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El Pericón, Tecoanapa.— Al lado de la casa de don Ezequiel Mora Chona, en esta comunidad, está la de su madre, Brígida Chona López. La vivienda está abandonada, llena de polvo, con las paredes sucias; ahora, una veladora de un pequeño altar ilumina el salón más amplio.
Hace dos años, en 2017, cuando murió doña Brígida, quedó vacía, aunque en realidad comenzó a quedarse sola desde hace cinco años, cuando su hijo menor, Alexander Mora Venancio, salió a estudiar a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa.
Hasta ahora, Alexander es el único de los 43 estudiantes desaparecidos identificado por una muela y un pedazo de hueso encontrados en río de Cocula.
Alexander y doña Brígida vivían juntos porque en la casa de Ezequiel el espacio era muy reducido para albergar a los ocho hijos.
Doña Brígida murió sin saber que a Alexander lo desaparecieron policías y presuntos criminales en Iguala la noche del 26 de septiembre del 2014.
Y Alexander, seguramente, no sabe que su abuela murió.
Pero esa casa no es la única que se está vaciando, la de atrás también. En abril de 2018 murió en un accidente automovilístico Irene Mora Venancio, hijo mayor de don Ezequiel.
Ahora, ahí sólo vive su nuera con sus dos nietos, aunque la primera ausencia en la familia fue hace 10 años, cuando murió su esposa Delia Venancio Niño, por diabetes.
“Mi vida ha estado media pesadita, pero para dónde jalamos. No hay para dónde, así que aquí andamos”, dice don Ezequiel, sentado en la puerta de su casa, en la Costa Chica de Guerrero.
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Don Ezequiel pasa sus días buscando algo de tranquilidad, pero no la encuentra. De todas las pérdidas que ha tenido en los últimos años, la de Alexander es la que le taladra la cabeza a diario.
“Esto de la desaparición es muy difícil. A mi esposa yo la enterré, yo sé dónde está. Cuando estaba enferma hice todo lo que puede para ayudarla, pero ahora con Alexander no sé nada.
“Uno no sabe si está vivo o muerto. Si lo mataron, ojalá lo hubieran dejado ahí tirado pegado a la carretera para que yo lo encontrara.
“Si los tienen [a los 43 normalistas] trabajando, pues ya qué, con que vivan está bien, ojalá que les den de comer, aunque sea poco, ya ve que son muchos. En eso pienso mucho. ¿Dónde me lo dejaron? Eso no me deja tranquilo”, dice.
Don Ezequiel trabaja en su milpa. Este año sembró maíz criollo e hibrido con su hijo Hugo. Esperan cosechar lo suficiente para todo el año e, incluso, para vender lo que reste.
Cuando ya no quiere pensar tanto y olvidar lo sucedido, le habla a un amigo y le pide que lo deje trabajar en los taxis colectivos de la ruta Tecoanapa-Ayutla. Es escape dura un poco. En esos rumbos casi todos lo conocen; muchos saben que Alexander está desaparecido y casi siempre le hacen una pregunta que don Ezequiel no quiere responder: “¿Y qué sabe de Alexander?”.
“Me agüito cuando me preguntan por Alexander, ahí sí vuelvo a sentirme mal, trato de contestarles bien, pero a veces no quisiera que me preguntaran”, dice.
Hugo es el hermano mayor de Alexander y ha estado cerca de don Ezequiel en estos años. Es uno de los que lo animan a que salga, a que no se encierre.
Don Ezequiel encontró en sus nietos, Gael y Larisa, hijos de Irene, su hija mayor, una forma de estar activo.
“Esos chamacos le han dado fuerza a mi jefe, ahí los trae para todos lados, los lleva para donde le dicen”, cuenta Hugo con una sonrisa tímida.
En estos cinco años, Don Ezequiel ha soñado en tres ocasiones con Alexander: en la primera lo vio entrar a la casa de su madre, no se dijeron nada, sólo lo vio.
En la segunda, don Ezequiel arreglaba el techo de la casa y en eso se subió Alexander. Le preguntó que qué hacía en la casa: “¿Qué tú no estás desaparecido?”, le dijo. El Alexander del sueño no le respondió, no le dijo nada, sólo sonrió.
En el último sueño, cuenta, vio a Alexander llegar con su gorra y su machete y le preguntó que dónde andaba. Alexander esa vez le dijo: “Nos golpearon mucho, papá, nos golpearon mucho”. Después de esos sueños, relata Hugo, “pues me pongo a pensar que aún vive, que los tiene trabajando, por eso que los huesitos nunca llegaron”.
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“Esa noche del 26 [de septiembre de 2014] yo no supe nada, como no teníamos televisión, al otro día me fui a trabajar al taxi. Me di cuenta la tarde del 27 por las noticias, escuchamos que eran como unos 50 los desaparecidos. El 28 me fui a Ayotzinapa, llegué en la tarde. No sabía ni dónde estaba la normal, nunca había ido, pero me fui pensando en que Alexander estaba bien.
“Llegué, pregunté por él y me dijeron: ‘Acá no los conocemos por nombres, díganos su apodo’. Su camarada en el pueblo le decía Piedra, y les dije: ‘Piedra’. Me dijeron: ‘Es el Roca’. Y pues es lo mismo, Piedra o Roca... Y pues me dijeron que era uno de los que no encontraban.
“Después llegaron mis hijos, dos, ellos estuvieron mucho tiempo conmigo. Diario se me soltaban las lágrimas. Siempre estuve esperando verlo entrar y hasta la fecha no llega”, relata Don Ezequiel.
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Una vez, se planteó la posibilidad de que Alexander volviera a su casa. Don Ezequiel se preparó para recibirlo. El 6 de diciembre de 2014 montó un altar en medio de la casa, pero su hijo no llegó.
Ese mes, la entonces Procuraduría General de la República (PGR) informó que con una muela y un pedazo de hueso encontrados en río de Cocula identificaron al normalista Alexander Mora.
La identificación la confirmó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), después de que los restos fueron enviados para ser analizados a la universidad de Innsbruck, en Austria.
“Desde hace cinco años, el gobierno dijo que me iban a traer los huesitos. Primero me dijeron que en 15 días, después que tres semanas y nunca llegaron. Incluso hasta los estudiantes me habían dicho que querían hacer un muro para poner una placa con su nombre. Pero nunca llegó el huesito. Desde ahí ya no les creí nada, son unos chismosos los del gobierno. Luego vi el video... que todo fue sembrado. Tomás Zerón hizo todo”.
Tras la identificación, don Ezequiel se retiró unos meses de la movilización. Fueron días de encierro, de tristeza. A su casa llegaron muchos amigos y familiares a darle ánimo para que volviera a salir. Cuando los restos de su hijo no llegaron, don Ezequiel volvió a las manifestaciones para exigir justicia y la presentación con vida de su hijo y los otros 42 normalistas.
Este año, don Ezequiel tomó distancia con el movimiento por dos razones: una, a finales del año pasado llegó de Estados Unidos uno de sus hijos, Godofredo, muy enfermo. Él vive con don Ezequiel, pero se ve diferente a los demás hermanos. Y la segunda: no tiene dinero.
A don Ezequiel la incertidumbre de no saber si Alexander está vivo o no lo carcome y lo confunde.
Se pregunta por qué no le han entregado los huesos, dónde están los demás restos, por qué sólo identificaron los restos de Alexander y los de los otros 42 estudiantes no.
Por momentos, no sabe si dar por muerto a Alexander o aferrarse a la esperanza. “Muchos de los papás aún piensan que sus hijos están vivos”, afirma don Ezequiel.
—¿Usted qué piensa?
—Yo digo que no. He pensado que no viven, afirma.
—Si el gobierno no puede traerle los huesos, ¿eso quiere decir que todavía hay una posibilidad?
—Pues sí, en eso me conformo, luego pienso que sí está vivo, porque el gobierno me engañó, nunca me han dicho “mire aquí está el huesito”.
—¿Desde cuando el gobierno no habla con usted sobre Alexander?
—Desde diciembre de hace casi cinco años, menciona.
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La tarde del 16 de septiembre de 2014, don Ezequiel no alcanzó a despedirse de Alexander. Habían hablado por la mañana y quedaron de verse antes de que se fuera.
“Le dije que le echara ganas, yo no quería que se fuera. Le dije que no tenía lana; me dijo que (...) no me preocupara, aún así le di dinero, como 600 pesos”.
Ese día llegó de trabajar y Alexander ya se había ido, corrió a alcanzarlo, pero no lo logró. Ya no lo volvió a verlo. Esa sensación aún está muy presente en la casa de los Mora Venancio.
Hugo, su hermano, siente lo mismo: “La última vez que lo vi, me pidió un microcomponente. Puso puras canciones tristes (...) Me quiero echar una cerveza, me dijo. Le dije que no, pero uno qué iba a pensar que iba a pasar algo. Ahora me arrepiento de no haberme echado la chelita con él”, lamenta.