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Torreón.— Lucy llegó al Foro por la Pacificación del país y la Reconciliación nacional con la esperanza fracturada. Al menos, dice, tiene 10 años así por la culpa de uno y otro gobierno: local, estatal o federal. Sin embargo, aquí sigue, con la fe renovada, porque todo lo que quiere es encontrar a su hija: Irma Lamas López, desaparecida desde el 13 de agosto de 2008.

Su hija es una de las mil 800 personas desaparecidas en Coahuila durante la última década. Una de las más de 400 mujeres desaparecidas en el estado, según registros oficiales.

María de la Luz López se ha convertido en una buscadora de las miles que existen en el país. Es miembro de la Caravana Internacional de Búsqueda y acude a cualquier lugar donde la esperanza se renueva, como aquí en la Infoteca de la Universidad Autónoma de Coahuila en Torreón, donde se lleva a cabo el segundo foro que promueve el presidente electo Andrés Manuel López Obrador.

“Estar aquí representa esperanza, otra vez”, platica minutos antes de comenzar la mesa de diálogo de víctimas de la violencia. “Tenemos fe en que vayan a hacer algo, hay que agarrarnos de la mano de Dios”, comenta casi con resignación.

A ella, la fe de volver a ver a su hija la mantiene en búsqueda y en participación dentro de cualquier foro al que la inviten. “Aunque nos maten la esperanza o la desaparezcan como a nuestros desaparecidos, aquí seguiremos”, platica Lucy.

La madre asegura que sí busca la paz y la reconciliación, pero que ello sólo viene de la mano con la aparición de su hija, o al menos de saber qué pasó con ella. “Todavía no se puede tener paz. Estamos muy dolidos, lastimados. Es difícil, pero tratamos de hacerlo”, dice.

Lucy entra a la mesa de diálogo, donde principalmente se sientan familias con algún hijo desaparecido o familiares de víctimas de feminicidios. La mesa es privada, ningún medio de comunicación puede acceder.

Allí les dan un cuestionario con preguntas como: “¿qué se necesita para cambiar la situación de violencia?”, “¿qué se necesita reforzar?”, “¿qué requiere tu comunidad?”.

Decenas de personas como Lucy, con el dolor hasta el cuello, contestan la encuesta. Después viene el diálogo, las experiencias, los reclamos, las propuestas. El relator encargado apunta.

Lucy, como integrante de la Caravana, platica su experiencia, sus anécdotas. Cuenta, por ejemplo, las problemáticas que han tenido en las cárceles para buscar a sus familiares. Asegura que en los Ceresos les cambian el nombre a muchos internos o no los dejan hacer llamadas. Lucy exige que revisen las cárceles y se acompañe con una documentación real.

En la mesa, también plantea la situación de los servicios médicos forenses. En Morelos y Chilpancingo, por ejemplo, entraron a las morgues y se encontraron con refrigeradores que enfrían menos que uno doméstico.

Relata que ha visto en esos lugares los cuerpos deshaciéndose, sin extraerles el perfil de ADN. “Anduvimos entre la sangre y la grasa, como si camináramos entre chicle, con los cuerpos desbaratándose. Eso en Chilpancingo”, expone la señora en la mesa y sólo mira que los encargados apunten. “Trabajen en ellos”, les dice.

Al finalizar, Lucy pide que no maten esa esperanza. “Vamos a creerles otra vez. Tenemos que ser optimista. Tenemos qué, es nuestra obligación. Necesitamos la esperanza para poder continuar”.

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