Tijuana.— Sentados sobre la banqueta de concreto, a unos centímetros de la casita de campaña donde viven desde hace casi dos meses, Enrique y Graciela platican sobre si el gobierno de Estados Unidos les abrirá las puertas. Clavan su mirada al suelo, como si no vieran nada; sus dos hijos juegan frente a ellos, uno de cuatro y otro de 14 años.
“¿Y si se va él?”, dice Enrique a su esposa mientras vuelca su mirada al adolescente, “a ellos sí los reciben. ¿No?”
Como ellos, algunos padres que llegaron a Tijuana con sus hijos desde los países del Triángulo Norte [Guatemala, Honduras y El Salvador] han optado por que sean los niños los que crucen la frontera para pedir asilo.
A esta ciudad llegan las familias completas, pero ante el cierre de fronteras cientos se encuentran hacinados en un campamento improvisado sin comida ni servicios básicos, y duermen sobre la explanada del puerto fronterizo El Chaparral.
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Enrique lanza un enjambre de preguntas, una tras otra, como si alguien de quienes lo rodean tuviera las respuestas: “¿Usted sabe si a los niños, los grandecitos, qué les hacen si se avientan? ¿Los regresan? ¿Se los quitan a uno? ¿Les dan escuela? ¿Qué les hacen?”. Pero no, nadie ahí, ninguna de las familias de migrantes ni voluntarios sabe qué les pasa cuando los menores cruzan solos a Estados Unidos.
Las cifras de menores retornados a México y en custodia del gobierno estadounidense reflejan un repunte sin precedentes en 2021. Según información de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) en los primeros seis meses del año fiscal 2021 (de octubre a septiembre) el numeró ya superó todo 2020, con 48 mil 587 y 39 mil 33 mil 239, respectivamente.
Sólo en marzo de 2021 fueron 18 mil 890 menores, equivalente al doble que en febrero.
“Yo pensé que sí me iba a quedar”
Erlin llegó a Tijuana en febrero, cuando aún tenía 17 años; viajó desde Guatemala. No vino solo, se integró con conocidos de su comunidad. Entre todos se hicieron compañía, se compartieron comida y se cuidaron.
Desde que llegó sólo ha intentado cruzar el muro una vez: en Tecate. Aquí, en el campamento instalado en El Chaparral, hizo amigos y con ellos lo planeó. La suerte y el tiempo no estuvieron de su lado: para cuando pudo conseguir el dinero para su intento a los 18 años lo alcanzaron. Su cumpleaños fue en marzo y eso, dice, fue razón suficiente para que lo regresaran.
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“No sé, o sea, nadie te dice nada, yo pensé que sí me iba a quedar”, cuenta mientras una joven migrante —también del campamento— le hace un par de trenzas muy pequeñas para matar el tiempo, “nomás pues llegamos, caminamos y pues pa’trás”.
A Erlin no le gusta hablar de su país, pero de su familia sí. Dice que tiene un hermano menor con discapacidad y una mamá que lo da todo por ellos. No hubiera querido dejar Guatemala ni a la gente que quiere. Alguien de una pandilla le dijo que si necesitaba dinero podía trabajar con ellos, pero no aceptó; no por miedo, simplemente no confía.
48,587 niños han sido retornados desde Estados Unidos a México en seis meses.
Bajo registro de niños migrantes
En Ciudad Juárez, el Centro de Asistencia Social, instancia del DIF estatal apoyada por UNICEF, ha recibido desde su creación, en octubre de 2020, a 144 niños y adolescentes migrantes extranjeros no acompañados y a 466 mexicanos que fueron repatriados de Estados Unidos.
Enrique Valenzuela, titular del Consejo Estatal de Población en Ciudad Juárez, señala que cuando el Instituto Nacional de Migración detecta a niños o adolescentes migrantes no acompañados son puestos a disposición del DIF estatal. Así, los albergues y refugios habilitados para migrantes no son un espacio que los menores consideren seguro y no hay registro de cuántos circulan por territorio nacional.
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En tanto, Enrique y Graciela aún no deciden si enviarán a su hijo para que intente cruzar. Llegaron en enero, esperanzados en que el nuevo gobierno de Estados Unidos los iba a dejar entrar, pero no, ninguno de los rumores que se regaron en Honduras fue verdad. Ahora, en medio de cientos y sin información confiable, sólo se les ocurre esperar.
“¿Pero qué hace uno? Regresar no es una opción. A lo mejor para uno que ya se jodió sí, pero, ¿y ellos? Mis hijos se merecen algo mejor”, dice mientras los mira jugar.
*Con información de Ibeth Mancinas