Tijuana.— Es casi medianoche, y por segunda ocasión, un grupo de mujeres permanece en alerta, son migrantes que escaparon de la violencia, pero que pareciera atravesó miles de kilómetros para alcanzarlas. Saben que no dormirán.
La irrupción de desconocidos al albergue donde duermen junto con sus hijos las obligó a organizar guardias que las mantienen en vigilia ante la indiferencia de las autoridades.
“¿Todo el tiempo pasan muchas personas aquí?”, preguntó una mujer desconocida recién llegada al albergue Agape Misión Mundial para pedir asilo. “¿Aquí hay muchos niños?”, preguntaba a Laura, una de las mujeres migrantes que la recibió mientras sus ojos recorrían el espacio.
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“Sí”, le respondió a la mujer, “¿Y muchas hembritas?, ¿y cómo le hacen con el dinero?, ¿les mandan sus parientes de Estados Unidos?”. En ese momento a Laura se le erizó la piel porque si antes ya sospechaba, en ese momento sus dudas se disiparon. No era una migrante, tampoco era alguien con buenas intenciones. Mientras pensaba en qué hacer, un dolor que nació de las entrañas se extendía hasta su cabeza.
Sin decirle nada, pidió permiso para retirarse y rápidamente se dirigió con las encargadas, a quienes alertó de la desconocida.
La entretuvieron el tiempo suficiente como para poner sobre aviso al resto de los migrantes y al encargado, el pastor Albert Rivera. Habían pasado casi cinco horas, eran casi las 11 de la noche, cuando la mujer decidió irse.
Aun con la desconfianza a flor de piel, pensaron que el peligro, al menos en ese momento, se había disipado, pero tomaron precauciones y se mantuvieron alerta en sus cuartos, colocaron muebles sobre las puertas y algunos se quedaron despiertos.
Apenas habían pasado 20 minutos cuando, en medio de la penumbra y el silencio, un sonido rompió la quietud.
“Yo alcancé a ver a dos hombres, se brincaron la entrada”, cuenta uno de los migrantes que estaba despierto y que, desde la ventada del cuarto que comparte con otras familias observó. “Tenían capucha y se tapaban la cara (…) corrieron por el pasillo y llegaron al cuarto”.
Ambos hombres golpearon con violencia la puerta de uno de los cuartos que tienen camas y literas donde duermen las familias. Era el mismo a donde entró la mujer que preguntó por los niños. El golpe de la puerta despertó a las mujeres y menores.
De la habitación se escaparon los gritos que nacieron del miedo, el llanto interrumpió el sueño de los más de 600 migrantes que se protegen en ese albergue.
Los dos hombres escaparon. Al no poder abrir la puerta ,primero corrieron y mientras ellos intentaban escapar, los encargados y familias (aquellas que tenían celular) marcaron al número de emergencias y otros presionaron un botón de pánico que de siete sólo ha servido dos veces.
El artefacto les fue entregado luego de que el albergue quedó en medio de un enfrentamiento entre criminales de esa colonia y policías municipales. Nadie llegó.
“¿Ustedes van a esperar a las unidades?”, fue lo último que la persona del centro de emergencias le respondió a un joven migrante, uno de los más de 10 que llamaron para reportar el hecho, “Sí, le respondí (…) ya pasaron dos días y nadie llegó”.
El único personal que llegó fue para inspeccionar el refugio y advertirles que tenían que sacar a los perros que conviven con las familias. Su argumento fue que hace unos días un perro había asesinado a un niño. De la irrupción y la inseguridad no dijo nada.
“Las familias les platicaron que no confiaban en las autoridades, pues hace unos días se encontraron con dos oficiales de la Guardia Nacional, que al preguntar de dónde eran y escuchar ‘Honduras’ y ‘El Salvador’, sólo respondieron que a esos perros no los querían”, narró el pastor. “Sólo respondieron que seguro no lo hacían por discriminación”.
Desde esa fecha son las familias quienes se cuidan entre ellas, incluidos los menores.
Al pie de una de las entradas, escondidos entre las rejas, detrás de un plástico roto y mal puesto sobre la puerta, unos ocho jóvenes cuidan el lugar. Uno de ellos apenas tiene 15 años pero se niega a dormir. La primera noche se mantuvo despierto hasta las siete de la mañana, dice que si es necesario no volverá a dormir porque él y su hermano cuidan a su mamá y su hermana. “Si no lo hacemos nosotros, ¿entonces quién?”, dice mientras sostiene un tubo al que se aferra esperanzado en salvarles la vida.
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