Chicahuaxtla.— “Lo que llevaba guardado en el bolso era mi cobija de lana, la usamos como rebozo.

También llevaba mis aretes y collares porque era un evento de gala”, recuerda Yatahli Otilia Rosas Sandoval, artesana de San Andrés Chicahuaxtla que fue discriminada por , quienes le impidieron el acceso a un evento donde la artista sería premiada, pues la confundieron con una vendedora ambulante porque vestía su huipil, que para la nación triqui es un pilar de su identidad.

No es la primera ocasión que confunden a Yatahli con una vendedora ambulante. Hace un año vivió algo similar cuando recibió un reconocimiento en el Gran Premio Nacional de Arte Popular 2021, en Oaxaca.

“Mi compañera Lucía y yo estábamos sentadas en el zócalo, arreglando algunos documentos, cuando se nos acercan unos policías y nos preguntan: ‘¿Qué van a vender?’. Le explicamos los motivos de nuestra visita, pero el oficial no lo creyó. Luego, cuando caminaba hacia el lugar tampoco me dejaban pasar”.

La artesana recuerda que los elementos le dijeron que no podía pasar porque “iba a vender”, por lo que nuevamente tuvo que explicar que no iba a eso, de la misma manera que ocurrió en la Ciudad de México.“¿Por qué dan por hecho de que si vas con tu huipil, vas a vender?”, cuestiona y lamenta que las personas triquis no puedan transitar libremente por las calles sin que se les niegue el libre tránsito por su vestimenta. “En los dos años que he ganado este premio he sufrido discriminación y racismo”, agrega.

De acuerdo con Judith Bautista Pérez, integrante del Colectivo para Eliminar el Racismo en México (Copera) y del Centro Profesional Indígena de Asesoría, Defensa y Traducción (Cepiadet), el racismo es una práctica e ideología que reproduce relaciones de inequidad y opresión, “cuya justificación es la percepción de que diferencias físicas y culturales justifican ese trato desigual y excluyente de una población hacia otra”.

Sobre la discriminación vivida por Yatahli de parte de policías, destaca que a lo largo de años el gobierno mexicano ha creado políticas públicas que construyen una noción de homogenización, folclorizan la vestimenta y despojan de identidad a las comunidades.

Desprecio histórico

El racismo contra las personas triquis es histórico. Han sido señaladas como “salvajes”, “sucios”, “ignorantes” o “revoltosos”, prejuicios que alcanzan a toda esta nación originaria de más de 100 comunidades que comparten una gran diversidad, distribuidas en la zona de Chicahuaxtla, la de San Martín Itunyoso y la de San Juan Copala.

Joel Merino, muralista y artista multidisciplinario, narra la violencia estructural que lo ha atravesado desde siempre.

“A San Juan Copala, de donde soy, se le ha conocido desde hace mucho tiempo como una zona violenta”, narra el joven, quien recuerda que la madre de su abuela le contaba que antes no se le permitía a las familias triquis tener espacios para comercializar sus productos en los tianguis de las cabeceras municipales de Juxtlahuaca, Tlaxiaco y Putla, en Oaxaca, sin importar de la comunidad de la que fueran originarias, hasta que el general Lázaro Cárdenas comenzó a romper la brecha racial.

“Se desconoce porque principalmente se exotiza y se deja de ver la realidad que nos atraviesa”, explica el artista.

Joel recuerda que de niño, y hasta la universidad, fue sujeto de racismo y discriminación por hablar su lengua, algo que, asegura, atraviesa a todos los pueblos indígenas.

Portar con orgullo el huipil triqui, una lucha antirracista
Portar con orgullo el huipil triqui, una lucha antirracista

Con una inversión de 30 mdp, Murat inaugura la Real Alhóndiga de Antequera en Oaxaca. Foto: Juana García / EL UNIVERSAL


Orgullo como arma

Las comunidades habitadas por la nación triqui se dividen en tres variantes lingüísticas, que junto a su geografía y orografía las distinguen en la triqui alta, media y baja; no obstante, para todas la vestimenta se considera esencia de identidad.

Yatahli Otilia Rosas, artesana de Chicahuaxtla, en la triqui alta, explica que independientemente de la comunidad, en la vestimenta siempre predomina el rojo, pues en ella se plasma la metamorfosis de las mariposas.

El huipil es un traje integrado por tres piezas de tejidos de cintura; las líneas rojas son las orugas y las líneas blancas son el descanso entre los ciclos y lo que adorna el cuello en forma de triángulos con listones representa los rayos del sol sobre el centro del Universo, que es la cabeza, mientras que de atrás cuelgan listones, los cuales simbolizan los colores del arcoíris.

“Toda nuestra indumentaria está hecha con telar ancestral de cintura, que han hecho nuestras abuelas; es como vamos bordando. Por eso nos lleva mucho trabajo realizar un huipil”, dice sobre la prenda, a la que dedican hasta un año de trabajo.

En octubre, Yatahli fue galardonada con un Premio Especial en el concurso Gran Premio Nacional de Arte Popular 2022, por una pieza que rescata parte de la indumentaria masculina: Cotón Nánj nï'ïn-Triqui.

“Los hombres en mi comunidad perdieron el traje, entonces lo que hice fue una pieza de rescate, donde incluyo la iconografía que se usa en los huipiles, con hilos teñidos de tintes naturales de la región”, explica.

Para la premiación, celebrada en el Museo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Yatahli usaba su traje de gala. “En estos eventos hay que lucir nuestros trajes porque es parte de nosotras”, dice con orgullo. Y agrega que por ello tratan de usarlo en todos los espacios posibles, sobre todo si se trata sobre arte textil. “El huipil es nuestro códice que no pudo eliminar el colonialismo”, declara.

Joel Merino, que también se define artesano, asegura además que portar el traje tradicional, así como hablar su lengua, es un acto de resistencia política y cultural. “Es una decisión para conservar la historia de nuestros padres y abuelos, su memoria. Sería como pisotear su sangre si no hiciéramos uso de toda nuestra cultura”, menciona.

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