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“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”

La familia Jarquín no dejó de trabajar pese al confinamiento social, “fueron los clientes los que se apagaron”, dicen; confían en que la situación económica mejorará y su producto se comprará como antes

FOTOS: MARIO ARTURO MARTÍNEZ. EL UNIVERSAL
29/08/2020 |23:10Mario Arturo Martínez |
Redacción El Universal
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Miahuatlán de Porfirio Díaz.- Vito Irineo Jarquín tiene 83 años. Todos lo conocen como Marcelino, el nombre que le impuso el cura en su bautizo. Marcelino es mezcalero y trabaja en su pequeño palenque ubicado en el pueblo donde nació, La Pila, en Miahuatlán de Porfirio Díaz, un municipio de la Sierra Sur de Oaxaca.

El primer acercamiento de Marcelino al mezcal fue cultivando la tierra. Aprendió a arar cuando tenía menos de 15 años, desde ese momento hasta hoy no ha parado de trabajar. Tuvo cuatro hijos, dos trabajan con él en la producción del mezcal, Silverio y Eleazar, quienes aprendieron de su padre todo lo que necesitan saber.

Hoy, Silverio y Eleazar son la fuerza que mueve el palenque. Eleazar migró de joven a Estados Unidos y apoyó económicamente para consolidar y actualizar el palenque familiar, ahora está de regreso trabajando codo a codo con su papá y su hermano.

Su fuerza es necesaria precisamente ahora, cuando la crisis económica derivada de la pandemia de Covid-19 ha derrumbado las ventas del mezcal y se necesitan de todos los brazos para repuntar el negocio familiar.

“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”

“Tres meses pasamos sin vender ni un litro” cuenta Silverio mientras trabaja cortando maguey en el campo resguardado detrás de su cubrebocas.

Los principales clientes de esta familia de mezcaleros se encuentran en Miahuatlán y las comunidades aledañas, fue por eso que los litros de mezcal dejaron de correr, pues en Oaxaca los pueblos blindaron sus accesos para no permitir la llegada del virus. 

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Aunque los cierres carreteros como medida de autoprotección no afectaron la producción de mezcal, sí complicaron que se pudiera mover el producto que nunca se dejó de destilar de la forma ancestral.

“Aquí tenemos todo para trabajar, el agave, el palenque, todo. Los clientes fueron los que se apagaron. Las fiestas patronales, los cumpleaños y demás celebraciones se detuvieron, eso fue lo que más nos afectó, no se vendía nada” cuenta Silverio.

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Según habitantes de la comunidad, antes de la pandemia la gente llegaba a comprar entre 20 y 50 litros de mezcal, pero ahora, quien se acerca puede pedir desde medio o un litro.

“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”
“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”

Tradición de más de un siglo


Amanece en La Pila. Marcelino y sus hijos ya están al rededor del horno trabajando. Han esperado varios días para poder encenderlo, pues las constantes lluvias no lo han permitido, las piñas de maguey ya cortadas y listas esperan a un costado del horno.

El horno, un gran hoyo en la tierra, está hecho especialmente para cocer el maguey, y éste en particular lleva más de cien años sirviendo a la familia Jarquín. 

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“Mi abuelo hizo el horno, él ya producía mezcal aquí, nada en este horno ha cambiado, aquí jugábamos de niños a darle vueltas” recuerda Silverio.

El horno no ha cambiado y la manera en la que estos mezcaleros producen la bebida tampoco. El proceso es completamente tradicional, desde la siembra de los magueyes, su crianza y el corte, basándose en las fases de la luna, respetando el conocimiento tradicional.

“Tenemos que cortar el maguey en luna creciente, la sazón del maguey es mejor, también su producción, es el punto. Esa es la tradición que tenemos, le tenemos fe al conocimiento de antes” relata Silverio.

“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”
“Pasamos meses sin vender ni un litro de mezcal”

Entre los habitantes de La pila es común ayudarse, ya sea en la siembra, el corte de maguey o en el cerrado del horno. “Casi no hay trabajadores y los pocos que hay quieren ganar mucho y no sale, por eso mejor nos ayudamos entre vecinos,” explican. 

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