a gusto”, platica.

Cuando le dijeron que le iban a amputar las extremidades, asegura, no sintió temor ni miedo, “pues móchenme”, les dijo a los doctores. Y para sí mismo se dijo: “De aquí para adelante, a ver cómo le hacemos sin piernas. No voy a echarme pa’trás para nada. [Tengo que] salir adelante hasta que Dios nos quite de aquí”. Añade que la jardinería, además de ser su trabajo, le ayuda a superar la depresión.

Deportado. Pero la historia de Rubén no sólo es la amputación de sus piernas. Hace 12 años también le amputaron el sueño americano después de 27 años de vivir en Atlanta, Estados Unidos. Desde entonces no ve a su esposa ni a sus cuatro hijos.

En 1980 decidió probar suerte en Estados Unidos. Allá conoció a su esposa, de origen peruano, y tuvo dos hijos y dos hijas. Trabajaba como mecánico, hasta que un día de 2007 la policía lo detuvo para revisar el carro. No llevaba nada, pero le confiscaron su teléfono y lo deportaron. Desde entonces no ha podido contactar a su familia.

“Sí sentí gacho cuando me deportaron, pensé ‘y ahora, a volver otra vez pa’cá”, recuerda.

Rubén, oriundo de Tlahualilo, Durango, prefirió venirse a trabajar a Torreón, a 70 kilómetros de distancia. Trabajó en una empresa de maquinaria agrícola. Sus hermanos le aconsejaron que siguiera ahí hasta jubilarse, pero se negó. “Yo no pienso jubilarme, pienso irme pa’l otro lado”, les dijo.

Antes de que le amputaran las piernas intentó cruzar la frontera, pero dice que Los Zetas cobraban mil 500 dólares para dejarlo pasar. “Mucho dinero, antes uno no pagaba nada”, refiere.

Actualmente le prestan un techo para dormir en un lote de autos. La gente del sector ya lo conoce. A Rubén, sin quejarse ni nada, se le ve con el palo del rastrillo de jardinero sobresaliendo detrás de su silla.

Para el duranguense, la fortaleza o los límites están en la mente. “No importa si tienes pies o no, si controlas la mente y quieres salir adelante, no hay limitaciones”, dice.

Comenta que no es un obstáculo trabajar como jardinero sin piernas. Que lo único que se le complica es podar los árboles altos y por eso desearía tener unas tijeras largas.

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