San Pedro Ixcatlán.— Debajo del agua profunda de la zona turística de Mil Islas están los cementerios y la memoria del pueblo mazateco que fue inundado en 1959 para construir la presa Temascal. La gran obra de infraestructura inundó las llanuras del norte oaxaqueño y desplazó casi a 22 mil indígenas, según cifras oficiales de la extinta Comisión del Papaloapan (Codelpa), pues el gobierno de entonces la consideró vital para impulsar la llegada de la electricidad y el desarrollo de pueblos asentados en la frontera de Oaxaca y Veracruz.
Durante aquella inundación, Porfirio López tenía 12 años. Narra que se guareció con su familia en los terrenos altos, pero recuerda que hubo personas que se resistieron a dejar sus tierras de cultivo y murieron ahogadas. Nunca nadie hizo un recuento de esas víctimas, pues narra que primero hubo avisos, luego amenazas y al final, un 18 de junio, la represa abierta sepultó a quienes se resistían. Los sobrevivientes que decidieron no salir se fueron a las tierras altas y el agua desbordada los aisló del mundo. Así nació el paraíso escondido de Mil Islas.
Don Porfirio, hoy de 75 años, dice que prácticamente nadie visita su isla. Todos toman rumbo a Cerro Quemado, un lugar exuberante al otro lado de San Pedro Ixcatlán, que ha hecho relevante este destino para el turismo, pues tiene miradores para los que sólo van por las fotos y la belleza, pero que ignoran el etnocidio que han documentado investigaciones históricas de la UNAM o de la Organización Mexicana de Comunidades Indígenas (OMCI).
El hombre narra que ni a la gente de la cabecera de Ixcatlán, municipio habitado por 10 mil 368 personas, según el censo de 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), le gusta llegar a estas tierras desiertas, casas apiladas sin agua potable ni drenaje, en medio de una presa que contiene 300 millones de metros cúbicos de agua dulce, según la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Según el censo 2020, en los indicadores de pobreza y carencias sociales San Pedro Ixcatlán concentra 41.4% de la población en situación de pobreza moderada y 47.5% en situación de pobreza extrema, es decir 89% de su población, alrededor de 8 mil 890 personas se cuentan en el umbral de la miseria.
Lancheros mazatecos
La colonia Cuauhtémoc se ubica a 3 kilómetros por la costa de la represa. La llaman colonia, pero son casas amontonadas en un peñasco sin agua corriente. Aunque tienen vista a la presa, parecen torres vigías desde donde puede verse cuando entran y salen los extraños. El pequeño asentamiento tiene escaleras para subir a lo alto del cerro. Desde ahí lo que se ve son embarcaciones.
Al lado de sus nietos, un grupo de niños y adolescentes que hablan poco español, ayudan a que Porfirio López acepte la entrevista con EL UNIVERSAL. Los necesita porque son ellos quienes ayudan a traducir sus palabras. Su voz es tenue y firme. En mazateco, el hombre cuenta sobre los remolinos de agua y los ríos profundos debajo de la presa que nunca perdieron su cauce y él conoce a la perfección, pues fue el primer lanchero que tuvo Ixcatlán, un oficio que ejerció durante 42 años, hasta que ya no lo permitió la fuerza de sus brazos.
“Mi papá sembraba ajonjolí, trabajábamos el campo, pero la inundación se llevó todo y todos se fueron de aquí. Se fueron donde pudieron, antes había naranjas, cocos, pescábamos langostinos grandotes, de todo, ahora ni agua para tomar tenemos”, cuenta Porfirio.
En el embarcadero de San Pedro, Tomás López, uno de los nietos de don Porfirio, espera mientras el sol cenizo y ardiente cae en picada. Las aguas de la presa Temascal, cuyo nombre oficial es Miguel Alemán, están tranquilas.
Mientras la lancha avanza, a lo lejos hay montañas que parecen flotar. El agua está fresca al tacto, pero el líquido por momentos se torna denso cerca de los criaderos de peces que se multiplican con edificaciones metálicas en el paisaje costero.
Tomás tiene 20 años y desde niño se dedica al transporte por las aguas de las islas. Cree que la ruta es un viaje turístico y quiere mostrar el paraíso. La pequeña embarcación se adentra en el agua con un motor que se siente ligero. Desde adentro puede verse en las orillas terraplenes con embarcaciones viejas ancladas y cestas industriales para criar artificialmente mojarras tilapias.
¿Sabes por qué hay zonas donde el agua se ve tan turbia?, se le pregunta. “Son los criaderos, los desechos de los peces no tienen a dónde ir y se asientan, cuando yo estaba chamaco era un agua clarita”, dice Tomás, quien forma parte de un grupo de 30 lancheros mazatecos que ofrecen viajes en lancha, como antes lo hicieron su padre y su abuelo.
Sin turismo
Mil Islas son riscos de montañas que sobresalen del agua de la presa que se construyó para regular las aguas del río Tonto, mediante la inundación de una superficie de bosques y de las mejores tierras agrícolas y para pastoreo. Actualmente han sido reconocidas como reserva natural, según la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). El territorio de agua abarca las costas ribereñas de los municipios de San Lucas Ojitlán, de origen chinanteco, y San Miguel Soyaltepec y San Pedro Ixcatlán, que son mazatecos, que antes constituían un activo centro ganadero y comercial que acaparaba la producción de la sierra. Se trata de comunidades con fronteras mezcladas donde sólo los más viejos conocen los límites.
“El límite de los pueblos es donde estaban los panteones y las iglesias que inundó el gobierno”, cuenta Manuel López, hijo de Porfirio y papá de Tomás. Él cree que la publicidad sobre Mil Islas es un engaño necesario. De no ser por los turistas que llegan tal vez no tendrían nada. El problema es que eso sólo ocurre una vez al año, en Semana Santa. El resto de los meses deben vérselas como puedan y es ahí donde el negocio de la pesca industrial ha ido acabando con la salud de las comunidades.
“Hace nueve años salió un proyecto de lanchas, nos dijeron que nos iban a hacer lancheros como los de Tlacotalpan, pero no llegó. Hace siete años dijeron que iban a meter maquinaria para desazolvar el agua, pero también nos mintieron”.
Manuel tiene 46 años y desde hace cinco dejó el trabajo de campesino y lanchero para dedicarse a la pesca, pero también de ese negocio está desilusionado.
“En lo que va del año invertimos para recolectar 30 toneladas de peces, pero sólo pudimos vender dos. El gobierno nos dona a veces crías de alevines y se desentiende, dice que con eso ya nos apoyó, pero de mil crías no se saca ni media tonelada porque el agua de la presa se calienta y mata los peces”.
Manuel cuenta que los gobiernos estatal y federal insisten en decir que el agua de Mil Islas y de los embalses de la presa no está contaminada, pero está convencido que sólo lo hacen para que no muera el poco turismo. “Siempre nos han mentido, mintieron cuando nos inundaron, mienten con los proyectos, mienten diciendo que somos un paraíso para que la gente voltee hacia otro lado”.
El calor ronda los 40 grados a la sombra en San Pedro Ixcatlán, a 547 kilómetros de la ciudad de Oaxaca y en medio de algo parecido a un océano. En el muelle hay letreros que anuncian pescaderías al lado de consignas ejidales que exigen justicia para indígenas reubicados por la inundación en páramos veracruzanos. También hay letreros que mandan a Cerro Quemado, para tener una vista panorámica de Mil Islas, en cuyo lecho yacen los restos de los pueblos inundados.