Colotepec.— En Juan Diego, una pequeña comunidad asentada en la , no se sabe casi nada de la vacuna contra el Covid-19 que ha comenzado a aplicarse a los ancianos del país.

De lo único que están seguros sus habitantes es que confían en el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, así que, dicen, mantienen la esperanza de que llegará.

Ha pasado una semana desde el inicio de la segunda fase de vacunación, en la que se pretende inmunizar a la población mayor de 60 años, pero ninguno de los pobladores de Juan Diego se ha registrado en línea ni esperan una llamada, pues aquí no hay ni internet ni telefonía.

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Tampoco se ha presentado ningún servidor de la nación para levantar un censo.

Pero para los adultos mayores consultados por EL UNIVERSAL eso no es un obstáculo. Lo que saben de sus autoridades es que las vacunas llegarán junto con los apoyos que reciben del programa Bienestar. No saben cuándo, “sólo hay que tener paciencia”, aseguran.

Comunidad marginada

Juan Diego es una delegación municipal de Santa María Colotepec, municipio de la región Costa. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), aquí habitan 537 personas, de las cuales 23.5% son analfabetas y 54.9% no tienen completa su educación primaria.

Las cifras también indican que casi nueve de cada 10 casas no cuentan con agua entubada y al menos una carece de energía eléctrica, por lo que su grado de marginación es alto.

Mantienen la esperanza

Frente al pequeño inmueble que alberga las oficinas de sus autoridades municipales y a unos escasos 20 metros de la casa de salud vive Pascacio Cortés. Este hombre de edad avanzada apenas posee una palapa con piso de cemento sobre el que se levantan palos que sostienen un techo de láminas.

No hay paredes y el único mueble es una hamaca en la que duerme, junto a la cual se encuentran bultos con maíz. Lo que sí tiene es esperanza.

“Yo tengo confianza en nuestro gobierno, en que sí va a haber esa vacuna para todos, ancianos y más para los que están expuestos a esta enfermedad.

“Estoy esperando que ya llegue por estos contornos. Pienso que ahí voy a entrar yo, en esa vacunación, y esperamos que sea una realidad”, dice.

El anciano confiesa que no conoce nada del proceso de registro por internet ni tampoco ha recibido la visita de los servidores de la nación, con el fin de tener una lista de la población meta en la segunda fase para recibir la vacuna.

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Sin embargo, esa situación no mina su confianza y reitera la necesidad de tener paciencia. Pascasio sabe de lo que habla, pues si alguien conoce de espera son los habitantes de este pueblo: “Nosotros no contamos con recursos, somos pobres y unos más pobres. Algunos tienen la posibilidad, pero otros no”.

Lo que Pascacio agradece es que aquí la pandemia no ha llegado ni tampoco sabe de alguien de la comunidad que haya muerto a causa del Covid-19.

“Escuché la noticia de que van a ser vacunados los de la tercera edad, donde yo siento que voy a entrar porque dicen que, posiblemente, en cualquier tiempo las personas van a estar recibiendo su apoyo y van a estar siendo vacunadas”, afirma.

Pascacio necesita confiar. Sobre todo porque tiene un padecimiento que desde hace dos años ha minado su fuerza para sembrar maíz, jamaica, ajonjolí y cacahuate. Pese a ello, ahora cuenta con árboles maderables de caoba y cedro, pero apenas tienen la mitad de la edad para ser aprovechables.

“Tengo una plantación de árboles maderables, pero quiero pedir al gobierno un pequeño apoyo en herramientas, carretillas. No, mejor quisiera que me apoyara con una vivienda sencilla, porque no la tengo, tengo una palapita y ya está vieja”.

Acceso a la salud, limitado

Cástula Santiago llegó a vivir a Juan Diego a los 4 años, venían de Malucano, una localidad de San Gabriel Mixtepec.

Ella y su familia migraron porque su papá afirmaba que éste era un lugar más bonito y que allá corrían el peligro por el paso de un río.

Cástula tiene 60 años y, al igual que Pascacio, no sabe nada de las vacunas: “No salgo de mi casa porque padezco de la presión, me dan mareos. Sí me quiero vacunar porque tengo el factor edad y a esta enfermedad estoy más expuesta, pero gracias a Dios ni gripe me ha dado desde hace tres años”. detalla.

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En Juan Diego hay una casa de salud que es atendida por una enfermera, pero nunca va un médico a brindar consulta. Ella acude a la comunidad una vez cada mes o cada dos meses y sólo cuenta con el apoyo de un auxiliar, quien atiende a las personas cuando requieren un medicamento. La mujer cobra una cuota a los habitantes por darles una consulta, excepto a los de la tercera edad.

Cuando hay un enfermo grave, los habitantes tienen que arreglárselas por sí solos y buscar un vehículo para llegar a un hospital en Puerto Escondido.

Alrededor de 60% de la población es campesina y el resto se dedica al comercio y a la albañilería, otros se van a Estados Unidos y cada vez es más común que se vaya toda la familia.