Acapulco.— Viridiana Gutiérrez Sotelo es contundente: si no se termina primero con la impunidad, muy pocas cosas serán efectivas en la prevención, combate y erradicación en la en México.

Sobre todo cuando la impunidad en los crímenes contra las mujeres es tan asfixiante, como sucede en Guerrero, donde 93.8% de los feminicidios están sin castigo y muchos de ellos ni siquiera son investigados.

Viridiana ha pasado los últimos años, desde el Observatorio Ciudadano de Violencia hacia las Mujeres de Guerrero, defendiendo los derechos de ellas.

En 2019 logró que Gobernación decretara en Guerrero la segunda alerta de género, esta vez por agravio. La primera se declaró en 2017, por .

Ha luchado para que las mujeres de Guerrero —en particular las que son víctimas— tengan acceso a la interrupción del embarazo, aunque últimamente se ha topado con los criterios religiosos y morales de los diputados locales, quienes se niegan a reformar el artículo 159 del Código Penal y homologar las leyes locales con la Norma Oficial Mexicana 046 para la Violencia Familiar, Sexual y Contra las Mujeres.

“La despenalización del aborto debe ser justicia social para las mujeres, porque las que abortan y mueren o las que no pueden abortar, son pobres”, dice.

¿Cuál es la situación de la mujer en Guerrero?

—Acapulco tiene el primer lugar nacional en embarazo infantil y adolescente. Eso nos dice cómo está instalada la violencia sexual en Guerrero.

Hay buenas intenciones por sancionar y prevenir esa violencia, pero nada ha sido efectivo, porque no se hace con la intención de generar cambios.

Nos ha costado mucho trabajo que el Estado reconozca la violencia contra las mujeres, porque asumir que asesinan a mujeres por cuestiones de género es asumir que ha fallado.

Hemos visto conductas permisivas de las autoridades, que generan un estado de impunidad y esto en la sociedad reproduce la percepción de que golpear, humillar, maltratar, matar, violar y desaparecer a una mujer no tiene consecuencias.

Algo que está pasando en Guerrero es que, en estos momentos electorales, hay un precandidato del partido más importante denunciado por una probable violación y nadie lo desestima, todo está en especulación. Es muy grave porque, otra vez, [se repite] el mensaje: quien viole a una mujer no tendrá consecuencias.

¿Cómo viven las mujeres en Acapulco?

—La ciudad representa lo mejor y lo peor del estado. Hay turismo, pero también personas que no tienen un hospital cerca. Niños sin acceso a la educación.

Acapulco es el reflejo de lo que sucede en el estado y, en particular, de lo que se hace por prevenir la violencia contra las mujeres.

Tiene un presupuesto de 4 mil millones de pesos y destina 250 mil pesos para atender la alerta de género. Es una cifra insultante, por eso ha crecido tanto el problema, porque se dedican a repartir volantes que dicen que la alcaldesa [Adela Román Ocampo, de Morena] apoya a las mujeres, pero hay una indolencia en el tratamiento a las víctimas.

En la pandemia, las mujeres no encuentran quién las acompañe: no hay abogadas, traductoras, sicólogas. Han habido dos olas de desapariciones en esta administración y parece que no hay autoridad que haga algo.

¿Qué efectos genera la violencia contra de las mujeres en la sociedad?

—Hay un desdén, por eso vemos cómo [los cuerpos de las mujeres] son tirados en las calles como un desecho. No sólo como un desecho físico, sino simbólico de la vida de las mujeres.

Hay consecuencias sociales, por supuesto. Las mujeres somos 53% de la población de México. Las familias están encabezadas por mujeres, y si una sufre violencia, deja de trabajar, de producir, hay un efecto económico.

Hay un efecto poderoso: la enseñanza. En un hogar donde el esposo violenta a la mujer y tienen hijos, le está enseñando que pueden golpear a las mujeres, y a las hijas, que tienen que soportar toda la violencia.

Está comprobado que esta violencia, la que se genera en el hogar, está formando a los agresores de la sociedad. La violencia es un asunto aprendido, no es natural que los hombres sean violadores. En este proceso de emancipación que vivimos las mujeres, la violencia está aumentando. Se mata, se viola a una mujer como castigo para las demás que seguimos luchando por nuestros derechos.

Si pudieras resumir en tres aspectos el impacto de la violencia, ¿cuáles serían?

—La salud. Todo esto que estamos viviendo se convierte, con el tiempo, en cáncer, en trastornos metabólicos. Las consecuencias económicas, las mujeres sostenemos la economía del país, tanto las que salen como las que se quedan en casa.

Hay un efecto muy grave: las niñas dejan de ir a las escuelas por el machismo, estudian algo que no querían, sufren violencia en las escuelas, en las casas, eso es muy grave.

También está afectando algo que poco se toma en cuenta: el disfrute de la vida. Ninguna mujer que soporta violencia es feliz y, si ocho de cada 10 hemos sufrido violencia, estamos en una sociedad que está enojada.

¿Qué políticas públicas debe implementar el Estado?

—Eliminar la impunidad. En Guerrero, 93.8% de los homicidios contra mujeres están sin castigo. Si la impunidad sigue, ninguna estrategia va a funcionar.

Otra cosa es implementar un cambio cultural profundo, de todas las instituciones que forman a las personas, los medios de comunicación, la escuela. Un nuevo modelo que eduque con igualdad, con el criterio de no violencia. Hay que dejar de ver a las mujeres como un sector, somos la mitad de la población.

El Estado debe hacer un diagnóstico apegado con la realidad y un marco legal que tenga más garantías que obstáculos.

Los políticos deben ver por las mujeres como un tema de derechos humanos. Deben generar la apertura, no es posible que se quiera hacer un cambio sin la participación de nosotras.

¿Qué impacto tiene que el Congreso se niegue a despenalizar el aborto?

—Permitiría a las mujeres —a las víctimas— el acceso a la salud. La violación es un delito pero también una emergencia de salud. Las mujeres deberían tener la confianza que, si fueron violadas, van a ser atendidas en lo que se necesite y, si se necesita darle información para interrumpir el embarazo y así lo decide, se le debe dar el servicio.

Los médicos no son los que imparten justicia. Deben ofrecer todos los servicios, siempre lo mejor para la víctima.

El tema de la violación debe considerarse una emergencia médica, no se puede esperar que, como ahora se plantea en Guerrero, sea un Ministerio Público el que lo autorice.

La despenalización del aborto debe ser una justicia social para las mujeres, porque las que abortan y mueren o las que no pueden abortar, son las pobres, las que no pueden ir a una clínica a la Ciudad de México, que no tienen información, que no tienen recursos y se tienen que resignar a embarazos que no querían.

Has documentado casos de niñas violadas que después se convierten en madres. ¿Qué impacto tiene en ellas esta violencia?

—Una niña que es obligada a ser madre va a ser una madre de hijos pobres, va a generar una familia en pobreza extrema.

Quiero aclarar este punto, porque luego lo relacionan con el clasismo y no es así: una mujer tiene menos oportunidades de desarrollo de vida, hay una situación más precaria para ella.

Esos efectos también tienen que ver con la formación de su cuerpo, que no está preparado y que el riesgo de que muera en el parto es alto. Una niña que está embarazada casi siempre tiene que ver con una agresión sexual, y no siempre con una relación sexual forzada, porque los adultos tienen muchas formas de enredar a las niñas, y así tienen esos falsos consentimientos para tener relaciones con ellas.

¿Por qué es importante visibilizar la violencia que están sufriendo las mujeres?

—Porque nadie lo va a hacer por nosotras. Este sistema nos ha obligado a que nosotras seamos las que nos defendamos.

Pienso que todas o la mayoría nos hemos convertido en feministas o en defensoras, porque fuimos víctimas o porque vimos de cerca la violencia.

Está el caso de las madres de los feminicidios, de las madres de las desaparecidas que se han convertido en buscadoras, en investigadoras, en feministas.

Somos nosotras las que ya no queremos más violencia. Hay una opresión clara de los hombres, y esto tiene que ver con privilegios. Quien golpea, humilla, maltrata, goza, tiene un poder y ese poder es privilegio. No creo que los hombres digan: ‘Ya no quiero ese privilegio’. Quienes estamos levantando la voz por las mujeres somos las mujeres.

¿Qué opinión tienes del movimiento de las jóvenes?

—Esta cuarta ola del feminismo se está atreviendo a más, están más enojadas porque conocen la violencia que vivieron las abuelas y no están dispuestas a vivirla.

Son más valientes y más atrevidas, cosa que al feminismo de antes le faltó. Agregaron el ingrediente de la rabia.