Pachuca.— “No podía parar de llorar de la nada, en la casa, en el trabajo, en la calle, en donde fuera. Estaba acostumbrada a [atender] las enfermedades mentales, ese era mi trabajo como enfermera, pero nunca [lo] vi venir en mí”, relata Margarita, de 54 años, quien está diagnosticada con depresión.
Han pasado tres años desde que la vida de Margarita cambió. El 6 de diciembre de 2020, el Covid-19 le arrebató a su esposo, quien también era trabajador de la salud y con ello le trajo dolor y malos recuerdos.
Eran los días más álgidos de la pandemia y su esposo Roberto, un enfermero de 56 años, no lo pensó dos veces para salir al campo de batalla que representaba el Covid.
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El virus ya se había llevado a muchos de sus compañeros, otros habían preferido resguardarse en sus hogares al señalar vulnerabilidad por algún padecimiento, pero para Roberto no había argumento que lo quitara de su responsabilidad y continuó laborando a pesar de los ruegos de Margarita, quien le pedía que solicitara un permiso por su hipertensión.
“Recuerdo como si fuera ayer y nunca voy a olvidar que él me respondía: ‘Imagina que estamos en guerra y los soldados piden irse a su casa por miedo, entonces, ¿quién nos va a cuidar?’”, refiere.
Un año después, Roberto y Margarita se mantenían firmes en su trabajo en una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). A sus dos hijas que vivían con ellos las mandaron con los abuelos para protegerlas de algún posible contagio derivado de su trabajo.
“Yo tenía mucho miedo por una de mis hijas que cursa un problema cardiaco, por lo que decidimos que se fueran un tiempo con mis papás para no exponerlas”, dice.
El temor a contagiarse era latente, Margarita desempeñaba su trabajo en el sistema triage —el cual divide por colores los padecimientos para brindar una atención rápida, de estados críticos a situaciones menos urgentes—, mientras que Roberto atendía de lleno a los pacientes con diagnóstico de Covid-19.
Pasaban los días y aunque el miedo estaba presente, ambos permanecían sanos, pero eso no duraría. “Una mañana me dijo que se sentía mal de la garganta, tratamos de pensar que era una gripa común, ya que él se enfermaba de manera recurrente por los cambios de temperatura, pero en el fondo estábamos conscientes de que había contraído el virus, por lo que la enfermedad pronto dio paso a que fuera internado. Ya sabíamos entonces que muchos entraban, pero no todos lo lograban y él ya no salió”, cuenta Margarita, mientras las lágrimas corren por su rostro.
“Con su partida comencé a cursar depresión, primero no viví el duelo, el trabajo me absorbió y no pude pensar en que ya no volví a verlo, en que no pude despedirme, en que sólo me entregaron su cuerpo y había que sepultarlo rápido. No asimilé nada de eso, que de por sí era horrible, pero más sin poder vivir ese poco del duelo que el Covid te impedía. Hasta que mi cuerpo ya no pudo más, entonces todo estalló”.
La depresión que no vio llegar
Margarita trató de seguir su vida al lado de sus padres, quienes decidieron mudarse un tiempo con ella para acompañarla en su pérdida: “No podía, no quería llorar para que ellos nome vieran mal, yo no quería preocuparlos”, cuenta la enfermera.
“Hubo momentos en que no me quería levantar de la cama, nada me importaba, ni mis hijas ni siquiera si tenían qué comer, sólo quería taparme y dormir, ya no quería vivir. En los días que tenía que trabajar había ratos en que las lágrimas comenzaban a salir sin poder parar. Hasta que dije: ‘Ya no puedo más’, y el doctor que estaba de guardia conmigo me pidió hacer terapia, así que acudí con el sicólogo y luego con el siquiatra”.
Margarita señala que con el tratamiento comenzó a sentirse mejor, incluso sintió que podía dejar la medicación: “Yo ya me sentía bien y dije ‘pues ya salí’”; sin embargo, al paso de los días la enfermedad volvió.
“Fue peor, no pensé que el alma pudiera doler tanto, cómo curas el alma, al cuerpo le das una pastilla, ¿y al alma? Yo soy enfermera y después de que Roberto se fue dejé el Seguro Social y me cambié a otro sitio donde se atienden las enfermedades mentales, esa área de la medicina siempre me había gustado. Vi tantas cosas y nunca pensé que yo podía estar del otro lado, que podía ser la paciente”, expresa la mujer.
Margarita tuvo una mejoría y pensó que ya no tendría que pasar nuevamente por ello; sin embargo, sucedió y la recaída fue peor, tanto, que aún no puede salir de ella.
Actualmente se encuentra medicada y comenta que se siente bien, a pesar de que las fiestas decembrinas no le traen buenos recuerdos: “No voy a pensar en lo que perdí, sino en lo que tengo”, afirma Margarita.
“La depresión es una cárcel en la que estás encerrado, en la que todos tus demonios te gritan y están ahí contigo, pero ahora sé que vamos a estar bien, que el alma no dejara de doler, pero cada día será menor el dolor”, explica la enfermera.
Datos duros
Christopher Mata Taboada, encargado del departamento de Salud Mental y Adicciones de la Secretaría de Salud en Hidalgo, precisa que en época invernal se identifica una mayor prevalencia de los casos que requieren atención por problemas de depresión.
El especialista explica que este padecimiento es una situación clínica de atención específica y no sólo se trata de una tristeza profunda, pero para identificarla dentro de las enfermedades mentales, debe cumplir con al menos 12 criterios que son, entre otros, una duración de dos meses a dos años, problemas de sueño, alimenticios y aislamiento.
Mata Taboada expresa que todos los humanos en algún momento de la vida padecen algún elemento del cuadro clínico de las enfermedades mentales, ya sea depresión, ansiedad, trastorno suicida o alimenticio, y esto no necesariamente quiere decir que se tenga algún daño mental o neurológico, pero para determinar que sí lo son, se debe de cubrir con todos los elementos. Los padecimientos mentales no permiten a las personas desarrollarse de manera adecuada y les limitan para realizar sus actividades.
El sicólogo destaca que 24 de los 84 municipios de Hidalgo registran una alta incidencia de depresión, entre estas demarcaciones está Pachuca, Metepec, Actopan, Santiago de Anaya, San Salvador, Tulancingo, Agua Blanca, El Arenal, Tlahuelilpan y Meztitlán, entre otros.
Mata Taboada señala que en los últimos seis años se han registrado 13 mil 283 casos que requirieron atención; no obstante, refiere que existen más, de los cuales no se tiene registro, y es ahí donde se encuentra el verdadero problema.
De acuerdo con el especialista, durante este periodo destaca el caso de un niño menor de un año que fue diagnosticado con depresión, 15 niños de cuatro años de edad y 136 infantes de cinco a nueve años.
El experto advierte que estos problemas en las infancias se originan por su entorno, y si viven en un ambiente de violencia, los menores resentirán este tipo de situaciones y las trasladarán a esta conducta.
Asimismo, el especialista resalta que el rango de edad donde hay mayor recurrencia es entre los 25 a 44 años.
La conducta suicida es una prevalencia en la depresión y ésta puede ser una idea, acciones o la consumación del acto, refiere el sicólogo.
También, Mata Taboada explica que la depresión puede durar de dos semanas a dos meses, con un alto nivel de riesgo de suicidio, si no hay asistencia sicológica; por ello, la prevención y romper los tabúes es la mejor herramienta para salir de este trastorno.
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