Juchitán de Zaragoza.— El primer sepulcro en forma de casita, ubicado en la primera línea de tumbas en la extensión del nuevo panteón Domingo de Ramos de Juchitán, en la región del Istmo de Tehuantepec, luce recién pintado de azul.

En el interior, apenas una cruz de madera y un nombre grabado: Jesús. Las flores no dejan ver más. A un lado está sentada Na Leonarda Vásquez Ruiz, una zapoteca de 71 años que por segunda ocasión visita a su esposo, como lo marcan las tradiciones zapotecas en Semana Santa.

“Dxaa’ ladxidua´/Está lleno mi corazón”, es lo primero que comenta cuando se le pregunta lo que siente por visitar uno de los panteones que durante dos años, prácticamente fue ocupado sólo por las víctimas de la pandemia de Covid-19 en Juchitán.

Doña Leonarda recuerda que su esposo, un fornido alfarero de la Séptima Sección, fue una de las personas que murió de un infarto en medio de la primera ola de contagios, que agarró de sorpresa, en junio de 2020, a Juchitán. Entonces no pudo realizarle los rituales funerarios que todo zapoteca recibe cuando muere, eso la sobrecogió por varios meses.

“Mi esposo era un hombre grande, trabajador. Ese día estaba acostado en la hamaca, se levantó al baño y al regresar se sintió mal. Le dio un infarto, allí quedó, en una silla. Fue doloroso ver que nadie le quería vender un ataúd; querían quemarlo, pero me opuse. No permitiría que un hombre como él fuera quemado.

“Fue triste traerlo al panteón a las 11 de la noche y enterrarlo de lejos en una tumba cavada por una máquina del municipio. Fue doloroso no despedirlo de la mano de la diosa del mar. Por eso, desde el año pasado lo vengo a ver, como con él y lo acompaño en esta su casa”, narra en zapoteco Na Leonarda.

Leonarda, como miles de zapotecas de Juchitán, este Domingo de Ramos tienen como tradición visitar el panteón municipal. Llegan desde las primeras horas del día, limpian las tumbas, colocan flores, inciensos y velas. Después reciben a familiares y amigos, conviven comiendo tamales de iguana y dulces. La música no puede faltar, tríos y bandas hacen más llevadero el dolor.

Los zapotecas, no sólo de Juchitán, sino de todo el Istmo, que visitan a sus muertos en Semana Santa, conviven todo el día con sus difuntos hasta pasada la media noche.

Este ritual, único en el mundo en Semana Santa, de acuerdo con investigadores, está relacionado con el Año Nuevo zapoteca, según el calendario antiguo, que marcaba que el año comenzaba el 12 de marzo y coincidía con el ritual católico. Aunque actualmente los zapotecas no lo relacionan con lo prehispánico, lo mantienen intacto, a pesar del terremoto en 2017 y la pandemia en los últimos años.

Antes de la pandemia, la extensión del panteón Domingo de Ramos sólo era de manera provisional para sepultar migrantes que no eran identificados, pero a partir de junio de 2020 hasta el día de hoy, el espacio comenzó a ocuparse principalmente para las víctimas de Covid-19.

Actualmente son alrededor de 500 personas las que están en tumbas, de las cuales, 50% fallecieron a consecuencia de la pandemia de Covid-19. Este es el primer año en que las familias conviven en el lugar.

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