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Chilpancingo.— Mario Vergara Hernández se convirtió en un experto en encontrar muertos. Desde hace cuatro años, con una varilla, cuerda, pala, un pico y una lámpara de mano sale a buscar fosas clandestinas a cualquier parte de México.
“Mi mamá decía ‘ve a buscar a tu hermano a los cerros, dicen que ahí los entierran’, pero yo no sabía nada y además tenía miedo”, recuerda.
Sin embargo, Mario salió a buscarlo en fosas clandestinas después de una tragedia: la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. En esos días, Iguala y toda la región estaba llena de policías y militares, así como de organizaciones sociales; eso les dio valor.
“Los padres de los 43 [normalistas] son mis héroes, ellos nos dieron la muestra de cómo buscar y cómo terminar con el miedo”, dice Mario.
Han pasado cuatro años y Mario no ha encontrado a Tomás, pero tiene más esperanzas que nunca de hallarlo. Han sido años de aprendizajes. Está más preparado. Y si eso no ocurre, alguien más lo hará.
Por ejemplo, Saturnino, su sobrino, el hijo de su hermana Mayra.
Saturnino tiene siete años y ya comenzó a aprender a buscar fosas clandestinas; la otra esperanza de Mario está en Julietita, su hija. Ella ya es una desplazada por la violencia. Por las amenazas que ha recibido su padre, la pequeña no puede vivir en Huitzuco, pero cada vez que puede lo visita, se pone el pañuelo rojo, toca los huesos y cada vez más se entera de lo que hace su padre.
“Han sido cuatro años de mucho aprendizaje, pero sobre todo de sembrar, hemos sembrado la semilla en muchas familias y lo mejor es que mi familia ya no está sola”, resume.
En estos años, Mario ha recorrido por lo menos 20 estados buscando cuerpos, contando su historia, pero también aprendiendo. “En Piedras Negras, Coahuila, los malos queman a las personas y los huesos quedan como uñas, eso lo he aprendido”.
En los cerros de Iguala y sus alrededores, Mario ha encontrado unos 200 cuerpos y más de 3 mil fragmentos de huesos, que podrían representar 10 o 15 cuerpos más.