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Hombres y mujeres se aglomeran hasta formar un grupo nutrido de personas en un recóndito, pero abierto y despejado, espacio a la vista de cualquiera en la Central de Abasto de la ciudad de Oaxaca. Aquí nadie juzga, pues todos viven enganchados a las drogas, ya sea legales, como el alcohol, o ilegales, como la heroína.
“Ahí hay ropa hasta donde alcance”, les dice Javier con voz alta, mientras invita a bañarse a cualquiera que quiera.
“Pero vamos a formarnos de 10 en 10. Ahí hay más comida, carnales”, agrega. Algunos se encaminan a los baños: “Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ira’, aquí ya somos 10”, ayuda a contar uno de ellos.
Una cajita abierta de color naranja con jeringas destaca al costado de una mujer tendida sobre sábanas, a la espera de recibir comida. Lonas y cartones son los materiales principales de casas que han construido para protegerse del sol y del frío.
Antes de que la pandemia golpeara a Oaxaca, esto era una escena cotidiana y parte del trabajo de Javier, de 28 años, quien desde hace dos brinda asistencia gratuita a adictos a través de su organización, Jesús House.
Su labor consiste en ofrecer vestido, higiene y alimentación a personas con problemas de adicciones y las invita a aceptar ayuda para su rehabilitación.
Javier estima que son unos 300 individuos, entre hombres y mujeres, quienes han hecho de las calles aledañas o internas de la Central su hogar, pero desde que inició esta tarea afirma que el número se ha duplicado.
La mayoría, añade, son adictos a la heroína y calcula que quien consume esta droga gasta entre 600 y mil pesos diarios.
“Después de un año, ya rehabilitado, regresé a este lugar para buscar a un amigo y llevarlo al centro de rehabilitación. Volví a ver todo esto y me quebró. Me acordé de lo que se siente pasar frío y hambre, nomás viviendo para drogarte, y dije: ‘Hay que hacer algo, ¿cómo ayudo a mis carnales?, e hice esto’”, cuenta.
Jesús House inició hace dos años. Al principio, ayudarlos no fue fácil. Con los primeros en tener problemas fue con los vendedores de droga, quienes llegaron a correrlo a palos “porque les quitaban la clientela”.
Después, los conflictos fueron con los policías municipales, hasta que solicitaron apoyo al área de Prevención del Delito de la Secretaría de Seguridad Pública.
Un tercer problema fue ganarse la confianza de las personas a quienes pretendían ayudar, porque solamente les aceptaban la comida y se retiraban. Poco a poco eso cambió, y hasta antes de que el Covid-19 se convirtiera en una amenaza, Javier congregaba hasta 50 personas en un solo lugar.
“Al principio, nada más nos tiraban de locos, pero poco a poco nos ganamos su confianza. Como a algunos ya los conocía, platicaban conmigo, pero no creían que me había rehabilitado”.
Ángel Hernández, de 25 años y quien desde hace un año se sumó al trabajo de Jesús House, es otro de los jóvenes que fue adicto a la marihuana, cocaína y piedra.
Su adicción, dice, se acentuó cuando su hijo de un año y ocho meses fue golpeado en la cabeza, lo cual le provocó la muerte.
“Después de eso me quedé resentido con la vida y con Dios, decía que no existía y que, si existía, era una persona que para mí no tenía algo bueno. A raíz de eso decidí meterme a las drogas, consumí cristal por dos años”, narra.
Su rehabilitación, comenta, inició cuando un 24 de diciembre fue invitado a un evento religioso en el que había comida y algunas representaciones, ahí supo que necesitaba ayuda.
Posteriormente, conoció a Javier, quien lo invitó a ir a la Central de Abasto para ayudar a adictos. “Afortunadamente hemos visto a personas que han aceptado la ayuda y hemos visto su cambio radical”, dice.
A lo largo de estos dos años, unas 40 personas han aceptado internarse en un centro de rehabilitación con el fin de eliminar su adicción a las drogas, pero únicamente ocho de ellas han perseverado y logrado su rehabilitación total.
Nuevas formas de ayudar
La pandemia de coronavirus que mantiene a Oaxaca en semáforo naranja tras rebasar los 12 mil casos y las mil 190 muertes, según datos de los Servicios de Salud de Oaxaca (SSO), se ha convertido en un nuevo obstáculo en la labor de Jesús House, cuyos integrantes han pausado las actividades en las que reunían a las personas en situación de calle de la Central.
Pese a ello, no han dejado de llevarles alimentos y, ante la contingencia, también les han regalado cubrebocas.
Para poder seguir con su labor, ahora los integrantes del proyecto han cambiado la dinámica y, en lugar de reunir a las personas en un lugar, recorren los pasillos de la Central de Abasto para encontrarlos uno a uno.
Al hallarlos, cuentan, les entregan comida y cubrebocas, siempre siguiendo las medidas sanitarias, pero explican que no pueden quedarse ni reunirlos, como medida de precaución.
“En este momento, en que pasamos por una pandemia, es uno de los sectores de la población más vulnerables y también sé que muchas personas dirán que ellos están aquí porque quieren o porque ellos tienen la culpa, y es entendible, pero no nos ponemos a pensar que también son seres humanos, y que también han cometido un error que les ha costado caro”.
Para Javier es importante que las personas, y sobre todo las autoridades, hagan algo para apoyar y ayudar a las personas que se encuentran en esta situación, principalmente en este momento, puesto que ellos no tienen una casa en la que resguardarse del virus.
Hay una dependencia, dicen, que se encarga de dar seguimiento y apoyar a las personas con adicciones, pero los que están en la Central de Abasto aseguran que nunca nadie se les ha acercado ni brindado algún tipo de apoyo.
“Sí ha valido la pena el trabajo. Con uno que salga [de las drogas] vale la pena. Lo más difícil es que dejen la heroína, pero no vamos a desistir ni por la pandemia, seguiremos trabajando con ellos, ya que en algún momento a nosotros alguien nos ayudó”, finaliza Javier.