Puebla.— Con hojas de árboles secas, huesos y cáscaras de fruta, hasta pétalos de flores, César Aldaco Marín recrea, con una perfección única, cientos de insectos, arácnidos, reptiles y anfibios.
Coloridos avispones, abejas, alacranes, hormigas, caracoles, mantis religiosas, escarabajos , lagartijas, iguanas y salamandras cobran vida gracias a desechos de la propia naturaleza.
Proveniente de una familia de artesanos de Amozoc, durante su juventud César recorrió comunidades rurales y serranas de Puebla, donde descubrió un mundo animal que atrapó sus sentidos.
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En la última década, el profesor de educación media superior ha dedicado gran parte de su vida a darle forma a más de mil 600 especímenes.
Las navajas, pinceles, pinzas de corte, agujas y un sinfín de herramientas, ayudan a improvisar sus creaciones, que completarlas —en algunos casos— puede durar hasta tres y cuatro meses, tiempo que se lleva encontrar en la naturaleza su panza, cabeza o patas.
Con todos sus bichos creó un mundo al que llamó Insectrito, un nombre derivado de insect (insecto) y trito (destruir el objeto con fines de incorporación en sicoanálisis). Ahí conviven sus diminutos compañeros de vida.
De paso, busca generar conciencia sobre el cuidado del ambiente y las criaturas que lo habitan, aquellas que tanto lo sorprendieron en las sierras poblanas.
“Hemos devastado la naturaleza diminuta de este planeta. Hacemos caso a otras especies, también vulnerables; sin embargo, los insectos son del sector animal más desprotegido, menos cuidado, menos valorado y a mí me da mucha tristeza”, lamenta.
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Con estirpe artesanal
En su memoria guarda el trabajo artesanal que su padre realizaba en armas de fuego, a las cuales les hacía incrustaciones de nombres o figuras; también aquellas espuelas de una sola pieza que eran verdaderas obras de arte.
Mantiene viva la imagen de su abuela Ana María Tlaxcala, quien elaboraba burritos de barro, con las manos llenas de lodo forjaba las tradicionales figuras de la zona centro de México. A su lado, él trabajaba las patitas, ojos y la fruta del animalito.
“En mí vio la habilidad de poder moldear, porque los detalles eran tan precisos de los burritos que ella era muy exigente y muy demandante con su trabajo”, recuerda.
La vieja casona de los abuelos, con sus árboles de higo y su pozo de agua encantado, fueron su acercamiento a las hojas, ramitas y musgo con los que recreaba bosques artificiales para que deambularan sus dinosaurios.
Luego, recorrer los pueblos y comunidades rurales y serranas más recónditas de Puebla para llevar a cabo trabajo de criptografía para el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) le acercaron a un pedacito del mundo gigantesco de insectos, arácnidos y reptiles.
Con distintas piezas, incluido alambre y plásticos, creó 30 insectos, pero con el tiempo pasó a usar solamente desechos y piezas orgánicas.
Suma más de mil 600 creaciones, figuras de insectos temidos y divertidos, arácnidos impactantes y reptiles que se mimetizan con la naturaleza.
“Verlos terminados es una emoción, es satisfacción. Cuando concreto una pieza es satisfacción en el alma, me llena, me llena concretar”, describe.
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