León. — A tres cuadras de la Central Camionera de León, en el corazón de la zona comercial de venta de calzado, la música y el ruido de motores de las máquinas de refrigeración apenas permiten escuchar a los clientes que a gritos piden que les despachen hielo: “¡Dame una barra!”, “¡A mí, media!”, “¡Yo quiero un cuartito!”.
Uno tras otro llegan vendedores de raspados, aguas frescas, “rusas”, con carritos cargados con botes de aguas de sabores; en bicicletas, triciclos, diablitos adaptados con termos, costales de manta o de yute. En un minuto, llegan surten y se van.
El hielo es la materia prima para el sustento de cientos de comerciantes y se convirtió en un producto de primera necesidad y de alta demanda de toda la población por las temperaturas sin precedentes registradas en la ciudad que, de acuerdo con los equipos de medición del Sistema de Agua Potable y Alcantarilla de León (Sapal), han llegado a los 39.4 grados centígrados.
En el establecimiento ubicado en la calle Héroes de la Independencia, del barrio del Coecillo, dos dependientes de la productora, distribuidora y vendedora de hielo elaborado con agua potable para consumo humano se mueven al ritmo del tema Hasta la Miel Amarga, de Los Tiranos del Norte, deslizando barras de 75 kilos de peso.
Sin parar, en la plataforma de cemento liso, los empleados jalan las barras de hielo de un metro de largo por 50 centímetros de alto y 20 de ancho que salen de la cámara de refrigeración; las parten en segundos con el picahielo, las venden y ellos mismos cobran.
“¿Cuánto, doña?”, preguntan a una clienta: María, de 63 años, quien coloca su bolsa del mandado en el piso, en la que cabe ajustado un cuarto de barra. Ocupa el hielo en un pequeño puesto de raspados. Sus clientes, dice, son sus vecinos y las personas que pasan afuera de su casa y quieren algo fresco para mitigar el calor.
Su jornada comienza a las 07:00 horas con la preparación de las aguas endulzadas de limón, fresa, tamarindo, vainilla y grosella, y termina 12 horas después, con una ganancia diaria de “alrededor de 300 pesos”.
La temporada de raspados comienza en abril y termina en octubre, aunque las mejores ventas son entre mayo y agosto, cuando “pega más duro el sol”. Los raspados se venden en bolsitas de 10 y 15 pesos, y en vaso, de 20 pesos.
Don Jaime, cercano a los 70 años, tiene la piel tostada por el sol; se ha curtido, dice, por los días en las calles en su negocio de bebidas frías. La cachucha que lleva puesta lo protege un poco de los “los rayos inclementes”. En su carro de acero inoxidable y llanta ancha lleva media barra de hielo, en dos trozos, para las “rusas”, bebidas preparadas con refresco de toronja, hielo raspado, limón y chilito al gusto, que se prefieren en un jarrito de barro, para conservar la frescura; aunque hoy en día, comenta, muchos ambulantes las vacían en vasos de plástico de un litro.
Su día de trabajo inicia a las 11:30 de la mañana y para las 06:00 de la tarde ya acabó, “dependiendo, si hay más gente más tarde, pues más tarde... y si no, a las seis ya… Con esta media barra ajusto y en veces me sobra; dependiendo, en veces está bien y en veces baja [la clientela]”.
Toda su labor es manual, no usa máquina trituradora para hacerse del hielo raspado, ya que en la calle no tendría dónde conectar el motor a una toma-corriente.
Instantes después llega en su auto, a toda prisa por una media barra, Alejandro Negrete, un vendedor de raspados.
El comerciante instala su puesto en la esquina de la calle Tacámbaro y bulevar Vicente Valtierra, de la colonia La Brisa, cerca de las escuelas primarias Guadalupe Victoria, Antonio Sánchez Herrera y Jaime Nunó, en donde aprovecha la salida de los niños y maestros después del mediodía. “Por ahí pasa la gente y ahí se echan su nieve, los mejores clientes son los niños que salen de clases”.
Un camión de tres toneladas con caja refrigerante llena con bolsas de cubos de hielo se estaciona frente al área de la zona de carga de la distribuidora. El conductor surte una barra partida en dos y de inmediato se le forma una fila de cinco personas para comprarle de dos a cuatro bolsas. El chofer comenta que en días pasados se acabó el hielo en las tiendas de conveniencia y la gente “ha andado desesperada”.
“Nos ha ido bien, andamos muy limitados; sí nos ha ido bien [con la venta]”, comentó.
Una de sus clientas momentáneas, doña María, le compra dos bolsas para vaciarlas de inmediato en el recipiente vitrolero de 20 litros [cinco galones] con agua fresca de naranja, el cual lleva en su carrito también cargado de frituras; ella dijo que corrió con suerte al toparse con el chofer, pues en la distribuidora se había terminado ese tipo de producto. Y agrega que la temporada la ha tratado muy bien porque la gente está sedienta y en muchas ocasiones prefiere consumir agua de frutas a las bebidas gaseosas.
Antonio Robledo tiene 35 años vendiendo nieve “fina”, invierte de mil a mil 200 pesos al día. En un triciclo lleva cinco botes de acero inoxidable con helados de limón, nuez, fresa, vainilla y chocolate dentro de una gran tina con trozos grandes de hielo que ha cubierto con sal de grano, “para que aguanten sin derretirse”.
Don Toño, de 70 años, la mitad de ellos dedicados a la venta de nieve en las calles Tacámbaro y Chupícuaro, se apoya de su sobrina para las ventas. Se ha hecho popular por el sabor de sus helados. “A la gente le gusta el sabor y el precio, y nos busca”, dice sentado en una silla frente al triciclo.