Mártir de Cuilapan, Gro.— En San Agustín Ostotipan, pueblo nahua del Centro de Guerrero, una miscelánea vende cubrebocas. Son contadas las tiendas en este poblado del municipio de Mártir de Cuilapan —de apenas 250 habitantes que está a hora y media de Chilpancingo—, pero sólo en ésta se ofrecen las mascarillas que de un momento a otro se convirtieron en artículos de primera necesidad. No es que estén a la vista de todos, es que desentonan entre los refrescos, las frituras y las galletas.
“Pero nadie los compra”, dice doña Eduviges, quien teje tiras de palma y atiende a quienes le piden refrescos fríos, los más demandados por el calor seco de la zona que puede llegar hasta 40 grados en verano.
Y así parece. El paquete en el que están guardados permanece sellado como si lo hubieran traído ayer. En su tienda, doña Eduviges tampoco lo usa. Dice que poco se ha visto que a alguien “le falte el resuello” en el pueblo, que es como caracterizan a la dificultad para respirar.
Afuera, en la calle, un tianguis con apenas 10 puestos ofrece desde utensilios de cocina o juguetes de plástico hasta chiles y jitomates. Tres señoras preguntan por los precios y caminan sin que parezca que algo les acongoje; ninguna lleva cubrebocas.
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Los comerciantes también descubiertos dicen los costos y agarran la mercancía y la muestran, pasa de mano en mano. No se ve mucha gente en las calles; será por la hora: 1:15 de la tarde y el calor seca la garganta. Las mascarillas asfixian.
Un niño de unos 10 años juega con un celular bajo un arbusto en un parque frente al tianguis y en la Comisaría, que está al lado, media docena de madres con sus hijos pequeños toman cursos de educación inicial que imparte la promotora del Conafe, Lucero Cabrera Tapia.
Nadie trae cubrebocas, ni parece que haga falta. Desde marzo de 2020, cuando se extendió la pandemia por todo el país, Mártir de Cuilapan, municipio de 20 mil habitantes al que pertenece este poblado, tiene registradas nueve defunciones por Covid-19 y 34 casos positivos, según el corte del 29 de enero de la Secretaría de Salud de Guerrero.
Nada indica aquí que a 80 kilómetros, en Chilpancingo, capital del estado, la pandemia del Covid-19 ha cobrado, de acuerdo con la misma fuente, 309 vidas y se han contabilizado 5 mil 278 contagios; 29 mil 406 positivos en toda la entidad y 2 mil 924 fallecimientos. Sólo en Acapulco hay 12 mil 376 casos positivos y han muerto mil 337 personas.
Tampoco es que los pobladores sean ajenos a las epidemias. A principios de los años 90, estas comunidades indígenas ubicadas a la orilla del río Balsas fueron diezmadas por el cólera. Cientos murieron, aunque no hay registro oficial porque no se reconoció la magnitud de la enfermedad. En la página web de Salud federal se hace apenas una mención sobre la epidemia de 1991 en el país.
En cualquier caso, Raúl Hernández Hernández, el médico del Centro de Salud, dice que lo que más les preocupa acá son los piquetes de alacrán, el mal más recurrente por el que la gente llega a pedirle consulta.
Cada mes aplica, al menos, cuatro inyecciones con antiveneno antialacránico. Del Covid-19 dice que sí, que hubo casos sospechosos en noviembre pasado, que ha habido difuntos, pero que no está seguro que hayan sido a causa del coronavirus.
“¿No hay modo de saberlo?”, se le pregunta. “No, sobre todo porque la gente no viene a la clínica. Uno se entera de los fallecimientos y de qué [causa] pudieron haber muerto por lo que dice la gente. Por ejemplo, el año pasado hubo 10 decesos en total. Es una población pequeña, pero también creemos que si alguien hubiera muerto por eso, los contagios hubieran crecido, y no fue así, como la epidemia del cólera”, responde.
En cambio, le preocupa que ahora en mayo que regresen los pobladores más jóvenes que se fueron de jornaleros a Michoacán, Estado de México, Nayarit, Colima y Jalisco puedan traerlo y contagiar a sus familias.
Los pueblos del Balsas están juntos aunque pertenecen a cuatro municipios distintos. Siete son de Mártir de Cuilapan; otros tres de Tepecoacuilco, uno de Huitzuco y los que están río abajo, de Eduardo Neri.
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Juntos concentran 1.9% de los casos estatales de Covid-19, con 599 positivos, de acuerdo con la Secretaría de Salud estatal, y 3% en fallecimientos, con 104.
De los cuatro, Mártir de Cuilapan es el de menor incidencia, con 33 casos y nueve defunciones; Eduardo Neri es el de mayor contagio y muertes: 272 positivos y 40 fallecidos. Esto puede deberse a su cercanía, a menos de 30 minutos, de Chilpancingo.
Los tiempos del cólera
A dos horas de Chilpancingo, por la misma ruta del Balsas, está San Juan Totolcintla, otro de los pueblos que pertenecen a Mártir de Cuilapan y es, según el Inegi, el más poblado después de la cabecera municipal, Apango, con 2 mil 600 habitantes.
La médico responsable del Centro de Salud, Anayatzi Domínguez González, tiene muy presente la otra epidemia, la del cólera, aunque por su edad, treinta y más, es claro que no la vivió. De todos modos dice que atrás de la clínica quedaron las fosas comunes donde enterraron a los muertos por aquel mal de los años 90.
No lo dice por decir. Lo dice porque la enfermedad endémica entre los habitantes de este pueblo es la diarrea aguda, aunque a estas alturas nadie ha muerto de eso. Como parece, porque no hay pruebas, que no hay fallecimientos por Covid-19.
Por ejemplo, el año pasado, dice, murieron ocho vecinos y tiene sospecha que, al menos, dos ocurridos entre julio y agosto, fueron a causa de neumonía por Covid. No tuvo forma de saberlo.
Apango, donde concentran la información de los casos, está a seis horas de aquí por una carretera intrincada.
En San Juan Totolcintla no se sabe de nuevas normalidades. En la casa del excomisario Melquiades García Ríos, seis mujeres sirven barbacoa y guisado de puerco como preparativos de una boda el domingo próximo.
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El tráfago de los trastos se oye entre sus risas en la cocina. Se les adivina felices. Melquiades habla del casorio y una de las mujeres, la más joven, lo corrige; luego dice que la comida de este miércoles es el comienzo de los festejos. El mero día se recibirán los regalos. Todas ríen. Es extraño, por decir lo menos, ver a tantas personas juntas reír sin preocuparse por usar cubrebocas.
Como autoridad que ha sido, todos en este pueblo conocen a Melquiades. Mientras camina por las calles lo saludan de mano y no hay codo que valga. Él sospecha que el año pasado tuvo Covid. Dice que hubo un momento en que hasta le faltó el resuello.
“¿Y cómo se curó?”, se le cuestiona. “Con puro té de muicle”, dice en referencia a una yerba silvestre que se da en esta zona.
Camino al Centro de Salud, el actual comisario Cirilo Barrios confirma lo que momentos antes se platicaba con sus regidores: que entre mayo y agosto del año pasado hubo difuntos en el pueblo, aunque no saben si fue por Covid-19. En un principio lo temieron, pero al ver que no había propagación, las autoridades decidieron que no era eso.
“Tendría como 20 años”, dice don Cirilo cuando recuerda como referencia de epidemias el cólera de hace 30. Nadie quería agarrar a los enfermos porque decían que con sólo tocarlos uno se contagiaba. Yo me cargué a mi suegro y lo traje hasta la clínica. “Murió años después, ya por la edad”, recuerda.
Entre más lejos, mejor
En Tula del Río, el médico del Centro de Salud, José Rodríguez Apreza, sabe quién trajo el Covid-19. Dice que entre junio y julio del año pasado, un matrimonio de comerciantes iban mucho a Iguala y pronto cayeron enfermos. Él murió y la señora se recuperó. Éste, dice, es el único fallecimiento que tiene seguridad que fue por el virus.
Iguala es el tercer municipio con más muertes en Guerrero: 202, y el cuarto con más positivos: mil 592, y para el 22 de enero el alcalde lo había declarado en semáforo epidemiológico color rojo, el único junto con Taxco, en todo el estado, que permanecía en naranja.
Luego del caso del comerciante, dice el médico, hubo dos muertes más cuya causa quedó sin confirmarse. Tiene sospecha que pudo haber más casos, unos 40, y cuando se le pregunta por qué, entonces no hubo una ola mayor que diezmara este pueblo de mil 300 habitantes como lo hizo el cólera en los 90, no tiene mayor explicación.
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Quizá por eso en el Centro de Salud la enfermera, una anciana de la región, considera que en su pueblo no ha habido enfermos de este tipo. Lo más que padecen es diarrea aguda, el mal más recurrente en esta zona.
Para esta enfermedad, el médico José Rodríguez sí tiene una explicación: el calor que descompone rápido la comida y el agua contaminada que bebe la gente.
Aunque las personas dicen que aquí no hay Covid. En el patio de una casa EL UNIVERSAL conversa con una familia. Con refrescos fríos de por medio, un hombre y dos mujeres que no parecen preocuparse a la hora de que el reportero y la fotógrafa se quitan el cubrebocas, dicen que no conocen de casos.
La tranquilidad del pueblo —apenas unos niños pastoreando unos chivos; unos chicos platicando en una banqueta—, es ajena a la devastación de allá afuera.
Lástima que no haya nada que contenga la diabetes, dice, porque es la enfermedad que más se padece en este pueblo de mil 375 habitantes. La segunda es la diarrea, y un tiempo hubo tuberculosis. Mucha gente murió de eso. El último deceso lo tiene registrado en 2016. Como quiera que sea, el Covid-19 es lo que le preocupa ahora, y hasta el 29 de enero, el municipio de Huitzuco de los Figueroa, al que pertenecen, tiene registrado 158 casos positivos y 31 fallecimientos que lo coloca entre los 12 municipios de Guerrero con mayor número de muertes.
Por fortuna, dice el médico, la cabecera de ese municipio, el principal foco de contagios, está demasiado lejos de aquí.