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Cuernavaca.— En Totolapan, Altos de Morelos, la tragedia inició el lunes y parecía no tener fin.
Catorce horas después de la explosión de un taller de pirotecnia sus habitantes siguen encontrando fragmentos de cuerpos humanos, esparcidos en un radio de unos 250 metros.
Quienes caminan por la calle Santa Bárbara, en la carretera federal Totolapan-Xochimilco, y aquellos que cruzan los campos al pie del cerro, donde se localizaba el polvorín, van con la vista en el suelo para evitar pisar restos de piel expulsada por la fuerza de la onda expansiva; hay muros salpicados con sangre y huellas de restos humanos en el interior de negocios.
La intensidad de la explosión provocó la muerte de siete personas y 15 más resultaron heridos; sin embargo, las cifras pudieran modificarse, advirtió Protección Civil estatal.
La onda expansiva también causó daños en 35 hogares; 21 requirieron supervisión y sólo uno presentó una posible afectación mayor; el resto tenía puertas, ventanas y tejas destruidas.
El acordonamiento se hizo en un radio de casi 400 metros; desde la noche del lunes los vecinos reportaron restos humanos en sus propiedades.
Ayer, la Secretaría de Salud informó que un hombre de 60 años estaba delicado, mientras que dos niñas de cinco años se reportaron como estables.
La mayoría de las víctimas pertenecían a la familia Carranza, conocida en la región de los Altos de Morelos como expertos en elaborar pirotecnia para las fiestas patronales.
Trabajaban sus productos ante la cercanía de las fiestas regionales del Quinto Viernes de Cuaresma. Vecinos y familiares aseguraron que en el taller estaba Demesio Carranza, dueño del negocio; Margarita Vergara, su esposa; Jorge Negrete, su cuñado; Paco Rosas, sobrino, y dos trabajadores conocidos como El Patito y El Coyote, así como una bebé de un año y medio. Todos murieron.
Junto al taller había un corral de borregos. Dos de los animales quedaron sin vida y otros dos agonizaban debajo de una cubierta de madera. “Sería mejor que los sacrificaran, están sufriendo mucho”, comentaban los vecinos que acudieron a dar sus condolencias.
En esa casa, ubicada a mitad del cerro Santa Bárbara, priva un pesado ambiente de duelo y los lamentos de dolor de los familiares y amigos de los Carranza se escuchan hasta la carretera federal. A las faldas del cerro se ve una docena de voluntarios escudriñando entre matorrales en busca de cualquier rastro de muerte.
Otro equipo levanta escombros, hurga entre ropa, muebles y artículos regados por el área principal del siniestro. La construcción, otrora copada con un techo a dos aguas, se rindió ante la fuerza del estallido; sus castillos y trabes de concreto se debilitaron y dejaron expuestas sus tripas de varilla y cemento.
Pasadas las 22:00 horas del lunes, autoridades castrenses y municipales ofrecieron una conferencia de prensa en la que el general Antonio Ramírez Escobedo, titular de la 24 Zona Militar, y el alcalde Sergio Livera Chavarría informaron que el domicilio donde se registró la explosión no contaba con permiso para el uso y manejo de pólvora.
Livera Chavarría pidió a la población no buscar ni señalar culpables. La tarde de ayer, en un comunicado, informó que en consenso con autoridades castrenses, parroquiales, ayudantes municipales, Comités de Barrios y Mayordomías, la próxima festividad del Quinto Viernes de Cuaresma se llevará a cabo sin uso de artificios pirotécnicos. También se cancelaron los espectáculos musicales programados del 24 al 26 de marzo.
El gobernador Cuauhtémoc Blanco afirmó que habrá una revisión de los establecimientos donde se produce pirotecnia de manera clandestina.
Pasaban de las 18:00 horas cuando Mario instalaba una mufa en su línea de electricidad. De pronto, vio una luz intensa y enseguida un tremendo estallido. Por la cercanía con el poste de luz, dice, pensó que había explotado un transformador, pero al voltear la cara hacia el cerro de donde provino el estruendo vio la magnitud del siniestro.
A las faldas del cerro había ropas y artículos dispersados, escuchó enseguida llantos y gritos de auxilio. Luego ingresó a su negocio, situado a orillas de la carretera federal, y vio todo el techo de lámina de asbesto destruido. Lo mismo sucedió en el comercio de enfrente y la casa situada debajo del polvorín.
En un pedazo de lámina vio sangre y al acercarse descubrió que era un trozo de piel humana; no se atrevió a escudriñar más.
“Siempre se ha sabido que ahí trabajaban la pirotecnica. Jamás pensé en la intensidad. Al paso de los minutos, viendo alrededor, vi la magnitud de la tragedia.
“Toda la carretera tenía fragmentos dispersos. En el interior de mi negocio se levantaron pedazos de piel. Es difícil de decir de qué parte porque todo estaba quemado”, relató Mario.
Señaló que esta fue la segunda vez que el polvorín del barrio de San Sebastián registra un siniestro, aunque la primera ocasión no hubo fallecidos.
Otro vecino, que pidió reservar su nombre, contó que la familia Carranza seguía la tradición de sus ancestros en la elaboración de juegos pirotécnicos. “Era su trabajo y así se ganaban el pan de cada día, como Dios nos da a entender”, justifica el vecino.
“Aquí venían a buscar fuegos artificiales para las festividades de diferentes pueblos, eran muy buenos en la elaboración de las piezas y reconocidos en la región. Lamentablemente a veces suceden algunas fallas”, dijo.