.— En la cama una mujer en trabajo de parto suda y grita, al tiempo que doña Chuy está lista para recibir uno más de los 500 bebés que ha traído al mundo en la región indígena otomí tepehua de Hidalgo, donde ella es partera. “¡Puja, mija, puja!”, grita.

María de Jesús Gayoso López tiene 66 años de edad y recuerda que de niña acompañaba a su madre a atender a las mujeres embarazadas: “Entonces no sabía bien de qué se trataba, ya que sólo esperaba afuera y escuchaba gritos”, cuenta.

Con el tiempo, su madre comenzó a aceptar su ayuda en esa labor y la primera vez que vio nacer un bebé pensó: “Esto es lo que yo quiero hacer”.

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“Sentí una alegría inmensa ver cómo salía la cabecita del bebé y luego sus pies”, relata la mujer.

En la región otomí tepehua , integrada por los municipios de Huehuetla, San Bartolo Tutotepec, Metepec, Agua Blanca, Tenango de Doria y Acaxochitlán, las parteras son fundamentales porque ahí los usos y costumbres impiden en muchas ocasiones que las mujeres puedan acudir con los médicos y a las clínicas.

Las embarazadas prefieren la ayuda de las parteras, ya que sus maridos les tienen mayor confianza y otorgan su permiso para que las atiendan, pero también la pobreza y la lejanía de sus comunidades las obliga a buscar la atención más inmediata.

Aliadas del sistema de salud

Para la Secretaría de Salud (Ssa) , las parteras son las mejores aliadas, ya que a través de ellas se puede sensibilizar a las mujeres embarazadas, no sólo para que se atiendan, sino también para inhibir la muerte materna en el estado.

Patricia Gayoso, directora del Centro de Salud de Acaxochitlán , así como Alejandra Hernández Pacheco, jefa de la Jurisdicción Sanitaria número 13 de la región otomí tepehua, coinciden en que sin las parteras la situación se complicaría gravemente.

Precisan que a través de ellas se puede llegar a todas las mujeres de las comunidades , sobre todo de aquellas zonas más alejadas, como son Ojo de Agua, donde la lejanía, la falta de caminos y de transporte hace necesario que sean las parteras quienes puedan brindar la primera atención.

Ambas funcionarias precisan que a través de ellas, las pacientes pueden ser sensibilizadas de que requieren atención en los centros de salud y las clínicas , además de recibir vitaminas y un control prenatal puntual.

A ello se le suman los usos y costumbres, que determinan su preferencia para llevar a cabo un parto de manera tradicional.

Alejandra Hernández explica que en la región otomí hay 30 parteras en seis municipios: Acaxochitlán, Huehuetla, San Bartolo Tutotepec, Metepec, Tenango de Doria y Agua Blanca .

De manera mensual, las parteras entregan un reporte bajo indicadores establecidos que deben seguir. Dicho informe tiene varios objetivos, uno de ellos es contar con un mejor registro de las mujeres embarazadas.

“La sensibilización es fundamental para el trabajo que tanto las parteras como la Secretaría de Salud realizan en las comunidades indígenas”, asevera Alejandra Hernández.

Espiando también se aprende

Doña Chuy es originaria de la comunidad de El Lindero en el municipio de Acaxochitlán. La mujer recuerda que cuando tenía 11 años de edad le tocaba acompañar a su madre a otras comunidades para atender a las mujeres embarazadas. A Chuy le tocaba preparar el temascal que era el inicio del milagro de la vida.

“Mi mamacita me enseñó todo lo que yo sé; me decía cómo debía atenderlas, cómo recibir a los bebés y también qué hacer en caso de que alguno de ellos viniera mal. La primera vez que vi cómo nació un bebé fue a escondidas. Yo había acompañado a mi madre y me había dejado afuera, pero comencé a espiar y veía todo lo que le hacía para prepararla y que trajera a su niño al mundo.

“Escuché de ella las palabras que más he repetido: ‘¡Puja, mija, puja!’ Ese día estaba viendo, pero el esposo de la mujer me vio y me corrió; me dijo que no podía estar ahí y tampoco estar espiando”, relata.

Chuy asegura que a pesar de que fue retirada del lugar, logró ver todo el proceso: cómo su mamá sacó la cabeza del bebé, cómo tomó una sábana, limpió su cara, luego el resto del cuerpo y, una vez que ya estaba limpio, se lo puso a la mamá.

“Fue desde ese día en que empecé a tener la inquietud y a decirle que me dejara ayudarla, así comencé a preparar el temascal y ayudarle con todo lo que ella necesitaba”, recuerda.

Al pasar los años y luego de la muerte de su madre, doña Chuy ocupó su lugar. Comenta que el 4 de septiembre de 1987 es una fecha que lleva marcada en la memoria y en el alma, pues ese día fue el primer parto que atendió ella sola.

“Yo creo que es un don porque nunca se me dificultó. Recuerdo que un 4 de septiembre una tía me fue a ver para que atendiera a su nuera, porque la partera que habían contratado no podía llegar debido a una fuerte lluvia. Al principio no quería ir porque yo también estaba delicada de salud, pero no había de otra porque la mujer podía morir”, dice.

Doña Chuy afirma que al estar enfrente de la embarazada recordó los consejos de su madre y que ella guió sus pasos para que pudiera ayudar a la mujer a tener a su hijo. Ya con el bebé recién nacido y el cordón umbilical amarrado, llegó la partera oficial, quien aseguró que hizo un excelente trabajo.

Más de 500 niños

María de Jesús cuenta que inicialmente realizaba su trabajo de manera empírica, gracias a los conocimientos que le transmitió su madre, pero tiempo después la Secretaría de Salud comenzó a capacitar a las parteras, lo que le ha servido, pues desde entonces lleva una libreta con el registro de todos los partos que atiende.

“Son más de 500 niños. La verdad es que no lo recuerdo, pero desde que tengo un control yo calculo que son 500 bebés los que he ayudado a nacer.

“Ahí anoto la talla, el peso, todo lo relacionado con el bebé y también con la madre. Les damos su control prenatal y sabemos si tienen algún problema de salud”, describe doña Chuy.

La partera indica que con la asesoría y la coordinación de la Secretaría de Salud , los casos difíciles los envía al Centro de Salud de Acaxochitlán y los canalizan a Tulancingo o Pachuca .

Si algo puede presumir orgullosa doña Chuy es que en sus manos nunca han perdido la vida de un bebé o una madre.

Reconoce que ha tenido casos difíciles, pero en ese momento, cuenta que se encomienda a Dios y a sus conocimientos.

“A veces los bebés vienen mal. Hubo uno que no había manera en que pudiera llegar a un hospital, por lo que le ayudé a nacer, pero le dije a su padre que una vez que naciera se lo tenía que llevar de emergencia al hospital.

“En camino, me hablaron que se había puesto mal, por lo cual le di algunos consejos y finalmente pudieron ingresarlo en la clínica, donde lo metieron a una incubadora, ahora es un bebé sano”.

Doña Chuy cuenta que en muchas ocasiones las madres ya llegan con un embarazo muy avanzado y sin ningún tipo de control. Ha tenido casos en los que sólo ha sido cuestión de horas para que los bebés lleguen al mundo.

En otros casos se ha dado la posibilidad de que se les realice un control y pueden ser atendidas antes, durante y después del nacimiento de sus hijos.

Con el tiempo, asegura, logró acondicionar en su casa un área para sus partos , el baño, el cuarto de expulsión y el de recuperación. Por traer un bebé al mundo, atenderlas con alimento y al menos tres días de observación, cobra 3 mil 800 pesos.

Debido a las condiciones económicas de la región, la atención con una partera significa un costo mucho menor, ya que un parto en una clínica ronda entre los 10 mil y 20 mil pesos.

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