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estados@eluniversal.com.mx
Ensenada.— Llevan botas altas y usan un uniforme con un equipo que llega a pesar hasta 15 kilos, andan entre caminos sin vereda, arrancando plantas de raíz para abrirse paso entre la maleza y, si tienen suerte y el olfato no les falla, después de caminar más de 15 kilómetros podrían hallar: un plantío de marihuana o de amapola.
Son militares con instinto para rastrear plantíos, algunos trabajaron en Durango, Tamaulipas y Sinaloa, “donde está la mata de la producción”, dice uno de los poco más de 20 soldados que hace menos de cinco días comenzaron con la destrucción de cuatro hectáreas de un cultivo mixto, es decir, de ambas plantas, en el cerro de La Soledad, en Ensenada.
En total eran 16 plantíos distribuidos a lo largo de 40 mil metros cuadrados, escondidos entre cañones y caminos de terracería. A pesar de que los campos estaban ubicado a pocos kilómetros de un pequeño poblado dedicado a la pesca, ninguno de sus habitantes sabía que existían los cultivos de marihuana y amapola.
Los pobladores ni siquiera imaginaban la presencia de los campesinos que acampaban en los plantíos; tampoco el sistema de riego que instalaron con tubería subterránea y aspersores, que prácticamente ordeñaban un ojo de agua y que, según estimaciones de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), tuvo un costo aproximado de 25 mil pesos.
Además, nadie sabía que los 16 plantíos valían 7.2 millones de dólares, por tratarse de una planta que sirve para elaborar codeína, morfina y principalmente heroína, la más cara de las tres sustancias, que producida puede costar hasta tres veces más en Estados Unidos.
“Nadie dice nada, nadie sabe nada. No denuncian, pero no nos vamos a quedar esperando, salimos y buscamos”, dice el militar, que prefiere no revelar su nombre.
El soldado recuerda que, echando un vistazo a su experiencia como rastreador, el perfil de quienes siembran no es como el de las películas. En las detenciones que llegó a presenciar no había armas, sombreros o botas.
“Es gente como usted y como yo. Son hombres, mujeres y a veces hasta niños, que conocen cómo se trabaja la tierra. Gente del campo”, narra.
Entre flores y hojas. Las pistas para hallar un plantío pueden ser varias, dice el militar con 19 años de carrera y listo para retirarse este 2018, pero las principales son dos: encontrar un punto donde haya un ojo de agua, que permita regar la siembra, y encontrar veredas en caminos aparentemente no usados e inhabitados.
Podría pensarse que para las labores de rastreo hay drones, un patrullaje aéreo o convoys, uso de perros o algún instrumento más, pero no. Después de tener la sospecha de un cultivo sólo queda una cosa: preparar un equipo de militares que irán a campo y, pie tierra, caminaran sin detener el paso desde 5 hasta 20 kilómetros en un solo día.
Otro de los militares, el más joven del grupo, quien también el lidera el recorrido por el cerro de La Soledad, dice que en su carrera ha aprendido cómo se produce tanto la mariguana como la amapola.
Por ejemplo, explica, es extraño encontrar amapola en Baja California, donde hay un clima templado, porque esa producción es más común en Jalisco, donde el frío de la sierra y su humedad permiten crecer la flor.
“Esto es una guerra en la que todos quieren ganar, esta amapola puede ser de cualquiera”, comenta otro militar, de no más de 30 años.
La razón de que cada vez sean más los hallazgos de plantíos de amapola en el estado podría ser una: traer los cultivos al norte del país puede abaratar el proceso de producción e incluso disminuir el riesgo de traslado, consideran un agente de la Agencia de Investigación Criminal y un par de militares que participaron en el recorrido.
“No es lo mismo traer la droga del sur o del centro, por la carretera y con los retenes. Si la haces aquí estás a un lado de la frontera, del principal comprador. Entonces inviertes menos en producir y la vendes más cara, básicamente hay más ganancias”, advierte el agente de la dependencia federal.
Durante 2017 fueron localizados en Baja California 151 plantíos de amapola y 212 de marihuana, mientras que de enero a marzo de 2018 los números son 11 y 32, respectivamente.
Después del recorrido por los 16 plantíos de amapola, los militares se preparan para destruirlo. Antes, instalan una base en medio de las flores blancas, rosas y moradas, también de las hojas de marihuana; ahí dormirán los días que sean necesarios hasta que no haya ni un solo rastro de ellas.
“A veces la gente nos ve en la calle y nos mira mugrosos, pero no tienen ni idea de dónde venimos, ni lo que hemos hecho. Tampoco saben del orgullo que sentimos de portar este uniforme”, dice otro de los militares, quien dormirá en el cerro de La Soledad para destruir el fruto de la naturaleza que estaba destinado a convertirse en droga.