Chilpancingo.— Esta historia comenzó hace 18 años y aún no termina.
El 27 de mayo del 2004, Ada Nely Nava Pioquinto e Isaías Oliva Lara se casaron en el municipio de Ayutla, en la Costa Chica de Guerrero. Se fueron a vivir a una casa que les prestaron los padres de Ada Nely al lado de la suya. Pasó una semana de la boda e Isaías enseñó su verdadero rostro: no trabajaba y casi todos los días llegaba borracho, escandalizaba: tiraba los platos y todo lo que se hallaba de frente. Al año, nació su primer hijo.
Con los días vino el control, el margen para Ada Nely se redujo: no podía visitar amigas y amigos, ir a fiestas, bailar, maquillarse —en una ocasión, él le echó cloro a sus cremas—, arreglarse. Nada. La quería encerrada . Aun así, con el apoyo de su madre y su padre comenzó a estudiar la licenciatura en Ciencias Sociales. Fueron cuatro años en los que Isaías ejerció un hostigamiento asfixiante.
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“Yo tenía que salir corriendo del lugar donde estuviera, no me podía parar a platicar o a comprar, me contaba el tiempo, porque si me tardaba más de lo que le decía era motivo para que me reclamara, me agrediera”, recuerda Ada Nely.
El control se recrudeció. Isaías comenzó a esconderle zapatos, vestidos, pantalones para evitar que saliera. Una vez, recuerda ella, a uno de sus pantalones le echó chile de gato (pica, pica) para que no se lo pudiera poner.
“Esa vez me puse el pantalón y de inmediato comencé a sentir una comezón incontrolable en todas mis piernas, él se dio cuenta y cínicamente me fue a decir que qué me pasaba”, cuenta.
La violencia fue en aumento. Una vez salieron a una fiesta. Cuando se retiran, Isaías le dijo: “llama a tus hijos y despídete porque hoy te vas a morir”. Subieron al automóvil, lo arrancó y lo aceleró hasta los 200 kilómetros por hora.
“Nos salvamos por suerte, pero sí sentí que nos íbamos a estrellar”.
Luego, llegó su clausura de la licenciatura, los estudiantes organizaron una fiesta de fin de curso. Ada Nely fue un rato. Isaías fue por ella. Se subió al automóvil y se quedó viendo a lo lejos como sus compañeros seguían bailando y divirtiéndose.
--“¿Estuviste bailando?”, reclamó Isaías.
--“No”, respondió ella.
Después la tomó del cabello y la jaloneó, luego con el puño cerrado la golpeó en la cara. Toda la escena lo vio su hijo que estaba en el asiento de atrás.
Al día siguiente fue la ceremonia, la madre y el padre de Ada Nely la esperaban. No llegó. Tenía los ojos cerrados por los golpes, la mejilla hinchada y el cuello contracturado.
— “¿No vas a venir?”, le llamó su padre por teléfono.
—“No, tuve un accidente”, respondió ella.
Sus padres fueron a buscarla, la llevaron a una revisión médica. Ada Nely sostuvo la versión del accidente. Sin embargo, la médica que la atendió de inmediato diagnosticó las causas: golpes .
La médica convenció de que denunciara. Esa vez fue la primera ocasión en que denunció a Isaías por violencia familiar, también fue la primera vez que se separaron.
UN ESTADO PELIGROSO PARA LAS MUJERES
En Guerrero las mujeres experimentan todo tipo de violencia , desde la extrema, el feminicidio, pasando por las desapariciones, las violaciones sexuales, la violencia familiar hasta el acoso callejero.
En el estado hay dos declaratorias de Alerta Género , una por violencia feminicida y la otra por agravio comparado por la resistencia de las autoridades a otorgar a las mujeres servicios médicos de calidad.
La violencia familiar es cotidiana, se vive de muchas formas. En Guerrero el machismo es estructural y sistemático . Está arraigado. En 2021, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) registró en Guerrero 3 mil 273 denuncias por violencia familiar, casi diez por día.
Este año, hasta septiembre de 2022, el SESNSP ha registrado 2 mil 594 denuncias por violencia familiar pero pueden ser muchas más, la misma dependencia tiene contabilizadas 3 mil 533 llamadas de emergencia por esa misma causa. A todas estas se le pueden sumar las agresiones que no se denuncian.
Como las que sufren las niñas en algunos pueblos de la Montaña donde son vendidas y, últimamente, son castigadas con cárcel las que se niegan.
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LAS SEPARACIONES
La primera separación duró dos meses. Esa vez, Isaías estuvo a punto de pisar la cárcel. Ada Nely le otorgó el perdón.
“Pensé mucho en mi hijo, en que tenía derecho de estar con su padre, y además tenía como esa presión del entorno, que decían que debería darle otra oportunidad porque el matrimonio es para siempre”, dice.
Pero esos dos meses, la pasó intranquila, Isaías la siguió acosando, amenazando, ese tiempo lo pasó casi encerrada para evitar encontrarlo.
Al final, Isaías volvió. Volvió la violencia, el maltrato. El control. El hostigamiento. Las borracheras, los escándalos. Así transcurrió un año más. Nació su hija.
En esta ocasión, el papá y la mamá de Ada Nely estuvieron más atentos. Cuando escuchaban escándalos de inmediato iba a la casa a ver cómo estaba. Isaías les decía no qué pasaba nada, inventaba cualquier cosa y los padres regresan a su casa.
Una ocasión, la madre de Ada Nely, escuchó de nuevo los gritos de Isaías, fue a la casa y se escondió detrás de una de las puertas. El silencio escuchó todo: los maltratos a los que sometían a su hija.
Al otro día, le ofrecieron su apoyo para que dejara a Isaías. Ada Nely aceptó y se separó.
Fue a terapias con una psicóloga, quien le advirtió: “no puedes volver con él, porque va a ser peor: te va a matar”. Al año, Ada Nely volvió con Isaías y así fue, fue peor.
“En ese tiempo él también fue a terapias, dejó de beber, comenzó a trabajar, volví a pensar en mis hijos y regresé con él”.
Esta vez, Isaías fue más cuidadoso, redujo la violencia física e implementó la psicológica. Ada Nely pasó noches completas sin dormir. Cuando llegaba la hora de acostarse, Isaías tomaba cualquier pretexto para reclamarle y agredir. Si ella intentaba dormir la golpeaba. Así desvelada se iba a trabajar al día siguiente. Fueron días tormentosos.
Lo que no dejó de hacer fue el control sofocante, el hostigamiento y la amenaza constante.
“En ese tiempo agarró de pintar en las paredes amenazas, que me iba a matar”, recuerda.
Luego dejó de trabajar y comenzó a beber de nuevo: volvieron los desmanes, la violencia.
Un día de septiembre del 2019, como a las 3 de la mañana, llegó borracho. Le exigió tener relaciones sexuales. Ada Nely aceptó, pero le dijo que antes tenía que ir al baño, que estaba en el patio.
En cuanto salió, Ada Nely corrió a la casa de sus padres, les tocó la puerta y de inmediato salieron. Su padre le dijo que se metiera y que no saliera.
Hasta ahí llegó Isaías con un bote de herbicida, amenazó con beberlo si no salía Ada Nely. Su padre intentó quitárselo. Forcejearon. La disputa terminó cuando Isaías vació el líquido en el rostro del señor.
Isaías salió huyendo. A su padre lo tuvieron que llevar al hospital. La glucosa se le disparó hasta 600. El herbicida no le provocó lesiones.
“Esa sí fue la última vez que nos separamos”, dice Ada Nely.
SIN SUS HIJOS
“Ahora no sé si estoy mejor o peor que antes”, dice Ada Nely a más de tres años de distancia de esa noche.
Han sido años complicados, sobre todo, porque desde entonces Isaías se llevó a su hijo y a su hija.
“Los ha manipulado al grado de que no me quieren ver. Hablé con mi hijo la última vez en marzo y fue para reclamarme, para amenazarme. [Isaías] a sus hijos les dice lo mismo: que si se regresan conmigo se mata”, dice.
Ada Nely lo ve, Ayutla es un pueblo chico donde la gente se topa varias veces durante el día, pero cuando eso ocurre, su hijo y su hija, prefieren voltear para otro lado.
“Estar sin mis hijos me mata, por eso digo si no sé si estoy mejor o peor”.
La separación no fue el alivio. Ada Nely está metida en un laberinto jurídico, interpuso cuatro denuncias contra Isaías: la primera por violencia familiar, la segunda por violencia familiar equiparada (por amenazas), la tercera por alienación parental (por la manipulación que hizo con sus hijos) y la cuarta por violencia de género.
Las cuatro avanzan muy lento. Ada Nely piensa que es porque Isaías mueve sus influencias porque se ostenta como el coordinador de la estructura del PRI en Ayutla “bajo las órdenes” del dirigente estatal de ese partido, Alejandro Bravo Abarca. Y sus sospechas tienen sustento, cuando él la denunció para que le diera pensión el trámite fue ágil, al grado que cada mes le descuentan 500 pesos y tiene que depositar otros mil en el juzgado.
Sólo tiene una sentencia por diez meses de prisión, pero Isaías logró que le dieran la libertad condicional y un pago de 3 mil 500 pesos por la “reparación de daños”.
“Todo el tiempo que estuvimos juntos yo lo mantuve prácticamente porque no trabajaba, incluso apenas me enteré que mi papá le daba dinero para que según él también aportará a la casa”.
Apenas, Isaías solicitó al juez de control que lleva el caso, que Ada Nely no le pagara la pensión suficiente y demandó un reembolso de 74 mil 624 que fue autorizado.
Pese a que Ada Nely paga la pensión por sus hijos, Isaías impide que los vea, tampoco deja de amenazarla, de hostigarla. La violencia continúa.
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