Cancún, Q. Roo.- Hartos del confinamiento , deseosos de volver a convivir físicamente con sus compañeras y compañeros en la escuela y con la percepción de que su aprendizaje se ha visto trastocado durante el modelo educativo virtual , Hanna y Gael están ansiosos de volver a clases presenciales , pero hasta ahora sus mamás no han sido informadas sobre cómo será el retorno y no han decidido aún si se los permitirán o no.
Ambos viven en la ciudad de Cancún , pero Hanna estudia la preparatoria y Gael, la secundaria; ella, en una escuela pública -el Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios ( CBETIS )- y él, en el Colegio Ecab , un colegio particular bilingüe.
En entrevista con EL UNIVERSAL , ambos relatan sus impresiones acerca del nuevo ciclo escolar, que para ella inicia el seis de septiembre y para él, el 30 de agosto, luego de un año y medio sin asistir físicamente a clases y sin saber si en esta ocasión formarán parte de los que regresen a las aulas o si se mantendrán bajo la modalidad a distancia.
“Yo siempre voy a querer volver a la escuela por convivir con mis amigos y porque aprendo mejor, pero es decisión de mi mamá. Pero así como veo ‘la cosa’ no creo volver presencial, quizá hasta sexto semestre.
“Me gustaría volver, pero me da miedo no estar al nivel. Es más mi miedo de no tener el conocimiento necesario y estancarme, que el contagiarme de Covid-19”, dice Hanna Karyme García, una adolescente de 16 años que está por iniciar el quinto semestre de prepa.
Su temor surge a partir de la experiencia durante las clases virtuales que ha tomado desde la computadora o desde su celular, mediante plataformas como meet, zoom y Ocelot, creada en su escuela para que, mediante un correo y una contraseña, ella y las y los otros estudiantes entren a revisar sus materias, tareas y ejercicios.
Si bien en su salón todos se adaptaron fácilmente, hubo dos o tres alumnos que, ante la carencia de internet o equipo para conectarse, desertaron. Para asistir a estudiantes bajo esa condición, la escuela permaneció abierta para recibir a máximo dos alumnos por salón para darles clases presenciales.
Hubo casos en que algunos alumnos pretextaron carencia de recursos tecnológicos para tomar clases virtuales, pero estaban conectados en sus redes sociales -dice- y tampoco acudían al plantel.
En su caso, aunque asistía a las clases virtuales, resolvía todos los ejercicios y entregaba todas sus tareas, Hanna admite que siente mucha inseguridad sobre el nivel de asimilación de lo aprendido e insiste en que prefiere estar en el aula.
“Ahí yo solita me obligaba a aprender, porque tienes la presión del maestro, del grupo, te pueden explicar y hay horarios fijos. En línea, la verdad es que así como ‘voy abriendo el ojo’, me conecto, tomo la clase en piyama y acostada, porque no tienes que encender la cámara.
“Luego es más fácil que todos nos copiemos en un examen, porque los que tienen dos dispositivos, en uno resuelven el examen, y en otro checan las respuestas en internet y se las pasan. No me gusta para nada la educación en línea. No se aprende igual y además los maestros creen que pueden enviarte tareas a toda hora. Había maestros que a las 11 de la noche o en domingo estaban subiendo ejercicios”, reprochó.
Lo que más le ha dolido es la parte afectiva y la socialización. Durante la pandemia ha mantenido comunicación con apenas dos contactos, porque el confinamiento terminó por aislar al grupo.
“Yo disfruto demasiado a mis amistades, pero con todo esto, muchos se enfocaron en sus problemas y se acabaron las amistades. Unos están muy tristes, otros se enfocaron en el ejercicio. Esto cambió la rutina de todos y me siento muy frustrada”, expresa.
El encierro -agrega- le ha provocado cambios de humor repentinos. “A veces me siento muy enojada, a veces muy triste y no hay una razón para estar así, creo que es el confinamiento. Sonará muy egoísta, pero aunque me tomo muy en serio el Covid-19, yo sí tengo ganas de ir a la escuela”.
A Gael Aguilera Vázquez, un adolescente de 14 años nacido en Cancún, solo lo detiene el miedo de contagiarse y contagiar a sus abuelos o a su mamá, quien es la cabeza de esa familia desde que su pareja, Humberto Aguilera -un periodista muy apreciado y respetado aquí- falleciera años atrás.
Olivia, periodista especializada en medio ambiente y turismo, y mamá del muchacho, tuvo que construir una pequeña habitación dentro de la casa para que Gael, entre posters de Star Wars y muñecos de acción, pueda tener privacidad y conectarse a sus clases virtuales, a través de la tableta o el celular que le compró.
Él tampoco disfruta la educación a distancia. “Es más aburrido, no puedo platicar, siento que aprendo menos; tenemos menos interacción entre nosotros”, considera.
Su razón para desear el regreso al aula también son sus amigos y el deseo de aprovechar mejor las clases. El año pasado toda la familia lo pasó confinada, excepto Olivia, quien debía salir a trabajar, hacer pagos y compras.
En ese periodo, cursando el segundo año de secundaria, vio que su grupo -compuesto originalmente por 20 alumnos- fue desintegrándose.
Primero quedaron 17 estudiantes y, al final, solo 12 terminaron el año. Algunos de sus compañeros se mudaron de ciudad, pues sus padres fueron reubicados o regresaron a sus lugares de origen. Hubo casos en que alumnos siguieron tomando clase virtual desde entidades como Baja California , para terminar el ciclo escolar.
Mantenerse en el colegio tampoco ha sido fácil. Gael está becado, pero alumnos del Ecab tuvieron que migrar a otras escuelas ante la imposibilidad de seguir pagando la colegiatura, luego del desplome del turismo que propició desempleo y crisis económica , aún ahora que la actividad turística va remontando.
El chico mantuvo dos o tres amigos, pero ya este año -con la reapertura gradual de actividades- aceptó integrarse a un equipo de basquetbol; además el dueño de una cafetería que tuvo que cerrar por la pandemia, le ofreció trabajo para entregar pan a domicilio, dentro del fraccionamiento en donde viven ambos.
Así que después de sus clases, dos veces a la semana toma su bicicleta y va a entregar pan, con cuatro o cinco pedidos por día. Al regresar a casa es literalmente “rociado” por su mamá con sanitizante.
La actividad deportiva del muchacho, su trabajo eventual y la preocupación “de verlo pegado al internet”, les llevó a decidir que vuelva a clases presenciales, pero tampoco han sido notificados si la escuela abrirá, ni bajo qué protocolos.
“Yo sí quiero regresar; espero que sea muy seguro, con los mejores medios posibles, cubre bocas, gel…”, afirma, al añadir que no le molesta no ser vacunado contra el virus.
“Pienso que estuvo bien que vacunaron primero a las personas de mayor edad, porque tienen menos defensas. Nosotros los jóvenes somos más resistentes y podemos curarnos más rápido, pero si nos vacunaran lo vería bien”, señaló.
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