Tijuana.— Agachados y escondidos entre un par de rocas, algunos hombres se adentran en un cerro enclavado en el Nido de las Águilas, en los límites entre Tijuana y Tecate, el único punto de ese lugar donde no hay muro.
Son apenas unos metros los que no tienen una valla que separe a México de Estados Unidos. Los hombres bajan pegados al último trozo de metal hasta llegar a la tierra suelta. Cuando lo hacen, caminan rápido hacia el otro lado y se echan a correr. Una neblina que cubre lo más alto de esa meseta les permite desaparecer casi sin dejar rastro y, ya lejos, desde las pequeñas casas que están al pie de la loma, parecieran una hilera de puntitos negros que se pierde entre los arbustos.
Hasta esa tarde ninguno fue retornado, pero aquellos que lo hicieron durante la administración del expresidente Donald Trump no corrieron con la misma suerte. La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos reporta que la devolución inmediata de migrantes que cruzaron de manera irregular se incrementó 908% con la implementación del Decreto 42, una ley que le permitió al gobierno estadounidense regresar a quienes cruzaran a su territorio, aun si eran solicitantes de asilo.
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En marzo de 2020, cuando entró en vigor la medida, se contaron 7 mil 150 retornados, pero en febrero pasado ese número se disparó hasta 72 mil 113.
El cruce
“¡Ira pues!”, dice Zenaida, una mujer que vive a unos cuantos metros del muro, mientras calienta un café sobre el fuego que prendió en el patio de su casa.
Recuerda a la caravana de familias que ha pasado frente a ella: “Es que ahora que casi como si fuera antes, porque ¡uy!, aquí luego llegaban por un pan o por café pal’ camino (sic)”.
Interrumpe su historia, clava la mirada hacia el cerro, justo donde no hay muro, vallas ni nada que se interponga en el andar de nadie, “¡Ahí van! ¡Ahí van, córrele y córrele! es que nomás llegó el nuevo presidente [Joe Biden] y se dejaron ir como chorro de agua”, dice Zenayda.
El coordinador de la Coalición Pro Defensa del Migrante, A.C., José Moreno Mena, señala que durante la administración de Trump, prácticamente fue destruida la política de asilo en ese país. Iniciaron con la aplicación del Protocolo de Protección al Migrante (MPP, por sus siglas en inglés), que significó que cualquiera que pidiera asilo debía ser retornado a México a esperar su proceso legal. Luego se suspendieron las nuevas solicitudes debido a la pandemia, hasta que se creó el Decreto 42.
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“Miles terminaron atorados aquí y, con la pandemia, los espacios en los refugios son mucho menos. Entonces, ahora que les cerraron las puertas la opción de muchos es cruzarse y eso aumenta el riesgo para esas familias”, lamenta el activista.
Con la llegada de Biden a la presidencia de EU comenzó un cambio en las políticas migratorias: el 19 de febrero anunció la desaparición del MPP.
Desde una noche antes, decenas de migrantes que vivían en albergues se concentraron afuera del puerto fronterizo El Chaparral, en Tijuana; acamparon ahí, esperanzados en que les abrirían las puertas, pero no fue así.
Desde esa fecha, el número de personas que permanecen en ese sitio aumentó a cientos y muchos deciden tirarse entre los cerros para cruzar.
Los albergues dejaron de ser opción, dice un elemento del Grupo Beta en el estado, mientras los oficiales reciben diariamente migrantes retornados de todas partes; los refugios ya no tienen espacio para más gente.
“No hay más”, dice desesperado. “Buscamos y buscamos y sólo algunos van abriendo lugar, pero llenos y con pandemia es difícil. Se necesita un lugar a dónde enviarlos y simplemente no hay”.
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Don Porfirio es esposo de Zenayda, trabaja la madera y tiene un pequeño negocio de abarrotes que atienden entre toda la familia. Cuenta que, desde que tiene memoria, esa ruta siempre ha sido paso de migrantes.
Sus ojos han visto gente de Haití, a africanos y cubanos; sin embargo, los que siempre han marchado por ese camino son mexicanos o centroamericanos.
“La semana pasada era una señora gorda, pobrecita”, recuerda Don Porfirio, mientras carga su café en mano. “Aquí andaba yo con mi madera, la estaba trabajando, luego nomás la miro pasar con una carriola y dos niñitos, y muy decidida. La pobre tardó como hora y media en llegar a donde no hay muro”, recuerda.
Fue un jueves cuando cruzó el grupo de hombres, entre la neblina, ese día el reloj no marcaba ni las 7:00 de la mañana. Para antes del mediodía ya habían pasado alrededor de tres grupos más. En total fueron alrededor de 15 personas que subieron y cruzaron.