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La madrugada del 17 de octubre, el chiapaneco Antonio López García no pudo seguir con la caminata en el desierto entre Sonora y Arizona. “Ya no aguanto las piernas. Ve a pedir ayuda”, suplicó a Pedro, quien lo acompañaba en su intento de llegar a Estados Unidos. Desde ese día no se sabe más de él.
Pedro, cuyo nombre real se reserva por seguridad, recuerda que esa madrugada él y Antonio estaban cerca de unas cabañas, donde encontraron unos recipientes de plástico para almacenar agua y alcanzaban a escuchar a los camiones en la carretera 86, entre Ajo y Tucson.
Esa noche, Antonio ya no se pudo sostener en pie. “Espérame aquí, voy a ir a buscar ayuda”, le prometió Pedro, con la esperanza de volver por él.
Los jóvenes eran parte de un grupo de cinco personas que había permanecido en el desierto por cuatro días, con poca agua y alimento, lo que los había debilitado.
Pedro calcula que caminó dos kilómetros cuando encontró un auto de la Patrulla Fronteriza y pidió ayuda a los agentes, pero ellos lo ignoraron, lo subieron al vehículo y se lo llevaron. La mañana siguiente fue repatriado y ya no supo más de Antonio.
El inicio del viaje
El 7 de octubre, cinco jóvenes de la localidad Nuevo Amanecer, del municipio de Chicomuselo, en la Sierra Madre de Chiapas, se despidieron de sus familiares e iniciaron el viaje a la frontera.
Llevaban 27 mil pesos: 22 mil para pagar a un “guía” que los debía cruzar a Estados Unidos, y 5 mil pesos para cubrir el pasaje de Chiapas a Sonora.
Cuatro años antes, Antonio terminó el bachillerato y buscaba ir a la universidad en Comitán, pero no lo logró por falta de recursos. Su segunda opción era ingresar a la Universidad del Ejército. Decía que se le habían agotado las opciones en Nuevo Amanecer.
Su única pasión en el pueblo, de un centenar de familias y unos 230 habitantes, era el futbol, pero cuando vio que otros jóvenes migraban a la frontera norte, se animó a seguirlos.
Habló con su padre, José Eleazar López, para pedirle el dinero para pagar al coyote.
“Papi, me voy a ir a trabajar a Estados Unidos. Quiero hacer algo. Aquí no hay oportunidades de trabajo”, le dijo.
Don José fue a pedir prestado con un conocido para juntar 27 mil pesos, y prometió pagar en cuanto Antonio mandara la primera remesa.
Seis días después de haber dejado Nuevo Amanecer, el 13 de octubre, Antonio telefoneó a su padre para decirle que cinco muchachos cruzarían la frontera y tratarían de caminar por el desierto de Sonora, hasta que lograran burlar a la Patrulla Fronteriza y llegar a algún punto de Estados Unidos, donde descansarían para luego buscar ayuda con conocidos y familiares.
“Esta noche vamos a entrar al desierto. Nos vamos a ir cinco personas. Los demás se van a quedar en el cuarto de hotel”, recuerda don José que le dijo Antonio antes de colgar, porque el “guía” estaba listo para llevarlos.
Desde ese día, don José, ayudado por conocidos en Estados Unidos, ha buscado a su hijo en hospitales, prisiones y centros de detención de Arizona y California, sin éxito.
Dice que también envió un documento a la Secretaría de Relaciones Exteriores, con el fin de que los consulados del área lo ayuden a localizar a su hijo, pero han pasado 23 días y no hay pistas para dar con él.
Don José Eleazar tiene fe en que su hijo haya sido ayudado por algunas personas y esté en EU: “Esperamos en Dios que alguien lo haya levantado, y por eso no aparece. A lo mejor está perdido y ojalá nos avisen que está con alguien”.