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Tijuana.— Una manguera de agua fría es la “regadera” de Marlon. Con 23 años, el joven centroamericano es uno de los miles de migrantes que esperan en Tijuana para ingresar a territorio estadounidense y quienes ocasionaron en este municipio una “crisis humanitaria”, según el presidente municipal tijuanense Juan Manuel Gastélum Buenrostro.
Ayer, el edil declaró que su ayuntamiento está en crisis y su gobierno es incapaz de resolver el problema.
En menos de dos semanas a esta ciudad han arribado alrededor de 5 mil integrantes del éxodo migrante.
“No voy a comprometer los servicios públicos de la ciudad, no voy a gastarme el dinero de los tijuanenses y no voy a endeudar a Tijuana, como lo hemos hecho en dos años”, señaló.
La “crisis humanitaria” tiene rostro: se trata de hombres, mujeres y jóvenes. Familias enteras que llegaron al municipio y que actualmente están concentradas en la Unidad Deportiva Benito Juárez, situada en la Zona Norte, una de las áreas identificadas con más delitos de la ciudad.
Justo ahí, los gobiernos locales han instalado las mesas de trabajo para la atención de los migrantes: se colocaron baños portátiles y colchones que, según el presidente municipal, cuestan medio millón de pesos cada día. También la Marina se ha sumado al aportar una cocina móvil en la que diariamente reparten miles de comidas y bebidas.
Gastélum Buenrostro convocó a organismos internacionales para que lo apoyen en la atención de los migrantes centroamericanos. Según sus cálculos, el municipio requiere unos 100 millones de pesos para poder atenderlos durante los próximos 5 meses, en lo que se regulariza la situación.
Al aire libre. Mientras el edil emite sus dichos, Marlon ve el tiempo pasar. Su “regadera”, la que les pudo instalar el gobierno local, le sirve lo mismo a él que al resto de los cinco mil.
En el albergue, las familias y sus casas hechizas borraron el café de la tierra que hay en la cancha del futbol de la unidad. Ya no hay portería, sólo pequeñas casas de campaña hechas con lonas de plástico que cuelgan de alguno que otro árbol.
Otros optaron por construir un fuerte con ramas y material reciclado que les permite guarecerse del viento y de la brisa, así como de un frío de hasta 10 grados.
El joven centroamericano se baña frente a miles, sin una tela que le dé la privacidad. Lo mismo pasa con las mujeres, aunque se esperan a tener un turno en el que sólo estén ellas, al final no hay ningún espacio para nadie.
“No tenemos la infraestructura suficiente y necesaria para atender con cabalidad a estas personas para darles un espacio digno”, señaló en su discurso Gastélum Buenrostro.
Burreros. En ese mismo espacio, descansa Eber, de 17 años y originario de El Salvador. Cuando puede pregunta al resto de los migrantes si conocen a un coyote o si alguien sabe el camino entre los cerros para cruzar a Estados Unidos. No quiere esperar meses —como el resto de los extranjeros y mexicanos lo han hecho— para anotarse en una lista y tomar un número hasta que el gobierno de Estados Unidos lo llame para atender su petición de refugio.
La desesperación de la lluvia, que a él y a más de 4 mil los sorprendió la noche del miércoles en el albergue, lo motivó para marchar con unas 300 personas hacia la garita El Chaparral, donde se plantaron desde el mediodía del jueves y luego se retiraron poco a poco, unos desde la madrugada y otros hasta la tarde del viernes.
Su esperanza, según dice, es hallar un burrero, una persona que ayuda a los migrantes a cruzar de manera ilegal a cambio de una mochila cargada con droga. Eber dice que en ocasiones los “narcos” les ofrecen cruzar así, sin cobrarles dinero, sino con el favor de cargar millones de pesos o miles de dólares escondidos en sustancias dentro de una bolsa.