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Las Tunas.— El tamaño del desastre que provocó el huracán John en la comunidad de Las Tunas, en el municipio de San Jerónimo, en la Costa Grande de Guerrero, se ve en las calles. Unas siguen bajo el agua y otras están llenas de colchones llenos de lodo, de refrigeradores, salas, estufas, televisores convertidos en desechos.
Antes de llegar a Las Tunas, un arco da la bienvenida y un montón de borregos muertos, atorados en las cercas, advierten lo que se vivió en los últimos días. La imagen de los cuerpos de los animales va acompañada por el hedor.
La calle principal está llena de muebles, electrodomésticos y ropa que dañaron las lluvias. Las casas están prácticamente vacías y así estarán en los próximos días. Las calles que van a dar al río están inundadas, el agua aún llega a 50 centímetros. Todo el pueblo está metido en la faena para dejar más o menos limpias sus viviendas.
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Las Tunas es una comunidad a unos 15 minutos de la cabecera municipal. Es un pueblo de campesinos y pescadores. Es pequeño, pobre, formado por casas precarias y otras de materiales como ladrillos, construidas por los que se fueron a trabajar a Estados Unidos.
La noche del jueves 26 de septiembre, el río que cruza todo San Jerónimo sorprendió a Las Tunas. Aunque sorprender no sería el verbo más exacto, porque hace 11 años la tormenta tropical Manuel y el huracán Ingrid los inundaron. A diferencia de ese entonces, esta vez se sentían más seguros porque el río tenía muros de contención.
“Esta vez el agua subió un metro más que con Ingrid y Manuel”, explica una vecina.
Los pobladores dicen que nadie esperaba que la corriente del río entrara tan pronto ni por un lugar distinto por donde siempre entra.
“Como a las 10 de la noche estaba bajita el agua, era sólo el agua de la lluvia, pero de repente se vino la corriente y muchos salimos como pudimos”, cuenta Guadalupe de la Cruz.
Esa noche, Guadalupe corrió a la casa de su vecino, que está a un metro de altura sobre el nivel de la calle. El agua superó esa altura y todavía alcanzó un metro más.
“Toda esa noche estuvimos en las escaleras que van a la azotea, el agua nos fue alcanzando. Yo ya no aguanto más estar en el agua, esa noche y todo el mediodía siguiente estuve mojándome”, dice.
Como a Guadalupe le pasó a otros más. Sus vecinos de enfrente apenas y alcanzaron a salir. Los de al lado no pudieron, el agua les llegó casi hasta el techo, se subieron en la trabe de cemento que atraviesa el techo de lámina. Ahí estuvieron colgados hasta el otro día, cuando el agua bajó un poco.
Otro caso fue el de Alfa Otero, su esposo Bernabé Montor y sus dos nietos, niños de 2 y 4 años.
La noche del jueves el agua comenzó a entrar y se subieron al primer piso de su casa. Alfa le dijo a Bernabé que la vivienda se estaba inclinando. Bernabé al principio no le dio mucha importancia, luego vieron que la casa estaba inclinada y con la corriente del río golpeando por todos lados.
El viernes apenas salió el sol y Anabel Pano, El Chaca, un hombre viejo de cuerpo macizo, se aventuró a cruzar el cauce del río. Él pudo ser la única víctima de Las Tunas, pero uno de sus sobrinos lo alcanzó a agarrar de un brazo.
“El río estaba muy fuerte, Bernabé me gritaba que lo ayudara, que lo hiciera por los niños, yo le pensé mucho pero dice: ‘No voy a poder con mi conciencia si a esos niños le pasa algo”, cuenta El Chaca sentado en una de las escaleras de su casa que el agua ya liberó.
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Se organizó con otros vecinos, tendieron cuerdas y lograron llegar a la casa. Desde el primer piso comenzaron a bajar a los niños y luego a Alfa y a Bernabé.
Cuando el agua bajó y Alfa y Bernabé pudieron volver a su casa descubrieron que la corriente carcomió el suelo hasta que se lo llevó.
Ahora, a cuatro días del desastre, en Las Tunas esperan que llegue la ayuda. Casi todos perdieron todo, no tienen nada, no han descansado y tampoco hay forma de hacerlo: las lluvias lo dañaron todo. Han sido días de hambre, de vivir entre el agua sucia y desechos.