Tijuana.— De entre los matorrales se escapa un niño descalzo. La temperatura marca 10 grados, son las 10 de la mañana y empieza a caer la lluvia. El niño corre en el lodazal junto a su familia e intenta cobijarse con las mantas que otrosabandonan en el camino. Corre junto a otras casi 50 personas que se amontonan alrededor de una camioneta de la Patrulla Fronteriza, a la que suplican asilo y le piden que se los lleve.

Desde la madrugada, familias de Colombia, Nicaragua, Jamaica y de otros países cruzaron por diferentes puntos el muro que divide México de Estados Unidos, en Tijuana. Buscan asilo y, aun con el temor de ser retornados ante los cambios de la política migratoria estadounidense, cientos prefieren correr el riesgo.

Este no es el primer ni único grupo, desde hace meses se registran al menos dos o tres cruces masivos en esta frontera.

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Cifras de la Oficina de Aduana y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) durante el año fiscal 2022 (de octubre de 2021 a septiembre a este año) revelan que bajo el Título 42 fueron retornados un millón 54 migrantes; la mayoría, a través del río Bravo, en la frontera con Coahuila. En el caso de San Diego, que colinda con Tijuana, la cifra alcanzó los 115 mil 924, más de 10%.

Patricia, migrante de Jamaica, cuenta que llegó hace casi un mes a Tijuana. Viajó desde su país —a más de 4 mil kilómetros— y se unió a las caravanas que partieron de Brasil, Chile y Colombia con destino a Estados Unidos.

Aquí, en territorio mexicano, pagó 500 dólares a un taxista para que la llevara al pie del muro.

Este, dice, “ha sido el ride más caro de la vida, son 500 dólares para que un conductor me dejara sobre una calle, fueron menos de 15 minutos”, explica en inglés desde suelo estadounidense, mientras espera a unos cuantos metros de la barda que acaba de cruzar para que la Patrulla Fronteriza llegue y se la lleve. Cruzó el muro alrededor de las cinco de la mañana, no hubo necesidad de brincar. Como otros, Paty atravesó la muralla de metal, que en algunos puntos tiene aberturas que han cortado los mismos migrantes para poder atravesarla. Al llegar del otro lado ya había varias familias que dijeron ser colombianas, y otras más de Nicaragua, que llegaron cuatro horas antes. Tienen la esperanza de que su solicitud de asilo sea aceptada.

Todos esperaban entre el frío y la lluvia. Algunos lograron cargar un par de mantas, eran los menos; otros improvisaron con cobijas térmicas que fueron abandonadas en el camino por otros que cruzaron antes.

“No hay otra forma”, explica Paty, “ha sido un viaje salvaje llegar hasta aquí. Desde que cruzamos hemos esperado horas y horas, casi medio día y nadie ha venido por nosotros. No nos estamos escondiendo, queremos hablar con ellos para pedir asilo, pero nadie viene”, lamenta.

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Han pasado casi 10 horas desde que el primer grupo de migrantes cruzó. El conductor de un taxi libre se para al pie de la carretera, justo en donde están las familias, pero del lado mexicano del muro. Se acerca y otros miembros del grupo también, uno de ellos —un joven de Colombia— saca un billete de 100 dólares y le pide que compre dos botellas grandes de agua y comida, pues desde que cruzaron nadie ha comido ni bebido nada.

Dos horas después, el taxista no había vuelto. Tras 12 horas de espera, al fin oficiales de la Patrulla Fronteriza —que los observaban hace rato desde lejos— se acercan en una unidad. Nadie se baja del vehículo, pero las familias se concentran alrededor de ellos, intercambian palabras y los uniformados se van. Les dicen que otra unidad va en camino para recogerlos. Los agentes apuestan a que se cansen y los migrantes, a que no.

“Cambian reglas; nos dieron un balazo”

En otro extremo de la ciudad, en la Unidad Deportiva Reforma, en el área de Otay, unas 30 familias venezolanas permanecen ahí tras haber sido retornadas de Estados Unidos bajo el Titulo 42.

Yarindi Chacon es una de las migrantes. Atravesó medio continente, desde Venezuela hasta el norte de México en un mes, pero fue retornada una vez que cruzó. Para la comunidad de ese país, el asilo no han sido la opción.

“Cambiaron las reglas y nos han dado un balazo”, lamenta. “Yo salí de mi país el 30 de septiembre y para cuando íbamos a la mitad del camino nos dijeron que siempre no. Regresar no es opción porque dinero no tengo y si lo hago con apoyo del gobierno me llevan a prisión por traición a la patria. Migrar es delito pa’ mi país”, lamenta.

Desde el 13 de octubre, más de mil 500 venezolanos han sido retornados a Tijuana.

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