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Ayahualtempa, José Joaquín Herrera.— Gerardo y Gustavo son hermanos, tienen 15 y 13 años y son flacos como las escopetas que traen en sus hombros. Ambos dejaron de estudiar el año pasado, porque ir a la escuela se convirtió en un verdadero peligro.
Decidieron integrarse a la Policía Comunitaria de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC) para ayudar a su papá a defender su pueblo de la organización criminal Los Ardillos.
Desde entonces, Gerardo y Gustavo se mueven dentro de su pueblo con sus armas, un rifle 22 y una escopeta calibre 20. Cada mañana, después de desayunar, salen a alimentar a sus animales y a cuidar sus cultivos, siempre van armados. En su casa nunca pierden de vista los fusiles. También les toca hacer recorridos de vigilancia por las noches en su pueblo.
Los hermanos Gerardo y Gustavo querían seguir estudiando. El mayor terminó la secundaria, pero no se inscribió al Colegio de Bachilleres, y el menor dejó la secundaria en el primer grado. Quieren ser médicos o profesores, pero durante el último año recorrer ese kilómetro que separa a su casa de la escuela se volvió muy peligroso.
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A Gerardo le ilusiona la posibilidad de ser profesor para enseñar a leer y a escribir a los niños de su pueblo.
Los dos saben que ser hijos de Luis, un policía comunitario, los convierte en objetivo de posibles ataques. Que cuando salen de su comunidad sus movimientos son vigilados por los delincuentes.
Ayahualtempa lleva un año atrincherado: en todas las entradas hay bultos llenos de tierra apilados. Están en alerta permanente. No se pueden relajar, Los Ardillos permanentemente lanzan amenazas de que entrarán y se llevarán a los comisarios municipal y ejidal. Los comunitarios reciben mensajes por separado: “Si no matamos a un comunitario, matamos a sus hijos o a sus esposas”.
Adiestramiento
Es el mediodía del viernes, en la cancha de baloncesto de Ayahualtempa, 17 menores —de entre seis y 15 años— están formados en fila, del más pequeño al mayor. Todos portan la playera verde olivo que identifica a la Policía Comunitaria de la CRAC.
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A los más pequeños la prenda les queda grande por todos lados. Todos están en posición de firmes esperando la indicación de Bernardino Sánchez Luna, uno de los coordinadores de la Policía Comunitaria.
Las indicaciones se repiten hasta que los niños vuelven a quedar en firmes. Entonces Bernardino da la última orden: “Romper la fila, ya”. Los niños se dispersan por toda la cancha y en unos minutos todos están jugando baloncesto con sus rifles en la espalda, pero felices. Estos policías no pierden la posibilidad de jugar.
Que no llegue el día, desean
Un día de julio de 2019, Gerardo hizo su primer recorrido por su pueblo. Recuerda que estaba nervioso y tenía miedo. Ahora los hace más tranquilo, nunca ha estado en un enfrentamiento. La idea lo asusta.
“Cuando amenazan —sus contras— que van a entrar al pueblo, que nos van a atacar, la verdad, sí me da miedo”, admite Gerardo.
Gerardo y Gustavo saben lo que es disparar su arma, lo hacen casi todos los días en los entrenamientos, aunque esperan no estar en una situación real.
Los dos niños saben de la letalidad del grupo delictivo Los Ardillos. En septiembre pasado, uno de sus tíos salió a comprar víveres a Hueycantenango; hombres armados lo capturaron. Días después les avisaron que se encontraba en un camino rural de la comunidad de Cacalotepec: estaba muerto, con huellas de tortura.
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La principal razón por la que se integraron a la Policía Comunitaria es para estar cerca de su papá. Antes, cada vez que salía a hacer recorrido, las horas eran de mucha angustia. Trataban de localizarlo a cada rato y, si por un largo tiempo no contestaba, se atemorizaban.
Quieren cuidar a su pueblo pero, sobre todo, apoyar a su papá.
Por ahora, Gerardo y Gustavo saben que la única posibilidad que tienen es quedarse en su pueblo para seguir siendo policías comunitarios. Estudiar fuera de esta zona de conflicto es casi imposible, no tienen el dinero para hacer ese gasto.
Sus padres son campesinos, pero ahora en Ayahualtempa todos siembran para sobrevivir, nadie puede salir a vender el excedente de sus cosechas, como cuando vendían en Chilapa o Chilpancingo el jitomate que sembraban.
Abandonar los estudios
—¿No le da miedo que les pueda pasar algo a Gustavo y Gerardo? —se le pregunta a Luis, su papá.
—Sí, nos preocupa mucho, antes a mí ellos siempre me preguntaban que si iba a regresar, yo les decía que sí; ahora yo me preocupo mucho por ellos.
—¿Nunca intentó evitar que entraran a la comunitaria?
—Yo quería que ellos estudiaran, pero un día me dijeron: si quieres que estudiemos, estudiamos, pero después no te quejes si nos agarran Los Ardillos, porque tú eres comunitario. Conocen a todos los que vivimos acá, por eso los niños tienen miedo. No nos queda de otra que capacitarlos para que se defiendan ellos mismos.
—¿Usted prefiere que sus hijos estén capacitados a que sean vulnerables?
—Sí, por ahora sí.
—¿No le preocupa que no estén disfrutando su niñez?
—Sí, pero de verdad ahorita es muy difícil. A mí me da más miedo que ellos vayan a la escuela a que anden armados. Me daría mucha tristeza, mucho dolor que por dejarlos ir a la escuela me digan: “Ve a reconocer a tu hijo, o a tu hijo ya se lo llevaron”.
—¿Es difícil la posición en la que está ahora?
—Sí, a mí me gustaría que anduvieran jugando el futbol, el basquetbol, pero no se puede.