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Tecate, Baja California
Según el rastro que dejaron los 10 hombres que trabajaban como cocineros y halcones, diariamente se producían en este lugar unos 200 kilos de droga sintética, entre matorrales, cerros y pinos de más de 10 metros de altura; una que otra vaca flaca, echada entre los pastizales, pudieron ser los únicos testigos del laboratorio más grande de la frontera bajacaliforniana al menos en los últimos 10 años, de acuerdo con el coronel de Infantería José Manuel Nolasco Fonseca.
Éste tenía toda la infraestructura necesaria: tinas, calderas, sistema de agua, mangueras, tubería, botes para el reposo y el destilado. El área estaba dividida por secciones, no sólo para la elaboración del crystal, sino para vivir e incluso producir dos plantíos de marihuana localizados a unos 800 metros, de 12 mil y 7 mil metros cuadrados cada uno.
Apenas en marzo pasado la Policía Estatal Preventiva (PEP) junto con Sedena halló un narcolaboratorio dentro de una empresa dedicada a la venta de lámparas, sobre la carretera Rosarito-Tijuana, donde se producía crystal, fueron asegurados 235 kilos de la droga.
El miedo en la frontera
Para llegar a esta zona, en la comunidad La Rumorosa, se debe andar por unos 18 kilómetros de camino pavimentado, el resto es de terracería domado por las camionetas y convoy militares. Nadie llega por error, se trata de un remolino terregoso y empedrado, escondido entre pinos y cerros.
El Ejido Pino Suárez hoy es controlado por el Cártel Jalisco Nueva Generación, según información de inteligencia de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado (SSPE). En el camino únicamente hay uno que otro rancho desperdigado, entre zonas de cacería de animales locales, de la región agreste.
“Uno ya tiene experiencia”, dice uno de los soldados que el pasado lunes participó en el operativo Pinalito para destruir el narcolaboratorio y los dos plantíos de marihuana, “uno ya sabe, porque sólo hace falta un ojo desde el cielo, ya con eso”.
En el sitio, el Ejército halló 10 tinas con cuatro toneladas de crystal terminado, 10 calderas, cuatro filtros metálicos, seis condensadores metálicos, un tambo de 200 litros de acetona, 28 tambos metálicos (uno con removedor), cuatro tambos con alcohol etílico, dos galones con la leyenda “cola”, 15 tinas con droga en proceso, 25 costales de carbonato de sodio ligero y seis costales de hidróxido de sodio.
“Tenemos compañeros que no aguantan el olor, vomitan, les duele la cabeza, lamentablemente a unos hasta se les va la vida destruyendo esto”, dice otro de los militares, mientras se coloca un cubreboca para echar a andar las botas y comenzar a destruir el laboratorio que, según las Fuerzas Armadas, operó por un año.
“Pobres”, lamenta un teniente que acompaña a los militares, “los cocineros son los que viven aquí por meses, los que cocinan, los que se mueren y si no se mueren los que termina en la cárcel, los jefes-jefes, esos no”.
Otro soldado afirma: “Son como zombis, terminan chupados, es mejor porque si los hacen adictos ya ni les pagan”. La pregunta de los militares es la misma que la de los pobladores: ¿cómo no se dieron cuenta? El agua tenían que llevarla, las calderas y el resto del equipo para armar un laboratorio también, tenían sus proveedores, pero nadie dijo nada.
“Es el miedo”, responde un militar, “es gente armada y ellos viven arrinconados entre los ranchos donde no hay presencia permanente, es muy difícil que cooperen una vez que uno empieza a preguntar”.
Alrededor de todo el emporio de la droga en Pino Suárez había dos campamentos y un observatorio habilitado para dos personas, es decir, dos halcones. Desde ese punto del que no se calcula a cuántos metros sobre el suelo están, se alcanzan a ver las rancherías y la carretera por ambos lados, de sur a norte y de norte a sur. Desde ahí se tiene el control de quién entra y quién sale, en turnos de 24 horas para no cansar al celador en turno.
Una mata de marihuana y un par de gramos de crystal, también comida enlatada y botes de cerveza eran parte del itacate. Pero aun con ropa, zapatos, envoltorios y otros rastros, de ellos y su identidad no hay nada, de lo que sí hay es de las etiquetas de los químicos y pesticidas que usaron, desde ahí hay una luz para hallar a los productores.