Ciénega de Zimatlán.— Lorenzo Galván Celaya emigró a los 15 años a Estados Unidos de forma ilegal en la búsqueda de un trabajo para superarse. Entonces era una decisión común de jóvenes y adultos, ante la falta de oportunidades que aún prevalecen en Ciénega de Zimatlán, donde los habitantes estiman que al menos la mitad de su población vive en aquel país.

Durante varios años, Lorenzo iba y regresaba de Estados Unidos a su pueblo natal; sin embargo, en la última ocasión que intentó cruzar la frontera, la policía migratoria de ese país lo detuvo por nueve meses y lo regresó a territorio mexicano.

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Al ver que sería complicado cruzar otra vez por Tijuana, Baja California, decidió quedarse en Ciénega de Zimatlán a trabajar. Desde entonces se dedica a la siembra de caña, un cultivo tradicional de esta comunidad, debido a las condiciones geográficas del territorio, del cual tenía ciertas nociones.

“Lo que pasa es que llegó el momento en que dije: ‘Me voy a casar, voy a ver a mis hijos crecer’ y ahorita gracias a Dios ya los estoy viendo crecer; veo cómo están trabajando, veo más que nada el cariño de ellos porque ha habido muchas personas que emigran a Estados Unidos y cuando regresan ya no es el mismo cariño del hijo”.

La abundancia de agua, incluso a ras de tierra, permitía la producción de caña, pero el recurso empezó a escasear y los campesinos abandonaron los cultivos. Los trapiches empezaron a entrar en desuso y el empleo también disminuyó.

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Aunque ahora son sólo dos productores de caña, Lorenzo Galván advierte que su siembra está renaciendo y reactivando la economía de la comunidad, así como los cultivos de cempasúchil, borla, malinche y siempreviva, flores que no sólo se venden, sino que se han convertido en un atractivo turístico durante la temporada de Día de Muertos.

La caña lleva un proceso lento. Tarda entre nueve y 10 meses en estar lista para el corte y venta en los mercados, que coincide con las fechas de Todos Santos.

En Ciénega, la siembra inicia en enero. Los campesinos seleccionan las cañas que van a sembrar, las cuales “botan” sobre la tierra; a diferencia de otros años, el número de empleados se redujo por la introducción del tractor, que facilita el trabajo y baja costos.

En el nudo de la caña está lo que los campesinos conocen como “llemita”, la cual se coloca sobre la tierra; de ahí saldrán los retoños, que pueden ser de cinco a ocho. Cuando alcanza una altura de metro o metro y medio, empiezan a “deshijarlas”; retiran la caña más pequeña para permitir el crecimiento y ensanchamiento de las otras.

“Se le da mantenimiento porque requiere limpias, fertilizante y después vamos y le empezamos a dar la deshijada, es decir, quitar la caña más chica para que las demás se engruesen”.

Lo más costoso, señala Lorenzo Galván, es el agua. “Había lugares donde el agua estaba encima y la caña se daba mucho, pero como ahorita no hay agua, si no riega uno, ya la caña no jala”. Para que prosperen sus cultivos deben recurrir a pozos.

Para Lorenzo Galván, no sólo se trata de sembrar la caña como una actividad económica, también de recuperar las tradiciones y que vuelva a ser un distintivo de la comunidad.

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