Tehuantepec. El centello de cirios y veladoras coincide con el abrir y cerrar de los humedecidos ojos de los integrantes de la familia de Osmara, cuya fotografía, envuelta en un huipil tejido de tulipanes rojos, forma parte de la inmortalidad, al lado de la Virgen de Guadalupe.

Ambas imágenes están colocadas en una pequeña mesa cubierta con mantel blanco (Lari Bidoo), como lo dicta la tradición zapoteca, y resguardada por cuatro cirios y una cruz de flores que prácticamente cubre el piso de la pequeña sala donde desde el lunes se realizan rezos por una vida arrancada.

En el barrio Lieza, entre caminos pedregosos y pequeñas viviendas que aún siguen en construcción, la familia de Osmara, asesinada el primer día del último mes del año, vive el luto con temor porque, aseguran, han recibido amenazas de muerte si testifican en contra de Alfonso, la pareja de la joven, el hombre que le disparó a la cabeza y la dejó tendida a media calle, entre ladridos de perros y la indignación de los vecinos.

La familia de Osmara, de origen chontal, llora, está indignada, pero también temerosa. “Sólo queremos justicia”, dice una de las mujeres a EL UNIVERSAL.

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“No queremos venganza, pedimos justicia y tenemos miedo porque andan diciendo que van a darles dinero a las autoridades para que suelten al asesino”, denuncian con angustia.

Hasta agosto de 2019, 12 meses después de que se decretó la en cinco municipios del Istmo, incluido Tehuantepec, otras 30 mujeres fueron asesinadas en la región, la mayoría del pueblo zapoteca, según la asociación Consorcio.

Vida de violencia

Osmara no terminó la secundaria. Apenas cursaba el segundo grado cuando fue raptada “con fines matrimoniales” por Alfonso. Ese 31 de diciembre de 2014, ella tenía 14 años, a unos días de cumplir 15. Por ser menor de edad, el matrimonio nunca llegó, “su familia no estuvo de acuerdo y no se casó”.

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Cinco años después, Osmara cumpliría 20 años el próximo 15 de enero, pero no lo hará porque Alfonso decidió pegarle un tiro. Ahora sólo vive en una foto en la mesa de imágenes religiosas, en el mismo sitio donde su familia levantará la cruz de flores para llevarla al panteón de Dolores.

“Nunca estuvimos de acuerdo que se casara o viviera con él. Ella llegaba aquí a visitarnos, traía golpes en la cara y el cuerpo, pero siempre decía que se pegaba con la puerta, con la ventana, o que tropezaba y se lastimaba”, relatan.

Alfonso fue detenido el mismo 1 de diciembre. Estaba en su domicilio de Santo Domingo Tehuantepec, con lesiones en el cuello como si hubiera querido colgarse.

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Fue vinculado por agravado y en 10 meses un juez le dictará sentencia. Mientras, estará en el Centro de Readaptación Social de Tehuantepec.

La familia de Osmara llora y siente miedo de las amenazas. Y sobre todo, de que la justicia para Osmara no llegue, por ser pobre y por ser indígena.

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