Juchitán.— Aferrada a un futuro promisorio que cada vez observa más lejano, y a unos 3 mil kilómetros de Cali, en el Valle del Cauca, Paola Martínez vivió por segunda ocasión la fiesta de Año Nuevo distante del calor familiar y prácticamente en la calle, sin dinero y en medio de tribulaciones.
El año pasado, confiesa, le tocó vivir el Año Nuevo en Honduras, luego de un largo peregrinar para salvar su vida amenazada de muerte.
“Éramos tres testigos de un delito grave cometido en Colombia, mataron a dos de ellos. Entonces mi esposo, mi hija, que ahora tiene 13 años, y yo, decidimos salir de Cali para dirigirnos a Estados Unidos”, cuenta.
Desde que Paola Martínez llegó a Tapachula, Chiapas, en enero de 2024, y se instaló en el albergue Hermanos en el Camino, que fundó el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra, en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, fue víctima de inimaginables hechos que le ocurrieron entre las entidades vecinas del sur mexicano como Chiapas y Oaxaca.
“No tengo razón para celebrar el Año Nuevo”, dice, mientras relata que en más de cinco veces fue detenida y reenviada a Tapachula, que se le murió un bebé de cuatro meses por un golpe de calor en San Pedro Tapanatepec, que su pequeña hija fue violada en Santiago Niltepec y que ella, Paola, tiene un bebé de 15 días, producto de un abuso sexual.
Tristeza y nostalgia por Venezuela
“¿Qué celebraremos este fin de año?”, pregunta Carola Rojas, una madre venezolana que viaja con cinco hijos desde el estado de Guárico, en la región de Los Valles, en el centro de Venezuela, donde tenía a su cargo un pequeño salón de belleza, para ayudar a su esposo.
“Es la primera ocasión que nos agarra un fin de año fuera de nuestra casa, y es natural que nos gane el dolor, la tristeza y la nostalgia, lejos de la familia, pero ya no podíamos seguir en Guárico debido a que la economía de Venezuela se puso muy mal. El valor de la moneda se debilitó. No alcanza”, asegura.
Los niños de 17, 16, 14 y siete años de edad dejaron de estudiar y el más pequeño, de dos años, vive sin dimensionar la tragedia del migrante: la de caminar en el ardiente asfalto, bajo la lluvia, con el sol que quema la piel y el viento frío que deja enfermedades respiratorias, amén de los riesgos de morir atropellados en las carreteras, o ahogados en los naufragios en el Pacífico.
“La maña nos frenó el viaje”
Estephany Juliet, quien viene acompañada de su esposo y su hijo de cuatro años, dice que, si le hubiera nacido el ánimo de sumarse a los festejos de la cena de Año Nuevo, seguramente hubiera asistido a degustar una paella con ponche, preparada por el personal del albergue de migrantes, fundado por el sacerdote Alejandro Solalinde.
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“Mi esposo es un hombre que le hace de albañil o jornalero agrícola para ganarse la vida, veníamos con nuestro hijo de cuatro años en el autobús, desde Tonalá, Chiapas, y al llegar a la estación camionera de Juchitán nos detuvieron unos muchachos que nos dijeron que eran la maña y que nos fuéramos con ellos si no queríamos tener problemas.
“Como no traíamos mucho dinero, nos quitaron como 600 pesos y nos soltaron. Gracias a Dios, estamos bien. Vamos a esperar unos días y después seguiremos hacia adelante, porque queremos llegar a Houston, donde nos esperan familiares, pese a que el señor Trump diga que nos va a regresar”, comenta.
A San Pedro Tapanatepec, el primer municipio de territorio oaxaqueño, en los límites con Chiapas, llegaron caminando unos 200 migrantes quienes no saben nada de celebraciones, cenas o festejos y para quienes su prioridad en la primera y fría noche de este año 2025 fue encontrar un lugar adecuado para pernoctar.