Tapachula.— Miles de migrantes que se encuentran en esta ciudad empezaron a recibir ayer, en la sede de la Comisión Mexicana de Apoyo a Refugiados (Comar), un documento-promesa para una cita que tendrá lugar en septiembre u octubre de este año, cuando les harán una entrevista y se analizará si se les otorga o no la condición de refugiados y solicitantes de asilo.

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Todos estos casos se suman al rezago de 111 mil 257 peticiones que se tenían hasta finales de noviembre de 2022.

Pese a la certeza de que pasarán nueve o 10 meses varados en Tapachula, los migrantes se alegran de tener un documento que los acerca a su destino.

“Soy el número 134 mil 31 y tengo cita para el 15 de septiembre, pero me dicen que esté pendiente en Facebook porque los números van bajando. Por lo pronto voy a sobrevivir estos meses trabajando, espero tener la oportunidad. Me encomendé a Dios y a la oración de mi madre para que me guarde y me proteja. Estoy pidiendo una visa humanitaria para quedarme en México, trabajar y conocer. Con este papelito creo que ya no me pueden deportar”, dijo a EL UNIVERSAL José Manuel Vega, mecánico nicaragüense, quien huyó de su país por cuestiones de desempleo y represión.

Bajo el quemante sol invernal de Tapachula, José Manuel corrió con suerte, pues apenas esta semana arribó a Chiapas y ya obtuvo la promesa de una entrevista por parte de la Comar para analizar su caso.

Él viaja con un amigo, y junto con miles de personas más forman parte del crisol de nacionalidades, idiomas y culturas que han convertido a esta ciudad fronteriza en un embudo de migrantes a la espera de que la burocracia mexicana les permita seguir hacia Estados Unidos.

Sin dinero, pero con esperanza

Waltes Occean, haitiano de 35 años, cruzó —junto con su esposa y dos hijos— una decena de países sudamericanos y centroamericanos en autobuses, caminando, rodeando por selvas y montañas. “Gastamos más de 5 mil dólares entre pagos a policías y delincuentes, pero ya estamos aquí. Aún no tengo ficha ni cita, pero vamos a esperar.

“Vengo desde Brasil, donde viví nueve años, mis dos hijos ya son brasileños, trabajé como repartidor de comida, en mensajería, limpieza... y quiero ir a Estados Unidos, donde vive mi papá”, relata mientras suplica por una ficha a otro haitiano encargado de organizar la fila, luego de la zacapela e intento de toma de oficinas de la Comar que se registró el martes, y que obligó a los funcionarios a agilizar la atención a los migrantes.

Diago, haitiano de 22 años y quien vivió en Chile tres años, dice que llegó hace un mes a Tapachula, y mientras espera su regularización migratoria vende aguas y refrescos a otros solicitantes de asilo.

Con su escaso español se da a entender entre venezolanos y centroamericanos, quienes esperan por horas, días y meses lo que consideran un salvoconducto para no ser deportados.

Blanca Liseth Alvarado, de 29 años, es hondureña y viaja con su esposo y cinco hijos: de 14, 12, seis, cuatro y dos años; llegó hace dos semanas a Tapachula.

En una pequeña casa de campaña que alguien les regaló, ella y sus hijos esperan frente a la sede de la Comar mientras su esposo realiza los trámites: “Caminamos al día como seis horas, [es] muy cansado, peligroso, el coyote nos cobró 500 pesos mexicanos para pasar en la balsa por el río, y al final pagamos hasta con un teléfono celular para que nos trajeran del río Suchiate a Tapachula”.

Su plan es pedir la residencia en México porque una de sus hijas, Ana Lucía, de cuatro años, tiene un riñón más pequeño y requiere tratamiento médico.

Elisa, salvadoreña de 25 años, sonriente arribó a Tapachula hace dos días y ya sobrevive vendiendo aguas y tortas. Viaja sola y busca una visa humanitaria para llegar a Estados Unidos. “Es un viaje muy peligroso, mi familia no quería que saliera del país, pero los quiero apoyar, quiero echar para delante”, asegura.

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“Tardé 15 días desde que salí de San Salvador, estuve unos días en Tecún, Guatemala, pensando si venía para acá, porque me daba miedo. Le tengo temor a la delincuencia, a las violaciones (...) Tengo cita hasta el 8 de septiembre. Quiero llegar a la frontera norte. Por lo pronto voy a seguir vendiendo tortas y aguas para mantenerme”, comenta.

“Soy chileno negro”, bromea Ricardo, migrante haitiano que arribó a Tapachula el 24 de diciembre y tiene cita para el 24 de septiembre próximo.

Él, junto a otra decena de sus paisanos, logró organizar a la multitud, que esta semana amenazaba con tomar la sede de la Comar ante la burocracia de las autoridades mexicanas.