Pachuca.— Anastacia cumplió su mayor anhelo, uno que pensó que jamás se haría realidad, reencontrarse con sus hijas a quienes después de una década de partir en busca del sueño americano no volvió a ver.

Cuando salieron y dejaron atrás su tierra no habían considerado que no regresarían; las ganas de una mejor vida para ellas y su madre las empujó a la tierra prometida de la que tanto habían escuchado hablar.

La migración en esta entidad se remonta al Valle del Mezquital, una tierra agreste que en los años 70 sólo ofrecía pobreza. De esa zona semiárida no se arrancaba nada al campo, sólo desesperación que llevó a sus habitantes a buscar una mejor forma de vida.

La solución para muchos indígenas ñhañhus fue cruzar la frontera; algunos lo lograron y otros se quedaron en el camino.

La dos hijas de doña Anastacia Cardón Valencia, originarias de la comunidad de El Bondho, sucumbieron y hace una década partieron. Al principio la mujer acudía a las casetas telefónicas los fines de semana para contactarlas.

Al paso de los años la desaparición del servicio y la edad de doña Anastacia fueron distanciando la poca comunicación que tenían.

Un día, Anastacia decidió acudir a la organización indígena Consejo Supremo Ñhañhu, donde pidió ayuda. A través de esta organización, que preside Anayeli Mejía, se apoya a madres de migrantes para que puedan reunirse con ellos, algunas incluso tienen hasta 30 años de no verse.

La esperanza de doña Anastacia era conseguir los papeles que le permitieran viajar a California, donde residen sus hijas. Tras una serie de requisitos pudo cumplir su sueño de ver y abrazar a sus hijas, así como de conocer a sus nietos.

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