Tlayacapan.— En la tierra de los chinelos y el barro, los alfareros tradicionales responden a quienes advierten de los daños en la salud por usar esmalte con plomo: “Aquí nadie se ha muerto. El plomo nunca perjudicó al ser humano”.

En Tlayacapan, Altos de Morelos, hay unos 60 alfareros y de ellos unos 20 siguen trabajando con el esmalte con plomo porque, por ejemplo, en cazuelas moleras los clientes piden que sean brillantes y con el color representativo de Tlayacapan, que es como colorado, oscuro.

Son hombres y mujeres que por generaciones han cohabitado con la greta, el polvo que contiene óxido de plomo y sílice que, disuelto en agua, sirve para abrillantar los platos y cazuelas de barro.

“Desde hace muchos años nuestros ancestros trabajaron con la greta y no pasó nada, ellos murieron de 90 y 100 años”, sostiene Édgar Muñoz Ortiz, director de Desarrollo Artesanal de Tlayacapan.

Indica que a la mayoría de sus compañeros les han realizado estudios y los resultados son de altos niveles de plomo, pero el cuerpo se siente normal, sin que presenten efectos secundarios por causas del plomo. “Hasta ahora no sabemos de niños nacidos con malformaciones. Yo soy tercera generación y estoy completo”, comenta en tono sarcástico.

Juan Allende Rojas, un artesano que coexiste con el polvo con plomo desde hace 48 años, lo secunda y habla de un posible boicot de grandes empresas por desprestigiar la producción abrillantada con greta, y hasta de un complot para cerrar el mercado de las cazuelas de barro para posicionar la venta de las vasijas de peltre y con antiadherentes.

La pobreza de su familia limitó la educación de don Juan hasta la primaria y lo dirigió hacia la elaboración de cazuelas, platos, ollas, jarros y otras piezas en barro barnizadas con greta.

En su taller rústico forrado con lámina de cartón y cubierto con telas y madera, danza la greta por el aire y todo lo que hay en ese cuarto de 24 metros cuadrados; está impregnado del polvo.

Lo sabe, lo siente en sus manos, pero se niega a reconocer el peligro que corre su salud por el uso. En el suelo ordena sus piezas y al otro día prepara su horno rústico para “chamuscar” o “sancochar” la pieza, lo que significa un primer quemado para cohesionar el barro.

Al otro día prepara el barnizado y a mano limpia, sin cubrebocas o máscara de oxígeno, la greta y la vacía en una vasija con agua. Mezcla, bate con sus manos y a cada nuevo vaciado, el polvo surca por el aire y se hospeda en ropa, láminas y barro.

El suelo recibe las partículas del químico y luego revolotean en el aire al paso de las personas que caminan en el taller.

Cinco minutos después, Juan logra la consistencia de la mezcla y ahora toma las piezas de barro, las zambulle en la vasija de uno y otro lado para lograr el barnizado. En la primera quemada el fuego alcanza los 500 grados en un tiempo de dos horas a tres, para que el barro se ponga al rojo vivo y no salga tiznado o humeado; en la segunda quemada el barro esmaltado alcanza entre los 800 y 900 grados.

“¿Y no le hace daño trabajar sin protección?”, se le pregunta. “Hace unos años vinieron estudiantes del Politécnico, de la UAEM y la UNAM y me dijeron: ‘No les hagas caso porque nosotros hemos hecho análisis y el más tóxico fue el cobre, el aluminio, el peltre, el teflón y al último las cazuelas’. Para el gobierno fueron las cazuelas para apoyar a los empresarios americanos del peltre y aluminio, esa fue la razón verdadera”, afirma don Juan.

Netzy Peralta, coordinadora de Operaciones de Barro Aprobado, auspiciado por la organización civil Pure Earth, trabaja con grupos de alfareros de distintos estados del país para crear conciencia de cambiar la greta por esmalte sin plomo, y asegura que ahorita es casi seguro que todos los productores de barro que usan greta registren altos niveles de plomo en la sangre.

Sin embargo, también hay alfareros que comenzaron el proceso de cambio a esmalte sin plomo y redujeron hasta 52% sus niveles de intoxicación, y en esa medida hay casos de niveles de cero, asegura.

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