La Concordia.— Hace un mes, Julio López López, de 32 años, habló por teléfono con su madre, quien vive en Luisiana, Estados Unidos, para aceptar su propuesta de irse a ese país, porque en el pueblo no conseguía los 4 mil pesos mensuales para el tratamiento de su hijo de cuatro años, diagnosticado con autismo.

“¿Sabes qué, mami? Sí me voy”, le dijo, pero nunca llegó a su destino; fue una de las 53 víctimas del tráiler hallado en Texas, el pasado 27 de junio.

Originario de La Trinitaria, municipio fronterizo con Guatemala, Julio decidió vivir con Adriana Guadalupe González Hernández, de la misma edad que él, en la comunidad de Benito Juárez, municipio de La Concordia, donde el cantante Julión tiene su rancho Santa Rosa. En esa localidad, Julio, como trabajador del campo, ganaba a la semana entre 300 y 800 pesos.

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Un neurólogo diagnosticó que su hijo presentaba trastorno de espectro autista, por lo que requería constantes estudios y comprar medicamentos y asistir a una escuela de educación especial en la cabecera municipal de La Concordia.

Los gastos mensuales rondaban los 4 mil pesos, pero el salario de Julio no le alcanzaba; fue cuando decidió migrar a Estados Unidos. “Mi esposo ganaba 800 pesos a la semana cuando vendía madera, y cuando no, salía con 300 o 400 pesos”, asegura Adriana, quien en casa de su madre levantó un altar con la foto de su esposo, en el que se lee: “Julio López López: 24 de junio de 1990-27 de julio de 2022”.

Desde hace más de cinco años, la pareja no ha podido construir una casa propia en un terreno que compraron.

Con rumbo al norte

Fue hace un mes cuando Julio dejó su comunidad para viajar a Monterrey, donde su madre y hermano le dijeron que debía esperar porque habían contactado a un coyote identificado como Luis, alias El Blanquito, originario de La Trinitaria, con papeles para su estadía en EU. El hombre había cobrado 250 mil pesos.

Mientras Julio aguardaba en Monterrey, en espera de que los cómplices de El Blanquito lo trasladaran a Reynosa, conoció a Miriam Elizabeth Ramírez García, de 23 años de edad, egresada de la carrera de Ciencias de la Educación de la Universidad Valle del Grijalva y originaria de Chiapas.

A Miriam la encontró días después en un rancho del otro lado de la frontera, de donde salieron en el tráiler rumbo a San Antonio.

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Adriana Guadalupe cuenta que Julio le describió que ese rancho cercano a la frontera era un lugar donde llegaban hombres que se dedicaban a la caza. En ese sitio, Miriam Elizabeth permaneció oculta en una habitación, porque el dueño de la finca tenía miedo de que la agredieran los hombres, “porque algunos se drogaban”, por lo que Julio tenía que cocinarle a la joven.

Adriana revela que, según le dijeron, por los 250 mil pesos que pagaron su madre y hermano era “como un viaje VIP”, porque no tendría ningún problema en los retenes de la policía y de la Patrulla Fronteriza.

Cuando cruzó el río Bravo, Julio lo hizo sin mayor problema. Lo subieron en una lancha y a los pocos minutos estaba en Estados Unidos.

El 21 de junio, tres días antes de su cumpleaños 32, Julio habló con su esposa para decirle: “Gorda, ya me voy”. Le explicó que no sabría cuándo se comunicaría de nuevo, porque los coyotes les quitarían los teléfonos a los migrantes. “No quieren que llevemos teléfonos, porque dicen que [Migración] nos está rastreando”, le dijo.

“Me voy en el nombre de Dios. En cuanto llegue yo te marco, porque nos dijeron que vamos a estar incomunicados dos o tres días y llegando allá me van a dar el teléfono”, agregó Julio. A partir de ese día, Adriana no volvió a hablar con su esposo.

Le llamó a su suegra para preguntarle si se había comunicado con los polleros, pero la mamá de Julio le pidió que se tranquilizara, porque su hijo “estaba en muy buenas manos” y que dejara de preocuparse, porque El Blanquito era gente del mismo lugar donde ella nació.

El trágico día

El 27 de junio, Adriana habló con su suegra, pero no dijeron nada del tráiler hallado en San Antonio. Fue hasta el día siguiente que comentaron lo que había pasado, pero nunca creyeron que Julio estuviera ahí.

Para el 29 de junio, funcionarios de la fiscalía de Chiapas hablaron con una tía de Adriana que vive en Tuxtla para preguntarle si ahí vivía Julio, porque la credencial de elector tiene esa dirección. La mujer preguntó para qué buscaban al esposo de su sobrina y prometió darles información. Fue así que se comunicó a Benito Juárez para contarle lo que había ocurrido.

Adriana llamó a su suegra en Luisiana y le pidió que le pasara el número de teléfono de El Blanquito, aunque se rompieran las reglas que habían puesto los coyotes, como el hecho de que sólo la persona que había contactado a los traficantes podía hacer la llamada.

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Más tarde le hablaron funcionarios de las fiscalías general y del distrito de Villaflores, a quienes les indicó que su esposo tenía un tatuaje en un brazo y tuvo que viajar a Tuxtla Gutiérrez para sostener una reunión en la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde ya no había duda: su esposo era una de las 53 víctimas del tráiler.

A pesar de eso, Adriana contactó a El Blanquito para pedirle que le diera una prueba de vida de que su esposo estaba bien. Necesitaba una foto o un mensaje de audio, pero el coyote le decía que Julio se encontraba resguardado en una casa de seguridad, a la espera de que “se calmara todo” para que pudiera ser movido a otro punto.

“No se preocupe, señora. Su esposo no está ahí en el tráiler. Su esposo lo tienen en otro lugar”, le aseguró el traficante.

En las próximas llamadas, el hombre le pidió a Adriana que mandara copia de una identificación y el acta de nacimiento, para que en caso de que estuviera detenido por la Patrulla Fronteriza, lo pudieran reclamar. Después, el coyote desistió en la petición y nunca más tomó la llamada de la esposa de Julio.

“Me voy en el nombre de Dios. En cuanto llegue, yo te marco”, escuchó Adriana que ahora espera el regreso del cuerpo del joven campesino que sólo buscaba ganar más dinero para el tratamiento de su hijo.

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