Eduardo Silva, sacerdote jesuita, dejó la Sierra Tarahumara tras más de 10 años de servir a la comunidad por amenazas que ponían en riesgo su vida.
En su tiempo en la sierra conoció a los padres Javier Campos y Joaquín Mora, asesinados el lunes en el templo de la comunidad de Cerocahui, junto al guía turístico Pedro Palma.
Describió la pérdida de sus hermanos jesuitas como una profunda tristeza y los recordó como personas que procuraban la vida de los demás en la región, incluso llevando comida a los pobladores que no podían transitar por la zona.
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“Yo llegué a vivir en 2007 [a la Tarahumara] y hasta hace tres años salí de esa comunidad”, narró el padre Silva, de 54 años, a EL UNIVERSAL.
Recordó que desde que llegó a la comunidad de Samachique, municipio de Guachochi, la violencia era constante, sin momentos de tranquilidad, y a raíz de la inseguridad los habitantes tenían que desplazarse. Con frecuencia se escuchaba que había “levantones” en la sierra.
La orden de los jesuitas no estaba exenta de la violencia, por lo que tuvieron que idear métodos para poder identificarse y no ser agredidos por los grupos armados, lo que hasta el lunes pasado se había respetado.
“A los religiosos a veces nos confundían con las personas de la sierra, y decidimos ponerles calcomanías de la diócesis a las camionetas para que no fuéramos molestados tanto en los retenes o perseguidos por sospechas. Y eso nos ayudó como institución a que nos respetaran y que supieran que éramos gente de paz”, explicó el sacerdote, originario de Huaniqueo, Michoacán.
Con estos distintivos lograron que al pasar de un territorio a otro los grupos armados no los agredieran. Hasta la fecha, asegura, no ha habido conflicto en esos puntos de tránsito.
“Como la región está dividida, tienen límites [los grupos armados]. Entonces, cuando pasábamos de una región a otra con esos logotipos no tuvimos ningún problema”, comentó.
A pesar del riesgo latente, Eduardo Silva sostuvo que podían sobrellevar sus actividades porque “se respetaba la vida”.
“Después de 2007 hasta la fecha todas las áreas turísticas no le habían faltado el respeto a un turista. Hasta ahora se presenta esta situación del guía”, lamentó.
El sacerdote define a los pobladores de la Sierra Tarahumara como gente buena, trabajadora y honesta. Sin embargo, hay algunas personas que al drogarse provocan estas atrocidades.
“Lamentablemente, a veces cuando se sobrepasan de droga, de alcohol o de alguna sustancia pueden pasar estas atrocidades, pero por lo general siempre hemos sabido convivir con ellos. Siempre nos pedían los familiares que bautizáramos, que les hiciéramos la primera comunión, siempre habíamos sido respetados”, comentó.
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La salida de la sierra
A pesar de estas precauciones, las amenazas persiguieron a Eduardo Silva por más de un año, hasta que consiguió su cambio de sede.
Impedido por la confidencialidad a la que están obligados los sacerdotes cuando los fieles les confían un secreto, Eduardo Silva omite los detalles sobre lo que lo obligó a salir de la sierra.
“Estaba pidiendo mi cambio desde hace cuatro, tres años, por las amenazas de muerte que tenía. A pesar de que había respeto no me sentía a gusto ni en paz, así que pedí mi cambio para no estarme desgastando”, recordó el religioso.
Explicó que pudo sobrellevar las amenazas gracias a que se sentía protegido por su comunidad en Samachique, que apenas tiene mil 500 habitantes.
Eduardo Silva señaló que, a pesar de la violencia, los religiosos permanecen en las comunidades para brindar un servicio espiritual a la gente y, más que eso, que tengan un desahogo sobre lo que viven día a día.
“Que puedan comentar en privado sabiendo que no vamos a decir nada, que todo lo que nos digan es confidencial. Ellos (los pobladores) lo consideran muy importante”, explicó.
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