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Santiago Niltepec, Oax.- El azul índigo está impregnado en las uñas, los pies y en cada pliegue de las manos de un puñado de hombres que mueven con fuerza, y a gran velocidad, unas largas palas dentro de una pila de cemento con 4 mil litros de agua azulada y espumosa.
Le llaman añil, un colorante natural elaborado a base de la trituración y fermentación de la planta jiquilite, que hace generaciones llegó desde Centroamérica hasta el pueblo mulato de Niltepec, en los límites con Chiapas.
Nicolás Cruz López tiene 25 años y es uno de los 10 productores de añil que mantienen viva esta actividad en Niltepec, comunidad zoque de la zona oriente del Istmo de Tehuantepec. Es el único lugar de Oaxaca donde se produce este colorante, aunque en Chiapas y Centroamérica también se cultiva.
El joven explica que desde hace ocho años vio cómo la producción disminuyó drásticamente por el cambio climático. Aseguran que la falta de lluvias y el terremoto del 7 de septiembre de 2017 mermaron aún más las cosechas.
“Antes del sismo algunos de los productores llegaron a cosechar hasta 100 kilos de añil. Ahora, algunas familias, como la mía, sólo lograremos a lo mucho 20”, destaca.
Nicolás agrega que quienes se dedican al añil estan convencidos que “el terremoto movió la tierra y las raíces” con tal fuerza que éstas se secaron. Luego, por la falta de lluvias las hojas del jiquilite no crecieron mucho y, por consecuencia, las manchas del tinte que se forman en sus hojas fueron pequeñas.
“Así que la producción es pobre, apenas sacaremos lo invertido en todo el año”, explica el joven.
Pérdida y restauración
Octaviano Pérez Antonio tiene 63 años y es de los últimos habitantes de Niltepec que comenzó con el rescate del añil hace casi 20 años. Él recuerda que la producción cayó en los años 90, pero antes un grupo de productores de Santa María Guienagati, en la Sierra Mixe-Zapoteca, le compró las semillas del jiquilite para cosechar el añil, pero cuando en Niltepec las plantaciones desaparecieron, los nuevos productores fueron hasta Guienagati a comprar otra vez la semilla.
Fue así que el jiquilite regresó a Niltepec, pero después desapareció en la Sierra Mixe-Zapoteca, por lo que Niltepec volvió a convertirse en el único lugar donde se cosecha y ha transformando a sus habitantes en los guardianes del tinte.
Octaviano pertenece a la cooperativa Azul Añil, la más antigua en Niltepec, aunque existe una nueva organización que se llama El Cerro del Añil y otros productores independientes.
Posee sólo una hectárea de terreno sembrado con esta planta y calcaula que su producción tampoco rebasará los 20 kilos; en años anteriores cosechaba hasta 100 kilos. La producción de este año la ofertará al Museo del Textil en Oaxaca a mil 500 pesos el kilo.
El proceso de siembra comienza en mayo, para que en octubre, después de las lluvias, se dé el corte. En Niltepec se llegan a sembrar entre 10 y 15 hectáreas entre los 10 productores que existen.
Tras dos años de espera, las plantas del jiquilite están listas para cosecharse, pues sus hojas poseen las manchas de tintas más gruesas. En las plantas que tienen un año o menos, las manchas en sus hojas son pequeñas y la producción es pobre. Éstas fueron las que más se cosecharon en 2018, luego de la muerte de las plantas viejas tras el sismo.
Después del corte, las ramas se amarran y se llevan en carretas a tres estanques de cemento de distintas medidas: las que usan en Niltepec tienen más de 100 años de antigüedad. En la comunidad de Tapanatepec existen pilas con más de 200 años en haciendas abandonadas, lo que indica que el añil tuvo gran importancia en la zona oriente del Istmo.
Ya en las pilas, las hojas se colocan en el primer estanque, se trituran y les añaden 4 mil litros de agua adicionada con un pegamento natural que se desprende de un fruto llamado en zapoteco gulabere. La mezcla se deja reposar 24 horas, logrando una especie de fermentación.
Al día siguiente, el agua escurre a un segundo tanque, en donde tres personas la mueven con largas palas por espacio de seis horas logrando que se haga espumosa y logre un azul turquesa.
Después, se le escurrir el excedente de agua. Por último, el líquido llega a un tercer tanque muy pequeño, el agua ya es espesa y de un color azul oscuro, en esta etapa se recolectan finalmente 10 cubetas de 19 litros cada uno.
Argelia y Araceli, madre e hija, se integran al proceso de extracción del tinte al tercer día. Ellas colocan el agua espesa en unas mantas. Aquí, el agua se filtra y sólo queda una capa de pasta azul oscura, que luego comprimen, amarran y cuelgan hasta que deje de escurrir el agua.
Al cuarto día la pasta es colocada en pequeñas tejas al sol, el proceso de secado dura entre cuatro a ocho días, dependiendo del clima. Las mujeres se pasan los días vigilando las pastas, las voltean cada hora.
En ocasiones, el clima nublado favorece a que la pasta sea invadida por un hongo blanco que lo cubre hasta la petrificación, cuando esto sucede lo limpian con agua y limón hasta redescubrir el azul.
“Antes de la crisis mi patio se cubría de tejas con las pastas, sacábamos hasta 100 kilos. Este año sólo logramos cubrir una mesa, a lo mucho 20 kilos, perdimos 80% de la producción. Este año no habrá tanto tinte para pintar hilos y telas, tampoco tendremos mucho dinero, ganancia, ni nada”, explica Argelia López Lorenzo, esposa de Octaviano.
Argelia recuerda que hasta Niltepec llegaban los habitantes de otros pueblos del Istmo para comprar añil y pintar sus casas de lodo. También lo utilizaban para lavar la ropa blanca porque terminaba con destellos de azul.