Suchiate.— Aún no cumple ni los dos años y hace dos semanas cruzó la jungla del Darién —entre Colombia y Panamá— con su familia. Desde ese entonces hasta la fecha no logra recuperar su salud: tiene fiebre, ronchas que se expanden por el cuerpo y un estómago descompuesto. Llegó a Suchiate, Chiapas, desde hace cuatro días, duerme en un parque a donde no llega comida, techo, ni servicios de salud.
En ese mismo lugar están concentrados al menos unos 500 migrantes que permanecen en ese municipio por instrucciones del gobierno federal, sin ningún tipo de servicio. Se mantienen bajo el techo de plástico del parque, para protegerse de las últimas lluvias, que llegaron con furia y terminaron por destruir algunas de sus pertenencias.
“Fuimos al centro de salud para atender al nene, nos dijeron que estaba intoxicado y compramos el antibiótico, pero la fiebre no baja y ahora mi bebé tiene unas ronchas que están saliendo por todo el cuerpo”, dijo la madre del pequeño [de quien pide no revelar su nombre], una joven venezolana que también viaja con su esposo y otra hija. Juntos duermen sobre un cartón mojado que acomodaron en el suelo.
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Desde hace poco más de tres meses, el gobierno federal decidió enviar a los migrantes que llegan a Suchiate a Tuxtla Gutiérrez, sin darles mayor explicación sobre trámites ni permisos que les permitan continuar con su trayecto rumbo a Estados Unidos, explica un migrante venezolano que llegó con su esposa embarazada y sus dos hijas.
“Nosotros tenemos casi los cinco días, pero hay gente que tiene más de una semana, a todos nos dicen que hagamos una lista y que esperemos. Cuando llega el turno nos ponen en un bus hasta Tuxtla, pero ni siquiera nos dicen para qué”, lamenta el venezolano.
Su esposa no ha comido nada más que un par de bolillos duros que compraron cuando llegaron, tiene cuatro meses de embarazo y, apenas tocó suelo mexicano en Suchiate, le dijeron que no podían irse, pero que tampoco había dónde quedarse, así que todos duermen sobre el concreto. Con la llegada de las lluvias consiguieron unos cartones que les sirven de colchón. Le duele la espalda y el vientre, pero dice que no hay más; ni siquiera un baño para asearse.
Cruzaron en balsa y una vez que llegaron a Suchiate se encontraron con personal del Instituto Nacional de Migración (INM), quienes les dijeron que debían anotarse en una lista de espera para subir al bus que los lleve a Tuxtla, donde podrán tramitar su permiso para transitar por el país sin ser asegurados.
Él y su familia tienen el número de camión 91, pero hasta el jueves 24 de agosto apenas salió el 48. Es decir, aún deben partir 51 camiones antes de que ellos puedan moverse a cualquier otro lugar sin correr el riesgo de ser deportados. De acuerdo con los propios migrantes, diariamente parten entre uno y dos autobuses.
“Imagínese estar acá sin saber cuándo te vas a poder ir”, dice otro de los migrantes que están ahí concentrados, carga con una Biblia que le regaló el párroco de la iglesia local; a su lado permanece su hijo recostado, también con una fiebre que no desaparece.
Durante los últimos días han caído una serie de tormentas sobre Chiapas y los estados en el sur del país, sin ninguna protección para los cientos de migrantes que se concentran bajo el techo agujereado del parque central Miguel Hidalgo , por el que se filtran pequeñas goteras que se estrellan con el suelo o sobre el cuerpo de los migrantes.
Con la presencia de migrantes también arreció la violencia, familias denunciaron que algunos balseros se han puesto de acuerdo para dejarlos a la orilla del río, lejos del punto común, donde son recibidos por hombres armados que les roban y abandonan en el sitio.
Una joven venezolana que recién llegó a Suchiate, tras cruzar el río desde Tecún Umán —Guatemala— busca desesperadamente un lugar para dormir. Ella y un grupo de migrantes casi mueren ahogados cuando la balsa en la que venían se volcó y, con la ayuda de otros migrantes a la orilla del río, los rescataron. Perdió todo, sus pertenencias, incluido su pasaporte.
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“No sé qué voy a hacer, no tengo nada, gritaba y gritaba, nadie me daba la mano hasta que se metieron, yo nadé hasta la orilla, pero ahora cómo me voy a ir, no tengo nada ya”, lamentó la joven, mientras apresuraba el paso rumbo al parque para pasar la noche con los cientos de migrantes que ahí aguardan su número de camión para poderse ir sin ser detenidos en los retenes de migración.