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El proyecto de Tren Maya se enfrenta a otro obstáculo para su desarrollo: las características geológicas de los suelos de la península de Yucatán, que guardan en sus entrañas miles de kilómetros de sistemas de cuevas, galerías y cenotes.
Los suelos están compuestos por piedra carbonatada, que deja pasar el agua y poco a poco se va disolviendo hasta formar estos cuerpos subterráneos que conforman la reserva de agua dulce más grande del país, por lo que para la construcción del tren es indispensable conocer la ubicación exacta de estos cuerpos de agua, a fin de evitar dañarlos, pero también prevenir accidentes por la obra.
Señala que ubicar el sistema de cenotes que hay bajo el trazo del tren es difícil, más si se considera que desde los años 80, los buzos espeleólogos han localizado una red de mil 500 kilómetros de cuevas. “Es muy difícil tener un mapeo completo de estas cuevas, armar el rompecabezas para saber dónde están. En Quintana Roo el 100% de vías serán nuevas, y si van por el trazo que presentaron, pasaría precisamente sobre dos sistemas de cuevas: Sac Actun y Ox Bel Ha”, explica.
Monroy Ríos, quien ha estudiado por 15 años los cuerpos de agua subterráneos de la península, señala que estas redes de cuevas son conocidas entre la comunidad espeleológica internacional porque son los sistemas subacuáticos más grandes del planeta y ahí se han hallado restos humanos anteriores a los mayas.
No es in impedimento. Acota que esta situación geológica no es suficiente para impedir el proyecto, sino que se trata de un reto técnico en el que los constructores deberán definir cómo pasar sobre esas cuevas.
“Hasta ahora no hay datos de cuánto aguantaría el suelo. Las normas mexicanas de construcción no están hechas para esa geología. En estos terrenos puedes meter un núcleo de construcción y al lado puede haber una cueva o un cenote, es muy heterogéneo”, detalla.
Para que el tren pase por esta ruta frente a las costas del Caribe, el hidrogeólogo considera importante que se tenga toda la información sobre estos terrenos, “porque los colapsos son impredecibles”. Esto, agrega, requiere de años de estudios especializados y mapeo subterráneo que nunca se han realizado a gran escala en la región porque el gobierno mexicano no ha mostrado gran interés.
Como ejemplo menciona que para determinar la existencia de un cuerpo de agua debajo de la pirámide de Chichen-Itzá, especialistas tardaron tres años en interpretar los datos de un área de 70 por 70 metros cuadrados.
Dice que un proyecto de esta magnitud no se ha creado sobre cuevas y cenotes como las de estos suelos. A largo plazo a las vibraciones del tren y los daños que la obra cause al subsuelo se sumarían los núcleos urbanos que se lleguen a asentar y que, entre otras cosas, requerirán extracción de agua.