Teocaltiche.— Agustín sufrió en carne propia el infierno de estar secuestrado por miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJGN); es uno de los pocos que vive para contarlo.

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Es una de las muchas víctimas que han sido privadas de su libertad en el vértice entre Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes, zona controlada por el grupo criminal y que, aseguran los pobladores, está abandonada por las autoridades estatales.

La historia

Agustín tiene 26 años. Estuvo cautivo casi siete meses por una célula del CJNG.

Sus pasos son lentos y sólo guiados por una mirada en picada, casi perdida, entre las empedradas calles de Teocaltiche. Su cuerpo no deja de temblar y aprieta las manos.

A días de haber sido liberado decide romper el silencio y narra a EL UNIVERSAL el infierno que vivió, dice, sólo por ser habitante de Teocaltiche.

El joven era repartidor de una empresa refresquera y junto con su compañero desayunaba ese 3 de agosto de 2022 en la localidad de Rancho Nuevo.

Entre 10 y 11 de la mañana, sujetos fuertemente armados y encapuchados descendieron de varias camionetas, los abordaron y se los llevaron.

“De repente llegaron por nosotros y nos levantaron. Se puede decir que nos secuestraron”, señala la víctima.

“Después nos llevaron a un lugar, no sé qué lugar era y nos empezaron a interrogar sobre cosas que pues no, ni en cuenta, y nos golpeaban por no contestarles lo que ellos querían”, narra.

Platica que luego de varias horas de torturarlos, por una razón que desconoce los criminales dejaron en libertad a su compañero, del que ya no supo más.

Agustín recuerda que fue esposado de pies y manos y atado con una cadena al techo de ese cuarto que era demasiado frío por las mañanas y noches, pero caluroso por las tardes.

“No había cama, no había nada. De hecho, todo el tiempo dormí en el suelo y con los ojos vendados”, describe el joven.

Explica que, aunque había perdido la noción del tiempo, intuía que acababa un día y empezaba otro cuando los secuestradores abrían o cerraban las ventanas.

Cuenta que fue torturado cuatro días. Los criminales querían que reconociera que era parte de otro cártel: “No les decía nada de lo que querían porque no lo sabía y como querían otra respuesta y no les agradaba lo que yo contestaba, eran golpes y golpes”.

Durante ese tiempo, los delincuentes no le daban de comer ni agua para que se hidratara y fue hasta el quinto día que le acercaron algo de comida chatarra.

Relata que se hizo a la idea de que en algún momento lo iban a matar, pues ya era mucho el tiempo que llevaba secuestrado.

“Yo decía: ‘que no le pase nada a mi familia, lo que me pasa a mí no importa’, pero yo sí pensaba a diario que ya no voy a regresar con mi familia.

“Lo que más quería era volver a mi pueblo, pero sí me miraba muerto y gracias a Dios aquí estoy otra vez”, dice con miedo aún en la voz.

Agustín dice que en la casa donde estuvo había más personas secuestradas, y que otras fueron asesinadas, e incluso llegó a cruzar palabras con víctimas de secuestro.

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La liberación

Así pasaron casi siete meses, hasta que fue liberado el 27 de febrero.

“De repente llegaron y me dijeron: pues ya te vamos a dejar ir, pero con una condición, querían que yo trabajara para ellos”, revela.

El joven explica que se quedó callado y los delincuentes le dieron un número de teléfono al cual debía comunicarse con ellos, como informante.

“Me sacaron de la ciudad y ya me dijeron: ‘Pues llégale como tú puedas a tu pueblo, nosotros no te vamos a llevar hasta allá’”.

Agustín comenta que en cuanto pudo abrir los ojos se dio cuenta de que había estado secuestrado en Tepatitlán, Jalisco.

Tuvo que caminar al menos ocho horas, ya que la gente de las localidades tenía miedo de ayudarlo, hasta que unos habitantes de Teocaltiche lo reconocieron, lo ayudaron y pudo llegar a su casa para reunirse con su mamá y sus tres hermanos.

Recuerda que eran interminables los abrazos y el llanto de ese reencuentro, el cual no creía que era una realidad.

“Fue una felicidad muy grande. No sé ni cómo explicártelo, pero sí, pues sí me dio mucho gusto volver a ver a mi mamá y a mis hermanos”, enfatiza.

Ahora, para Agustín sólo queda una última carta, si las autoridades federales no mandan seguridad para su municipio: huir con su familia a Estados Unidos, como han hecho muchas otras.

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