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Tecolutla.— Cada año, al salir el sol, decenas de personas, desde ancianos hasta niños con un cestito entre las manos, se acercaban a la orilla del mar, se agachaban y soltaban una a una las crías de tortugas; sin embargo, por más de cuatro meses, no hubo esta experiencia para los turistas ni ingresos para quienes se encargan de protegen a estos animales en esta localidad veracruzana.
El 20 de marzo pasado, Tecolutla cerró su acceso a la playa para evitar contagios de Covid-19. Con ello, la comunidad perdió su actividad insignia: el campamento Vida Milenaria, que cuida huevos de tortuga hasta su nacimiento —su fuente de ingresos más importante—, pues los turistas no pudieron liberar a estas especies recién nacidas por un espacio de 138 días.
Aunque hoy la playa ya está abierta, la nueva normalidad impide ver lo que sucedió durante la cuarentena, pues la tarea de proteger tortugas debía seguir con o sin gente, de la misma manera en la que Fernando Manzano comenzó esta actividad hace 46 años.
Él es activista oriundo de Tecolutla y fundador de lo que hoy es Vida Milenaria. Junto a Irma Sandoval logró que su labor fuera remunerada y autosuficiente, pero cuando llegó el Covid, terminó esa salud económica y señala que, al igual que le pasó a otras familias de la comunidad, las deudas aparecieron.
En contraste, Fernando explica que el escenario para las tortugas es más alentador, pues podría haber cifra récord de liberaciones.
En las temporadas pasadas —que van de marzo a noviembre—, el número variaba entre 70 y 80 mil liberaciones.
Este 2020, derivado de haber encontrado 100 nuevos nidos por la falta de humanos, se podrían sumar 10 mil nuevas crías.
Sin ingresos durante la pandemia, Irma, Fernando y otros ocho trabajadores tuvieron que reducir su sueldo a la mitad, pues los gastos para proteger a las tortugas también incluyen la compra de materiales, gasolina y reparaciones, que implican recorrer todos los días 34 kilómetros de playa en ocho vehículos en busca de nidos.
“Mi gente es de escasos recursos y les dije: ‘La mitad del sueldo o váyanse a sus casas’, pero respondieron que qué chingados iban a hacer allá”, relató Fernando.
En el campamento se protegen tres especies clasificadas como “en peligro de extinción, según la NOM-059-SEMARNAT-2010: Lora, Verde y Carey.
La primera es el animal insignia, es la que más crías deja, la única en el mundo que puede desovar en horarios diurnos —lo que la hace más vulnerable— y además es endémica del Golfo de México.
Este año, según la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), el primer nido de tortuga Lora en la entidad se registró el 18 de marzo, precisamente en Tecolutla, una de las 33 playas de anidación en Veracruz, que son protegidas por 28 campamentos.
Incluso este mismo organismo refirió en otro artículo de 2019 que la tortuga Lora fue una de las especies que más cerca estuvo de la extinción al pasar de los 800 nidos en los años 80, en todo el país, a tener más de 16 mil en 2018.
Nueva normalidad
Aunque a Aurora, hija de Fernando e Irma, se le ocurrió hacer liberaciones en línea durante la cuarentena, con un costo de recuperación de 100 pesos, Fernando señala que los ingresos no fueron ni la décima parte de cuando hay turismo, por eso, asegura, fueron más simbólicos que de ayuda.
El pasado 4 de agosto, Vida Milenaria abrió sus puertas, pero con un cambio en las reglas debido a la nueva normalidad.
Hoy el campamento permite grupos de 20 personas —el equivalente a unas cinco familias—, con previa reservación. En fines de semana, que es cuando hay más gente, se hacen dos o tres turnos, que comienzan a las 7:00 horas y terminan a las 10:00.
Antes de ingresar, todos deben usar cubrebocas, se les toma la temperatura con termómetro láser, se les da gel antibacterial y escuchan una plática de conservación respetando la sana distancia. Luego, para poder liberar, se debe comprar un objeto alusivo a las tortugas en la tienda del campamento para así obtener un pase.
Una vez teniéndolo, la gente recibe en sus manos una pequeña caja de plástico de colores con una tortuga. Los animales se dan al público de esa manera porque, según regulaciones de Semarnat, las personas no deben tocarlas.
Era normal ver que bañistas sin su pase atestiguaran el evento, pero las aglomeraciones ya no son una opción.
Fernando dice que los gastos ya van saliendo y, aunque los sueldos siguen a la mitad, ya pueden dar más apoyo en especie a sus trabajadores. Con el semáforo epidemiológico en naranja para la entidad, espera que la fiesta no vuelva a detenerse, pero reconoce que la pandemia ha sido un escarmiento para entender que la naturaleza también necesita vacaciones.
apr