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“Mataron a mi hijo y acabaron con mi trabajo”, dice madre de niño asesinado en Chilapa

Israel era parte de un grupo musical en Chilapa; madre siente pesar por 9 integrantes más, dice

Las familias de 16 comunidades guerrerenses mantienen un bloqueo para exigir a las autoridades que detengan al grupo criminal de Los Ardillos, ya que éste ha atacado violentamente a los pobladores. Fotos: SALVADOR CISNEROS. EL UNIVERSAL
27/01/2020 |02:03Arturo de Dios Palma |
Redacción El Universal
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Alcozacán, Chilapa. — “Yo lo perdí todo. Mataron a mi hijo y terminaron con lo único que tenía para trabajar. Estoy sola, sólo tenía a mi hijo y ahora no sé qué voy a hacer”, dice María de Jesús.

María de Jesús Pasado Margarito es la madre de Israel Mendoza Pasado, el niño de 15 años que fue asesinado junto con otros nueve hombres el pasado viernes 17 de enero en la carretera Mexcalcingo-Chilapa, presuntamente a manos de la organización criminal Los Ardillos.

Es también la propietaria de los instrumentos con los que tocaron en la fiesta de la comunidad de Tlalyepa, un día antes del crimen.

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“Mataron a mi hijo y acabaron con mi trabajo”, dice madre de niño asesinado en Chilapa

“¿Ya vienen?” —le preguntó.

“Sí, ya estamos por salir, como a las 11 llegamos” — le respondió el chofer.

Ese fue el último contacto que tuvo con ellos. Cuatro horas después volvió a saber de su hijo y sus trabajadores. Un vecino fue hasta su casa para avisarle que los habían atacado, que todos estaban muertos.

María de Jesús quiso salir corriendo hacia Mexcalcingo para ver que Israel estuviera bien.

En el pueblo nadie la quiso acompañar, la convencieron del peligro que representaba llegar hasta el punto del ataque.

La mujer no se quedó tranquila, convenció a otros dos hombres y fueron a la comunidad de Rincón de Chautla, la sede de la Policía Comunitaria de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), a pedir ayuda.

Ahí acordaron reunirse en Alcozacán para exigir la entrega de los cadáveres.

Un día antes, el jueves, se despidió de su hijo. Le recomendó que pusiera atención en los instrumentos. Israel aceptó la responsabilidad y prometió que el viernes se volverían a ver: “Mañana te veo, mamá”.

Han pasado 10 días y María de Jesús sigue esperando que le entreguen el cuerpo de Israel.

Años de violencia

La comunidad de Alcozacán en estos momentos es el epicentro de la tragedia en Guerrero. De ahí son las víctimas de la última masacre. Dos músicos del grupo Sensación Musical, los dos choferes y seis cargadores fueron asesinados y después calcinados por presuntos delincuentes.

En esos rumbos, desde hace años se enraizó la tragedia. Alcozacán forma parte de las 16 comunidades que integran el territorio que protege la CRAC.

Desde 2016 Los Ardillos mantienen un acoso permanente: son comunidades que no controlan. La resistencia ha costado sangre.

Por la carretera, sobre la que están las 16 comunidades, se pasea libre el terror. Ha dejado huellas imborrables. Por ejemplo, en 2015 asesinaron de 13 disparos al candidato del PRI a la alcaldía de Chilapa, uno le dio en el cráneo. En 2018, hallaron en una casa abandonada a una precandidata a la diputación local muerta junto con dos tíos y un primo.

El año pasado, hombres armados entraron al pueblo de Paraíso de Tepila, balearon y quemaron las casas y se llevaron a 12 personas, seis eran niños. Ahora es un pueblo fantasma.

El acoso mantiene acorraladas a todas esas comunidades, están secuestradas en sus propios pueblos.

Bernardino Sánchez Luna, uno de los coordinadores de la CRAC, contó que tan sólo en 2019 fueron asesinados 26 pobladores, dos más están desaparecidos.

Explica por qué Los Ardillos han emprendido tanta crueldad contra sus pueblos: un día de 2016, 20 hombres con cuernos de chivo empecherados, con granadas, encabezados por el presunto delincuente Constantino Chino, detuvieron a un grupo de policías comunitarios, en el que iba Bernardino. Quedaron de frente. Ninguno pudo evitarse. Ahí el líder criminal les hizo una propuesta: que les entregaban armas y camionetas a cambio de que les permitieran pasar droga por todo el territorio comunitario.

Policías se negaron y, dice Bernardino, ahí están las consecuencias.

El dolor y la culpa

El 22 de diciembre, Israel cumplió 15 años. María de Jesús y su madrina se lo festejaron con una misa en la catedral de Chilapa.

Esa tarde comieron enchiladas, en casa de su madrina.

Desde hace más de un año, Israel ya se encargaba de algunas cosas en la administración del grupo, como las contrataciones. El plan era que asumiera la responsabilidad total de la agrupación, pero Israel tenía muchas ganas de convertirse en el baterista principal del grupo.

Desde hace un año ensayaba con su batería roja que le compró su mamá. Israel tenía algunas prerrogativas por ser el hijo de la propietaria del grupo, en algunas fiestas ya había tocado la batería.

“Israel estaba estudiando la secundaria, quería estudiar la prepa en Chilapa y de ahí se quería dedicar a la música”, dice María de Jesús, con el rostro cubierto con su rebozo.

Desde hace 13 años, María de Jesús e Israel hacían su vida juntos: ella sólo lo tenía a él y él sólo la tenía a ella. El padre de Israel los abandonó cuando tenía dos años de edad. Se comunicaban, pero nunca se hizo cargo.

Cuando los dejó, abandonó también los instrumentos y bocinas que ocupaba. María de Jesús vio una opción de trabajo y comenzó a comprar más equipo, hasta que montó el grupo Sensación Musical, que tocaba principalmente en esa región. Cuando no tenían trabajo, la mujer rentaba el equipo, como ocurrió el jueves pasado cuando mandó a su hijo y a los nueve trabajadores a Tlalyepa.

“Aceptaron que fueran a Tlalyepa, porque hace unos meses habían ido a tocar a una comunidad cerca de ahí y no les pasó nada”, dice la mujer.

Asegura que ninguno de los 10 que fueron iba armado.

“Yo no entiendo por qué les hicieron eso, acá no somos gente de armas”, insiste.

María de Jesús tiene un dolor inmenso por el asesinato de Israel, pero también tiene remordimiento por los otros nueve.

“Yo ahorita estoy pagando toda la comida del bloqueo, muchos dicen que es mi culpa por haberlos mandado”, comenta con pesar.

Ocurre que en estos pueblos donde la pobreza campea, donde no hay empleos, cuando los hay puede costar la vida.

María de Jesús lo perdió todo: sus dos camionetas, las 24 bocinas, los instrumentos, calcula unos 800 mil pesos, pero eso —dice— “se recupera”.

A Israel no: “Duele mucho que te quiten un hijo. Israel era muy buena gente, en la escuela se portaba bien, pero ahorita no quiero recordar, él era un angelito, ¿por qué le hicieron así?”.


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