Villahermosa.— Pláticas, bohemias, cultura, anécdotas y 78 años de historias guarda en pleno centro de Villahermosa. Ahora entre sus historias está el haber superado la gran inundación de 2007 y la pandemia de Covid-19.

Don Pepe, como le llamaban sus amigos y parroquianos a José Antonio Sánchez Jiménez, heredó de su padre el establecimiento y logró en su momento incrementar a su clientela, pero además juntar en el mismo lugar a diferentes generaciones.

Al fallecer don Pepe, al frente del Submarino quedó su hija Lulú, quien se dedicaba al periodismo, pero ante la decisión de su padre, se hizo cargo del negocio. Ella era la más grande de los cinco hermanos y es quien actualmente mantiene viva esta cantina, convertida en un icono de los tabasqueños.

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Lourdes es la tercera generación de esta familia y quien ya prepara a su hijo Édgar, quien será la cuarta generación que se haga cargo del negocio.

“Yo nací aquí, aquí crecí; obviamente ya con la escuela estábamos afuera, pero fui la única que me quedé con mi papá. Somos cinco hijos: dos varones y tres mujeres, pero me tocó porque era yo la mayor, entonces mi papá me jalaba mucho”, relató Lourdes a EL UNIVERSAL.

Lulú estaba decidida a ser periodista; era una de sus pasiones, pero todo cambió y se quedó a cargo de este negocio familiar, pero por su cercanía con los reporteros, poco a poco el Submarino se convirtió en un centro de reunión para el gremio, sobre todo porque se encuentra en el centro de Villahermosa, a sólo 500 metros de la Plaza de Armas, donde se ubica la sede de los tres Poderes del estado y diversas oficinas de tribunales laborales.

“En ese tiempo me meto a trabajar como periodista y empiezo a foguearme, y trabajaba la nota roja, pero pasa lo que tiene que pasar; me jala mi papá y me dice que periodismo no, ‘te me quedas aquí conmigo’, en el negocio y me quedé con mi papá a partir de esos años. Aquí crecen mis hijos, mis hermanos”, recuerda.

Sin mucha sofisticación, la “especialidad” o lo más pedido de este lugar son las caguamas, las cuales son servidas hasta la mesa en vasos de cristal, pero también hay medias “guamas”, además de licor como el whisky, desde el más barato hasta el más caro, pasando por los tequilas, ron, mezcal y vodka.

En el día puedes disfrutar de platillos tabasqueños como el puchero (carne de res con verduras), frijol con puerco, caldo de gallina y mondongo (pancita); por las noches la cocina ofrece la tradicional torta de pierna horneada, la favorita de los clientes, y también boneless, papas a la francesa y salchichas.

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El lugar

El Submarino es la única cantina en la ciudad que tiene dos murales, cuadros de pintores tabasqueños y varias fotografías antiguas que se les cuida y da mantenimiento para evitar su deterioro porque don Pepe tenía amistad con los autores y con varios personajes dedicados a las artes.

“Aquí vienen muchos artistas; mi papá tenía una amistad muy bonita y de muchos años. Tenía una hermandad con Gútenberg del Rivero, quien nos hizo el mural que hoy en día seguimos celebrando cada 14 de febrero; ese mural tiene la edad de mi hijo, 31 años”, cuenta Lulú, sentada en una tradicional mesa del Submarino, de plástico, con sillas del mismo material.

En la actualidad es el caricaturista Urrusti, quien se encarga de cuidar los murales, e incluso, pintar algunos cuadros que permanecen colgados y que todos cuidan.

En este lugar es común encontrar una tarde a un reportero, pintor, poeta, columnista y hasta un gobernador disfrutando de una cerveza, donde en la rockola por 10 pesos se puede escuchar dos canciones de música de ayer y el reguetón de hoy.

“¿Por qué se llama Submarino?”, se le cuestiona a Lulú. “Te cuento un poquito de la historia que me platicaba mi papá. Resulta que mi abuelo no sé qué afición o qué amor le tenía a todo lo relacionado al mar, entonces no nada más tuvo al Submarino, mi papá me platicó que mi abuelo tuvo como siete negocios y todos tenían nombres relacionados con algo del mar y el único que quedó fue este, el Submarino”, relata.

A pesar de que en este lugar hay clientes asiduos, nadie como don Clever Compañ Reséndez, quien tiene 88 años. Cuenta que llegó por primera vez al Submarino un septiembre de 1958, hace 64 años, y desde entonces se convirtió en su segunda casa.

Don Clever dice que ahora le acompaña su hija Rossana, un primo y su cuñado. Asegura que ni en navidades lo deja de visitar, porque disfruta las tardes por el ambiente y porque “es muy tranquilo, ese olor a cantina que ya no existe”.

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